LA POLÍTICA PERDIDA

La rendición de Mauricio Macri: qué hay detrás y qué viene después

Un combo de errores no forzados y tendencias globales convirtieron al PRO en presa fácil de Javier Milei. El reino de la rabia y la era de la soledad.

Mauricio Macri hizo un paquete con el PRO, lo pintó de violeta, se lo regaló a Karina Milei, se pegó el piro y dejó una tormenta detrás de sí. Sin embargo, la disolución de un partido que se presumía de derecha republicana y moderada dentro de un tsunami de extremismo no es producto de una decisión individual o de un forzado pacto de cúpulas: antes de ese acto formal de rendición, hubo un electorado que había migrado, si no totalmente en buena medida, a La Libertad Avanza (LLA). Eso dice mucho sobre el futuro de la política. ¿Cómo se la define y cómo se la recrea cuando la sociedad se disuelve en una miríada de individuos que se sienten aislados, solos en la multitud?

Una decena de 35 representantes que tiene hoy el moribundo partido amarillo en la Cámara de Diputados no quiere saber nada con ese contubernio.

María Eugenia Vidal se despegó del pacto y de todo rol en la campaña a la espera de tiempos mejores.

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El gobernador de Chubut, Ignacio Torres, se opuso, igual que otros 13 distritos, a la extinción y se convirtió en socio fundador de ese ensayo intrigante que es Provincias Unidas. }

En tanto, Diego Guelar, que venía activo desde hacía tiempo en busca de una candidatura a senador, se liberó: "Mauricio Macri es un reverendo hijo de puta", señaló, eligiendo las palabras, el experimentado diplomático.

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El repaso es interesante porque fue del bajo clero del PRO, que puede resultar en una defección importante en la futura legislatura, acaso en dirección a la bancada que armará el Grito Federal, hasta una exgobernadora, figura nacionalmente instalada que acaso siga teniendo camino por recorrer. En el medio, pasaron un joven mandatario provincial con aspiraciones mayores y un hombre que fue embajador en Estados Unidos, China, Brasil y la Unión Europea.

Macri, quien tiene más apego al dolce far niente que al compromiso, entregó su criatura a padres sustitutos para disimular su decadencia electoral. Discutida o no, su decisión es producto de una defección previa. ¿Por qué el electorado de derecha moderada se pasó mayoritariamente a la extrema?

Mauricio Macri, el PRO y LLA: de disfraces y apropiaciones

Las elecciones bonaerenses del 7 del mes que viene y las legislativas de octubre probarán en qué medida se ha completado ese proceso que nada parece detener: ni la imitación del estilo Patricia Bullrich por parte de la Policía de Jorge Macri, que se divierte disparando a quemarropa balas de goma a periodistas, ni la orden del jefe de Gobierno de imponer pesadas multas a quienes, según estimó su vocera Laura Alonso, les "gusta hurgar en la basura".

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LLA, por su parte, apura ese trasiego. Para eso se autoinoculó el virus del macartismo antiperonista, principal marca en el orillo del viejo electorado PRO, que había estado ausente en el mileísmo en 2023 y lo está hoy en la propia conformación de sus cuadros de gestión.

¿Qué desató esa mudanza?

Puede decirse que Macri gobernó muy mal, pero hay que reconocer que, justo cuando terminaba esa faena de triste memoria, se retiró del poder en 2019 con un nada desdeñable 41% de los votos. Hubo allí, entonces, algo más profundo que la opción desesperada de lo bueno por conocer.

Javier Milei no está solo

La deglución fácil de las derechas republicanas por parte de las extremas dista de ser un fenómeno argentino. Anida allí un clima de época.

Estados Unidos es la hiperpotencia cuya tendencia menguante no le quita ni un ápice de lo que todavía es: el país que concentra más del 27% del PBI mundial. Allí, Donald Trump hizo entrismo, desde 2016 se fue metiendo en el bolsillo al Partido Republicano –un conservadurismo tradicional– y hoy ensaya una versión proteccionista de la extrema derecha, que militariza la expulsión de los sintecho de las calles de la capital y encuentra al enemigo absoluto en la figura del inmigrante.

Donald Trump y Jair Bolsonaro
Donald Trump y Jair Bolsonaro. 

Donald Trump y Jair Bolsonaro.

En Brasil, Jair Bolsonaro se retiró del poder al perder con Luiz Inácio Lula da Silva los comicios de 2022, pero reteniendo el 49% de los votos. Hoy inhabilitado por la Justicia electoral y con arresto domiciliario por presunto golpismo decidido por el Supremo, conserva un caudal de apoyos envidiable que todavía busca representación para los comicios del año que viene.

En Israel, Benjamín Netanyahu registra altos niveles de rechazo, pero reina con aliados tan extremistas como él en virtud de la implosión del sistema de partidos tradicional, que hizo desaparecer al centro. Eso le permite demorar las causas por corrupción que se le siguen, mantenerse en el poder y hasta perpetrar, no sin resistencias fuertes pero también con respaldo social suficiente, un genocidio en toda la regla en la Franja de Gaza.

Estados Unidos, Brasil, Israel y Argentina: una misma tendencia, causas divergentes

Alcanzan esos ejemplos para señalar que la radicalización de los electorados de centroderecha o parte de un conservadurismo estándar responden a realidades y problemáticas extremadamente diferentes.

Lo que en Estados Unidos es una insatisfacción con las respuestas de la política tradicional a –por decirlo groseramente– la dislocación de industrias y empleos por la globalización –fenómenos vehiculizados por un comercio internacional libre–, en Brasil es una respuesta macartista a una izquierda emparentada –como si fuera su monopolio– con la corrupción, en Israel es un expediente homicida para terminar con "el problema palestino" y en Argentina es la crisis económica permanente.

Hay, sin embargo, algunos elementos comunes, dados básicamente por la falta de respuestas de la política tradicional a problemas que dejan solo e inerme al individuo, al punto de hacerlo sentir que su futuro ha quedado escindido de la acción colectiva.

La era de la soledad

En esas condiciones, el ser humano aislado se deja representar por una nueva política del resentimiento, basada en micromensajes muchas veces contradictorios entre sí pero eficaces para movilizar a grupos muy segmentados. Busca, con esa herramienta, enfrentar el impacto socioeconómico de la globalización, la precarización de los mercados laborales, su reorganización en forma de plataformas o cuentapropismo de subsistencia, el aislamiento del teletrabajo anticipado por el Gran Confinamiento, el terrorismo y, por qué no, las crisis recurrentes.

Si la política se despoja de todas sus formas conocidas de agregación de demandas y representación de lo social, ¿puede seguir siendo considerada propiamente "política"?

En esa lógica se inscriben el macartismo, el rechazo a los populismos populares, el llamado anti-wokismo y otras formas de repulsa a la reivindicación grupal.

En la era de la soledad puede pasar sin escándalo la Doctrina Lemoine, que reza que es preferible que sólo los débiles perezcan antes de que "todos nos vayamos al tacho". Ojo: la idea expresa un sentimiento profundo –por macabro que sea– que no debería mover a risa.

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Lilia Lemoine, vocera sin atril de Javier Milei.

Lilia Lemoine, vocera sin atril de Javier Milei.

Hoy, aquí, todo vale en pos del veto contra los jubilados, las personas con discapacidad y la salud y la educación públicas.

¿Realmente sorprende que, en la Argentina que ha extraviado la empatía, el hombre que encarna el "espíritu de la época" sea quien es?

La política ya no es ni será lo que fue, lo que supone un desafío gigantesco para las propuestas populares, cuya esencia son las ideas de solidaridad y comunidad. Para volver a pensarla, a armarla, tal vez haya que prestar atención a ciertos reflejos de dignidad que algunas personas no se permiten abandonar, ni siquiera frente a los abusos de poder más desproporcionados.

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Mauricio Macri perdió el control del PRO en Córdoba
Javier Milei y los principales candidatos de LLA. 

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