Algunos acompañan del otro lado del teléfono. Con la zona rodeada de periodistas, sus amigos de siempre prefieren esperar a que baje la espuma antes de acercase a la torre River View en la que vive Alberto Fernández, en Puerto Madero. En el piso 12, solo, el expresidente pasa sus horas más oscuras enfocado en el diseño de la estrategia judicial para hacerle frente a la causa por violencia de género en la que fue denunciado por su expareja Fabiola Yañez.
Fernández sabe que su derrotero judicial recién empieza. La declaración de Yañez apenas fue el primer paso de un camino “muy largo”, que incluirá un desfile de testigos y semanas de revelaciones en Comodoro Py. Está deprimido y enojado con los más cercanos que dejaron de llamarlo porque ya no confían en su palabra.
Este viernes, la revelación de la secuencia de conversaciones que Yañez mantuvo con la histórica secretaria del expresidente, María Cantero, terminó de detonar algunas relaciones. Quienes albergaban la esperanza de que las acusaciones fueran falsas, se amargaron con los chats que leyeron en las últimas horas. Algunos cruzaron mensajes y llamados. Hablaron de la “doble personalidad” del expresidente, aunque mantienen la preocupación por su integridad física.
“Alberto podía ser mentiroso, pero no imaginamos algo tan monstruoso escondido”, se dijeron este viernes, vía telefónica, dos excolaboradores, “impactados” -según sus palabras- por las revelaciones. En la intimidad, el expresidente había ensayado algunas explicaciones cuando se conocieron las primeras acusaciones de violencia. Habló del “calvario” que le tocó vivir por el consumo problemático de alcohol de parte de Yañez. Sus amigos lo confrontaron: le dijeron que eso no justificaba la violencia de género.
Los amigos, entre la contención y la distancia
Fernández vio a unas pocas personas desde que estalló el escándalo. Dos integrantes de su círculo histórico, Julio Vitobello y Alberto Iribarne, corrieron a Puerto Madero el sábado 3, alertados por Diego Sandrini, custodio del expresidente que los llamó preocupado cuando vio que se hundía en la depresión. Fernández ya sabía que Clarín publicaría al día siguiente la primera nota con las revelaciones de la causa.
El expresidente todavía hablaba del supuesto “vuelto” del juez federal Julián Ercolini y del multimedios por sus denuncias en el caso de Lago Escondido, el viaje que compartieron magistrados judiciales, ejecutivos del grupo y exfuncionarios porteños a la estancia de Joe Lewis. “No puedo creer lo que me han hecho, es una canallada”, repetía, pero el avance de la causa judicial y el testimonio de Yañez empezaron a cercarlo.
Ya con poca confianza en sus palabras, algunos amigos señalaron que se limitaban a acompañarlo “desde lo humano”, preocupados por su estado de ánimo. “¿Cómo ustedes no me creen?”, se indignó por los que dejaron de llamarlo.
Pocos decidieron hablar en público. Jorge Argüello dio una muestra de lealtad incondicional y se arrojó solo sobre la granada. Había ido al programa de Carlos Pagni a hablar sobre política exterior, pero, sin que el periodista le preguntara, decidió meterse en la causa por violencia de género. “Cuando escuché las denuncias de golpes me pareció inverosímil. Conozco a Fernández desde hace décadas, he conocido sus distintos matrimonios y parejas y jamás he escuchado hablar sobre esto. Está la denuncia hecha, está abierta la causa, están trabajando fiscales y jueces, pero siento que tengo la obligación de hace esta aclaración”, dijo el exembajador argentino en Estados Unidos.
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Fernández y Argüello son amigos desde hace más de 40 años. Compartieron estudios en la Facultad de Derecho. De ese grupo también formaba parte el diputado Eduardo Valdés, que la semana pasada dijo que le costaba creer que la acusación fuera cierta. “Lo conozco desde los 18 años. Me dice que es inocente, lo veo con decisión de probarlo”, contó, con cierto dejo de esperanza.
Aquella banda de amigos se completaba con Vitobello, Iribarne, Carlos Montero, Guillermo Oliveri, Claudio Ferreño, Miguel Pesce y Raúl Garré, todos dirigentes del peronismo porteño que tuvieron algún paso por la administración del gobierno del Frente de Todos. Muchos de ellos ya no tienen comunicación con el expresidente, divididos entre la desilusión y la desconfianza, aunque lamentan la "lapidación pública" de Fernández. "La causa judicial ya es lo suficientemente grave", aducen.
Alberto Fernández con amigos en el café Las Palabras
Fernández y sus amigos durante la campaña 2019: Alberto Iribarne, Eduardo Valdés, Julio Vitobello, Carlos Montero, Guillermo Oliveri, Jorge Argüello, Claudio Ferreño y Miguel Pesce.
Aunque corrió en su auxilio la semana pasada, Vitobello tampoco volvió a verlo. El vínculo entre el expresidente y el exsecretario general de la Presidencia ya se había enfriado una vez finalizado el gobierno del Frente de Todos, un ciclo que todos definen como “muy desgastante” en la diaria. El exsecretario general de la Presidencia ni siquiera sabía que Fernández se había separado de Yañez. Otros excolaboradores, tampoco. El expresidente no lo comentó cuando volvió de España.
“Alberto siempre fue muy cerrado en los temas personales. Nunca hablaba de eso”, apunta un hombre que conoce bien al expresidente. Los integrantes de su círculo íntimo casi no lo veían. La exprimera dama no participaba de encuentros con contenido político. Incluso los amigos de siempre dicen que no tenían acceso a la intimidad del hogar, en Olivos. Solo hacia el final de su mandato, Fernández reconocía ante un círculo reducido que la relación con su pareja estaba detonada. No imaginaron hasta qué punto.
El refugio de Fernández
Fernández cambió el número de teléfono (un celular se lo llevó al Justicia en el allanamiento) y pasa sus horas en el departamento que -dice el expresidente- le prestó hace varios años el empresario Enrique Albistur, uno de los pocos que compartió almuerzos y cenas con Fernández y Yañez junto a su pareja, Victoria Tolosa Paz, que también se mantiene en silencio.
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Alberto Fernández, Fabiola Yañez, Victoria Tolosa Paz y Pepe Albistur. Mundial 2022.
El departamento de la torre River View "es chico", apuntan quienes conocen la propiedad. Tiene un living comedor y una habitación en suite donde duerme Fernández. El expresidente recibe allí a muy pocas personas y no sale siquiera al balcón para evitar las cámaras que apuntan al ventanal desde la vereda. Como Argüello, Valdés y Olmos, Albistur forma parte del grupo que intenta contenerlo emocionalmente. Lo mismo hace su hermano, Pablo Galíndez, que la semana pasada se instaló en el departamento.
El ex jefe de Gabinete Santiago Cafiero también le escribe. Le tiene cariño personal. La semana pasada le recomendó que se enfocara en la estrategia judicial y evitara hacer declaraciones a los medios. Fernández dijo que sí, pero le hizo poco caso. Después de eso, le dio una entrevista al diario El País y otra a El Cohete a la Luna. La llegada de su nueva abogada, Silvina Carreiras, lo ayudó a concentrarse en la estrategia de defensa de la causa y parece haber ordenado un poco más sus intervenciones públicas.
La renuncia anunciada al PJ
Aunque estaba en uso de licencia desde marzo, el miércoles Fernández presentó oficialmente su renuncia a la presidencia del Partido Justicialista (PJ). “Con mi alma lastimada por tanto escarnio y siendo víctima de una cruel operación que también lastima a mis hijos, saludo a cada compañero y compañera con mi compromiso de siempre”, dice el texto que le llegó a Olmos, apoderado del partido.
Días antes, Olmos había hecho honor a su amistad y le había avisado a Fernández que había mucha presión interna sobre su persona y que varios consejeros querían pedirle públicamente la renuncia. Le sugirió que se adelantara. Fernández se fastidió, pero terminaron acordando un texto de salida.
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Tres minutos después de que se conociera esa noticia, el PJ de la Ciudad, que preside Mariano Recalde, publicó un comunicado en el que solicitaba formalmente que se le pusiera fin a la licencia de Fernández y se lo apartara definitivamente del partido. El texto ya había llegado antes a oídos del expresidente, en la soledad de Puerto Madero.