Hacia afuera, preservan las formas de la modestia. Hacia adentro, viven el mejor momento desde que cerraron su contrato de alquiler en la Casa Rosada. A dos semanas de las elecciones, Mauricio Macri y su núcleo de acero caminan envueltos en optimismo y hacen planes a mediano y largo plazo.
La economía está plagada de límites estructurales, la inflación no baja como prometió Federico Sturzenegger, el déficit comercial bate récords y la deuda crece a un ritmo que hasta Macri reconoce excesivo. Pero el campo de la política está despejado para el macrismo. Se nota en las apariciones de Macri en el conurbano junto a María Eugenia Vidal y ante los empresarios, que empezaron a creer que Cambiemos es más que el resultado del hartazgo con el kirchnerismo o el peronismo. Y también en los movimientos de Marcos Peña, la sombra del Presidente.
En la jefatura de Gabinete, no queda ninguno de los LEDs que Aníbal Fernández había incorporado a la gestión como insumo principal. De eso se jactan en el primer piso de la Casa Rosada: mientras la política y los medios siguen mirando con ojos del pasado la lógica del poder, ellos miran de otra forma, más próxima a la visión de “la gente común”. La mesa chica del macrismo responde a todo con la misma frase: “Ésa es una mirada muy contaminada por tantos años de peronismo”.
Peña repite ante sus interlocutores dos definiciones para mostrar la ruptura que Cambiemos cree encarnar. “No se puede comparar a este gobierno con los anteriores. Hay un nuevo animal en el zoológico, distinto a todos los que había hasta ahora”, es la primera. “Nunca el peronismo se encontró en una situación como esta: dividido y frente a un animal con tanta vocación de poder”, es la segunda.
VAN POR TODO. Con Peña y Jaime Durán Barba, Macri se deja entornar por un sector que -como antes el kirchnerismo- va por todo. Los números que tienen sobre la mesa muestran que pueden crecer en provincias adversas como Tucumán, Salta y San Juan. Gobernadores del PJ como Schiaretti, que se acercaron demasiado a Macri, ahora comprueban que no es negocio. Otros, como Juan Manuel Urtubey, también pueden salir mal parados, de acuerdo a los sondeos que mira Cambiemos. “Muchos se llevan mejor con nosotros que con el cristinismo, pero nosotros queremos ganar en las 24 provincias y en todos los municipios”, dice a Letra P un hombre de máxima confianza del Presidente.
Lo dejó bastante claro el jefe de Gabinete en su última visita a la Cámara de Diputados, el miércoles pasado, cuando desafió a sus opositores con una frase de guapo: “Vamos a discutir en las urnas”. Para Cambiemos, el informe de gestión de Peña resultó un paseo. A diferencia de las primeros rounds, esta vez el cristinismo entró derrotado y el ministro coordinador eligió a quién pegarle. Le perdonó la vida a varios y vapuleó a los que consideró necesario.
CUÁNTO VALEN AHORA. La semana pasada, Macri habilitó al ministro de Interior, Rogelio Frigerio, para que comience a trabajar en una negociación con los gobernadores para después de las elecciones. Algo similar comenzó a hacer Emilio Monzó en la Cámara de Diputados, el área en la que debió recluirse después de plantear en público y en privado sus diferencias políticas con la conducción oficialista.
Al lado de Macri, lo dicen sin misterios. “Después de las elecciones vamos a negociar: primero hay que ver cuánto valen el peronismo y cada uno de los gobernadores en sus provincias”. El Presidente y su círculo íntimo no sólo disfrutan haber recluido a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. Además, festejan el naufragio de “los del medio”. “Pensaban que nosotros íbamos a hacer el ajuste y meter presa a Cristina para que ellos después gobiernen. Eso también fracasó”. Hablan, sobre todo, de Sergio Massa.
En la cuenta que mira el oficialismo no sólo está el logro de haber arañado el empate con la ex presidenta. Hay otro dato, no menor: La paliza que CFK le dio al ex intendente de Tigre y quedó opacada por la contienda principal entre macrismo y kirchnerismo. Al macrismo prefiere toda la vida al cristinismo en la mesa de la política para sostener la polarización hasta donde sea posible.
LA BATALLA CONTRA CFK. En lo que parece parte de una estrategia de campaña, Federico Salvai salió el viernes a decir que la diferencia entre Cambiemos y Unidad Ciudadana será mínima el 22 de octubre. No es lo que muestra la mayoría de los sondeos. El último trabajo de Federico Aurelio -uno de los pocos que acertó en las PASO- indica que hoy Esteban Bullrich llega al 40 por ciento de intención y Cristina Kirchner, al 37. Aumenta la polarización y los dos crecen, pero el ex ministro de Educación llega más arriba que la ex presidenta. Massa cae a 13 puntos y Florencio Randazzo se mantiene en 5.
Los números que le acercaron a CFK desde una de las consultoras de su máxima confianza son similares: está hoy en 36,5 % y necesita 400 mil votos para llegar a 38%, el umbral de la derrota digna. Para eso, la decisión está tomada y a la vista: entrevistas con animadores famosos y visitas a los territorios en los que el peronismo conserva su primacía. Ahí dónde sacó muchos votos, Cristina busca sacar más. La estrategia de Cambiemos se percibe más ambiciosa. María Eugenia Vidal va a La Matanza en busca de descontarle puntos a Unidad Ciudadana.
A grabador apagado, el macrismo cree que hacia 2019 el cristinismo quedará reducido a una expresión que rondará el 10 por ciento a nivel nacional. Ven y desean, en cambio, el crecimiento de un pejotismo más moderado que garantice una alternancia sin demasiados cambios, el deseo más profundo del círculo rojo.
¿PRIMERA VUELTA? Si octubre confirma los resultados de las PASO, el oficialismo comenzará al día siguiente a pensar en 2019. Ya Macri se declaró “abierto” a un segundo mandato y ése es el escenario más probable. Aunque la deuda se parezca cada vez más a una bola de nieve, si la economía se mantiene como hasta ahora, el Presidente irá por la reelección. ¿Seguirá con el manual del purismo o abrirá la puerta a sectores del PJ que se cansen de ser oposición? En el Gobierno, existen los que hablan de sumar a un “peronismo disecado” con el objetivo de ampliar la alianza oficialista.
Porque lo que hoy aparece como un proceso sólido en lo político mañana puede no serlo, si empiezan a tallar el ajuste que viene, los límites del endeudamiento y la persistencia de la inflación y la imposibilidad de reactivar el consumo.
El macrismo sigue siendo para muchos -y en primer lugar- el antídoto contra el pasado. El peronismo no K -de buen diálogo con el Gobierno- sostiene que el fantasma de Cristina le resta votos en el interior, sobre todo en las provincias sojeras como Santa fe y Córdoba.
Los que miran más allá, piensan incluso en cómo llegar al 45 % en primera vuelta en 2019. Falta una eternidad, pero el objetivo es evitar sorpresas, como la que el propio Macri le dio al Frente para la Victoria en el ballotage. ¿Es posible para Cambiemos llegar al 45 % sin un sector del peronismo adentro? Será parte de la discusión que empezará a librarse en un año. Hoy en el macrismo es poco lo que se discute. La receta de Durán Barba se reafirmó como exitosa y en el oficialismo a nadie le quedan dudas: “Marcos” y los puros se recibieron de políticos.
Desde noviembre, el escenario será otro: el peronismo tendrá que definir si quiere ganarle a Macri o -como hasta ahora- se conforma con dejar afuera a Cristina y a sus tres millones de votantes. Habrá un paquete de leyes que la Casa Rosada buscará discutir y siete meses intensos de negociación en el Congreso, hasta el Mundial de Fútbol que nadie sabe si Argentina jugará. Cuando termine la copa, dará inicio la batalla por 2019. De un lado, un peronismo que parece ir a contramano de su historia, peleado con el poder. Del otro lado, un animal nuevo en el zoológico de la política -una derecha que va a elecciones y gana- con una vocación de poder desconocida.