Pese a intensas gestiones y al equipo de operadores que, como informó Letra P, desplegó el presidente Mauricio Macri para que la segunda final de la Copa Libertadores se disputara, como estaba previsto, en el estadio Monumental de Buenos Aires (ver "Loco por el fútbol"), la Conmebol anunció este jueves que la fallida revancha entre River y Boca se jugará el próximo 9 de diciembre, a las 16:30 de la Argentina, en el estadio "Santiago Bernabeu" de Madrid, con público de ambas hinchadas.
Lo confirmó el presidente de la entidad del fútbol sudamericano, Alejandro Domínguez, después de que la Unidad Disciplinaria no hizo lugar al reclamo de Boca por la agresión sufrida en el traslado del micro por sus jugadores, principalmente el capitán Pablo Pérez, lesionado en el ojo izquierdo.
La saga del Súper Papelón había comenzado con el blooper presidencial con el público visitante. El 2 de noviembre, antes de las 8 de la mañana, el jefe de Estado sorprendió con un tuit en el que comunicaba su decisión de que la final de la Copa se jugase con las dos hinchadas. La resistencia de los presidentes de Boca y de River lo obligó a desdecirse y, finalmente, el sábado pasado, el Estado no pudo proteger siquiera a los jugadores xeneizes en el ingreso al Monumental para la disputa del partido de vuelta. La impericia de la Policía de la Ciudad tuvo consecuencias políticas: la salida del ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo.
Boca pidió formalmente ante la Conmebol que le dieran el partido por ganado, gestión que finalmente no prosperó, pero Macri, que, en palabras de empesarios que lo vieron en las últimas horas, estaba "enardecido" con el affaire súper final, en alianza con el titular de River, Rodolfo D'Onofrio, sacó a la cancha a sus alfiles millonarios del Gobierno para conseguir que el encuentro se jugara en Buenos Aires. En el mar de malas noticias que ha producido su administración este año, ni esa buena pudo celebrar.