NUEVA YORK (Especial) Nada más elocuente para percibir el efecto de una campaña -en este caso, la que protagonizan Kamala Harris y Donald Trump en Estados Unidos- que hacerlo sin zambullirse en lecturas profundas, datos, análisis ni debates políticos. No saber demasiado, caminar la calle, mirar, conversar...
Si en las campañas políticas se trata de merterse en la conversación de la gente, de interpretar sentimientos y resentimientos, de conectar con las emociones y humores del momento y, fundamentalmente, de montar espectáculo por sobre las argumentaciones, las explicaciones y los programas, está claro que la de Trump resulta rotundamente más efectiva y contundente. Simple, llana, directa, entendible y de impacto. Desbordante, se podrá decir, para los cánones habituales. Condensable en un meme, pagadiza como el estribillo de una canción popular. No por eso más fácil y, mucho menos, improvisada. Sin embargo genuina, auténtica. Al menos así se muestra y así se percibe. Nada producida.
Por eso alcanza con no tratar de complejizar el análisis de qué campañas funciona mejor. Porque, si hace falta explicar, estamos frente a un problema.
Si se trata de medir las campañas, tal vez sea más fácil para los desprevenidos que para los especialistas. Para los distantes que para los involucrados. Para los meros observadores que para los analistas profundos y meticulosos.
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Un falso Donald Trump en Nueva York.
Se trata de Donald Trump
Trump se impone, se ve, se escucha. Su imagen se vende como estampita por las calles y el transporte de una ciudad tan cosmopolita como Nueva York. La venden migrantes, con tanta pasión como necesidad. Es objeto de burlas, disfraces en Halloween y vulgares imitaciones en la 5ta Avenida. Parece omnipresente. Es el tema de conversación. Podrá ganar o perder pero, a esta altura, es indudable que se trata de Trump. A favor o en contra. Para bien o para mal. El divisor.
El desprevenido capta rápidamente de qué va su campaña. Como sucede con la derecha global: la promesa de retorno a un pasado que fue mejor, de ir contra todo lo establecido, de poner al establishment como villano y responsable de todos los pesares, que claramente son muchos y se han ido incrementando. De ir contra la inflación, de poner mano dura contra el delito, de no gastar recursos en guerras ajenas ni en políticas que se supone favorecen a minorías. Devolver trabajo, grandeza, barrer al delito, cerrar fronteras. Mejorar lo propio. Canalizar la ira, el resentimiento o la cólera, que en definitiva movilizan el voto.
Todo eso se percibe. Se capta. Está en la atmósfera, en la calle. No hace falta profundizar. En cambio, para contrastar con la propuesta de Kamala Harris hay que leer, buscar, preguntar, analizar, corroborar. Del lado demócrata hay artistas pero no hay espectáculo. Hay adhesion pero no hay conexión. Hay mayor educación entre sus seguidores, tal vez, pero ausencia de vibra.
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Un falso Donald Trump en Nueva York.
Frases globales
Por eso, y solo en el plano de las campañas, lo mejor para ver si funcionan sea ese espectador que no revisa los datos, que no lee los análisis de los medios y que trata de entender sin anteojeras ideológicas. Hay muchísimas diferencias con la Argentina, pero hay conversaciones que parecen calcadas.
“Soy ecuatoriano, llegué hace 28 años a Nueva York y sé lo que es ser ilegal, aunque hace mucho que ya no lo soy. Trabajo de mozo acá, en este mismo restaurante de Little Italy hace varios años. La inflación nos fue liquidando. La vivienda, el transporte, el combustible... todo fue aumentando sin parar. Con (Barack) Obama estábamos bien. Veníamos muy mal. Ahora estamos cada vez peor. No sé si voy a ir a votar, por suerte no es obligatorio como en mi país”, cuenta Antonio.
-¿No te preocupa la postura de Trump con los inmigrantes?
-Yo fui ilegal y entiendo la situación, pero tampoco puede entrar cualquiera. Hay que controlar, porque hay mucho delito, mucha gente que no quiere trabajar. Hay que parar la inflación. Hay que dejar de mandar plata para la guerra. Eso Trump lo va a hacer. Se van miles de millones de los contribuyentes para una guerra que ni sabemos… para defender la democracia de no sé dónde. Necesitamos la plata acá.
Con sus más y sus menos, en la campaña argentina se escuchaban argumentos similares en los votantes de Javier Milei. “Ya probamos todo, vamos a ver qué hace este loco".
Es cierto que Trump ya tuvo su paso por la Casa Blanca, pero se lo sigue percibiendo como en outsider.
Progresismo sin progreso
¿Obedece el auge conservador a excesos en la cultura woke? Tal vez suceda que, como tantas causas, la radicalización de sus reivindicaciones haya provocado su reverso. O el incumplimiento y la insatisfacción con cuestiones vitales, básicas, las haya dejado fuera de cuadro. Para otro momento.
Ese trabajador ecuatoriano del restaurante de Little Italy sabe perfectamente que hace no tanto el plato de tallarines costaba la mitad, que lo que gastaba por semana de gasolina era un tercio y que se tuvo que mudar cada vez más lejos para conseguir vivienda soportable para su salario. Que la ciudad está sucia y que el delito es paisaje cotidiano en su trayendo al trabajo. Y hablamos de Nueva York.
En Estados Unidos, como en Argentina y tantos lugares del mundo, se juegan cosas similares. Se podrá decir que de inflación nadie nos puede hablar, pero en su contexto impacta en todos lados. El deterioro constante, una política encerrada en la dialéctica de la defensa y la inclusión que defiende y que incluye poco. El progresismo que no progresa. Mucho de simulación. Tal vez todo resulte una exageración. Tal vez vamos de extremo a extremo. Causas y consecuencias. Lo cierto es que, en tono de campaña, hay una que se entiende y otra que es opaca, difusa. Como sucede en Argentina con gobierno y oposición.
Con todo, esto es la campaña: las elecciones son otra cosa.