MEMORIA & BALANCE

Desconfianza, encuestas y traiciones: el culebrón de las clases dominantes

Cómo se gestó el cruce entre Gobierno y la UIA. Las mediciones oficiales que recrudecieron la disputa y la firma implícita de paz que se inició en Salta y ¿culminará el lunes en La Rosada?

Fue la guerra de los seis días. Intensa, relámpago y corrida geográfica y temporalmente del territorio árabe hacia un epicentro criollo. Seis días duró el conflicto entre el Gobierno y los empresarios de la Unión Industrial Argentina (UIA). La corta extensión de las hostilidades -que empezaron el fin de semana con metralla oficial- tiene una caracterización que excede los meros cruces discursivos. Un reclamo económico por mejores condiciones para el desarrollo de inversiones, capitaneada por grandes jugadores de la producción y reproducida mediáticamente en volúmenes inéditos, y una estrategia de aprovechamiento político de signos, señales y estigmas que están frescos en la sociedad argentina. Una guerra de algún modo coreografiada, lo que explica ese inicio virulento con el ministro de la Producción, Francisco Cabrera, tildando a los CEOS de “llorones”; la posterior respuesta del presidente de la UIA, Miguel Acevedo en los medios y un tercer capítulo de reconciliación melosa, con invitación amable a un café entre los UIA boys, Cabrera y el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Todos indicadores de un conflicto que tiene algunos elementos reales, pero que fue a la vez un juego de conveniencias, oportunidades y cuestiones de piel entre las clases dominantes de la Argentina: el Estado y el establishment.  

 

"Mauricio no se sintió nunca parte del establishment", definen varios CEOS. Lo opuesto a su padre, Franco.

 

 

Que el presidente Mauricio Macri  estuvo detrás de la embestida oficial es casi una obviedad a esta altura del partido. No lo niegan ni los propios funcionarios nacionales que avalaron los dichos de Cabrera y hablaron con Letra P. Pero esa aversión presidencial hacia algunos CEOs puede develar, en parte, por qué se iniciaron los cruces. No así las razones de la intensificación del tema desde la agenda oficial.

 

Cambiemos tiene algunas virtudes de política millennial que le rinden buenos frutos. Sabe utilizar herramientas tecnológicas de masificación de mensajes convencionales con bastante éxito. Un funcionario de segunda línea del Ejecutivo le confesó a un vice de la UIA que el Gobierno tiene mediciones de temas puntuales que pegan de lleno en la consideración de la clase media. Ideas fuerza que penetran en un electorado que termina apoyando al Gobierno. “Vos sabés que paga que nos peleemos un poquito con ustedes”, le adelantó. Ese eslogan de que los empresarios en la Argentina son ventajeros, oscuros y especuladores –cierto en algunos casos- para los focus del oficialismo tiene el mismo efecto en los sectores medios que hablar de la moral y los negocios de los caciques sindicales. Aquí, el primer elemento que da pistas. En el establishment lo saben y lo describen: “Nosotros somos cien contra millones”.

 

 

 

El segundo punto, aunque de menor intensidad, es esa sensación de desconfianza, de traición, que una parte del Gobierno tiene para con la clase empresaria. A decir verdad, Macri viene de una familia que se movió mucho más y con más éxito entre firmas de servicios que entre “fierreros”. Su padre, Franco, pasó de ser albañil a traer al país la telefonía celular, terminando el ciclo viajando a China a hacer negocios. “Franco sí se siente empresario, es de esa clase; Mauricio no, nunca se vio como parte del empresariado”, describió un dirigente que conoce a la familia desde hace años. De hecho, la compañía emblema de la familia (SOCMA), empezó su declive cuando la tomó el actual presidente. Incluso, cuando en los años en que se hacía cargo de las firmas, ya les adelantaba a sus amigos que en el futuro se dedicaría a otra cosa. Primero fue la política en el fútbol, con Boca. Luego, lo ya sabido.

 

Es natural que, en este contexto, Macri mantenga algunos prejuicios concretos respecto a CEOS que él considera que “anhelan paternalismo” del Estado, una frase que, puesta en boca de Franco, sería una herejía. De allí, de la consideración de empresarios mendigando Estado, proviene esa idea de que, en los años de Guillermo Moreno como secretario de Comercio, los industriales se callaron la boca a pesar de las apretadas y el exceso de verborragia del particular ex funcionario. A ciencia cierta, basándose en los hechos, la sobreactuación de Moreno nunca tuvo contra desde el establishment por una razón sencilla: en los 12 años de kirchnerismo, el Círculo Rojo se cansó de hacer negocios y ganar dinero con un modelo que lo criticaba en público pero que negociaba sin chistar en las mesas privadas. Ocurrió al revés de lo que cree el Gobierno. En marco de un almuerzo en el Rotary en el que empezó a cerrar la grieta con la UIA, Peña se refirió a que antes los temas con los CEOs se resolvían en una mesa y que ahora la política de una economía abierta y juego de libre competencia era el orden a considerar. Es cierto: todo se resolvía en mesas sin registros en papel, pero siempre con un beneficio considerable para las compañías. Hay un ejemplo emblemático que cuentan los empresarios y reconoce el propio Moreno cuando se quita el make up del personaje. Fueron las negociaciones con las lácteas Sancor y La Serenísima por los aumentos de precios de sus productos. Eran ellos los que decían el valor y el porcentaje de suba y el Gobierno aceptaba tirando uno o dos puntos abajo esa modificación. El resto lo hacía la épica K de combate a la concentración económica. Claro que existieron excepciones donde perdieron los hombres de negocios, pero fueron las menos, pequeñas y dolorosas victorias pírricas.

 

 

José Urtubey, el salteño que salió a bancar la parada por la UIA. Hasta disputó con periodistas de TV alineados con el Gobierno.

 

 

Pero a los empresarios que Macri más detesta son aquellos que van a Balcarce 50 a pedir beneficios sin entregar nada a cambio. El Presidente no concibe esos gestos como algo a considerar dentro del esquema de política económica actual. Mauricio no cree que haya que subsidiar a industrias como la textil, hoy en crisis de máxima complejidad. Entiende que la competencia auto-regula y ordena, a pesar de que haya indicadores que le muestren que el libremercado aplicado a todo es un ejercicio incompleto. Cuentan en el Gobierno que el mandatario padece cada vez que Federico Sturzenegger, el presidente del Banco Central, tiene que abandonar la tan mentada flotación cambiaria para intervenir parcialmente y sin efecto para frenar el dólar.

 

Tampoco comprende el Presidente por qué los precios de los alimentos siguen desbocados, poniendo en riesgo no sólo la inflación sino el ideal de una paritaria moderada. Aquí un detalle: los pormenorizados trabajos de análisis de cadenas y costos que tiene Miguel Braun en la Secretaría de Comercio le hicieron virar su idea primigenia sobre los formadores de precios. En los tiempos de Alfonso Prat Gay en Hacienda, Macri había comprado el mensaje del ex JP Morgan, que tiene la idea fija de que la parte del león de los precios era de los grandes supermercados. Pero de un tiempo a esta parte empezó a mirar a los fabricantes. De allí salieron los datos para refutar los argumentos de Arcor, el gigante alimenticio, que encendió el fuego de la disputa con el Gobierno denunciando, en una reunión de UIA, que había importación récord de tomates enlatados de Italia, a través del mayorista Maxiconsumo.

 

No es menor el dato de que, por primera vez desde que Macri es gobierno, un tema de importaciones indiscriminadas haya calado tan hondo en la política. La misma situación, pero referida a prendas de vestir y calzado, venía siendo planteada por esos rubros, sin éxito concreto ni eco mediático equiparable. Al Gobierno le impactó particularmente que sea el de alimentos el sector con quejas tan grandes, sobre todo, porque dos de sus hombres son habituales interlocutores con funcionarios de peso: uno de ellos, el vice de la UIA y abogado de la Copal, Daniel Funes de Rioja; el otro, Adrián Kaufmann Brea, el referente de Arcor que presidió la entidad antes que Acevedo. Tanta es la confianza con Funes que lo designaron como encargado del B-20, el capítulo de negocios del G-20. Molestó que haya sido ese tándem, que además es el corazón de la formación de precios, el que se quejara de afectación por importados.

 

El martes último, mientras un grupo de empresarios no industriales almorzaban en la recepción de Macri a los reyes de Noruega, en el norte del país se desarrollaba un foro del B-20 del NOA. Lo organizó en su provincia natal José Urtubey, el hermano del gobernador de Salta que chocó con Cabrera en declaraciones públicas. Advirtió: “No nos gustan las bravuconadas”. Y se puso al frente del reclamo público de la UIA, incluso, sin tener hoy una posición en la mesa chica de la entidad. Hasta encaró un raíd mediático en dos programas de TV masivos, muy alineados con el interés oficial, en el que se enfrentó a cuestionamientos que parecían realizados a medida.

 

En ese encuentro salteño, varios industriales, incluidos Funes de Rioja y Acevedo, cruzaron análisis con algunos funcionarios de segunda línea, como Mariano Mayer, el secretario de Emprendedores y Pymes, el enviado de Cabrera a las fauces del león. Convinieron bajarle el tono a la pelea. El resto lo hizo Marcos Peña con un llamado a Acevedo para verse el lunes en Gobierno. Peña y Cabrera, cara a cara con el presidente de UIA, Funes de Rioja y un hombre nexo con el Gobierno como Luis Betnaza, la mano derecha de Paolo Rocca en la entidad fabril. Por el momento, las dos partes destacan el encuentro como un paso positivo, un acercamiento. Y esperan lo que falta, la concreción de las soluciones.

 

 

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