La pregunta está siempre latente. ¿Hasta qué punto podrá Milei forzar y estirar su rol de intérprete de una historia que empieza a mostrar la verdadera complejidad de su trama? Debe saber: lo nuevo no lo es eternamente y el tiempo aleja al pasado. Dicen que, producto de esta lectura, hay evidencias de un mayor pragmatismo.
Contrapesos
Decía un taxista mucho antes de las elecciones: “Yo voy a votar a este loco porque hay que probar algo nuevo. Los demás ya estuvieron todos y así quedamos, cada vez peor. Milei está loco, pero sabe de economía y por ahí la pega. Total, con probar… si perdimos siempre, si estamos perdidos...”.
En otro diálogo, pero ahora de estos días, un comerciante y un proveedor se explayaban largamente sobre el descalabro de precios y la caída en las ventas, entre otros tantos lamentos. Sin embargo, antes de despedirse, el comerciante largó su vaticinio: “Hay que tener fe en que vamos a salir. Éste está loco, pero en una de esas la pega. Hay que aguantar, que vamos a salir”.
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Frente a la desesperanza, la bronca y la escasa perspectiva de mejora, Milei ofrece, de manera inédita, sufrir para tener futuro. Y en eso anda, con una parte importante de la opinión pública soportando y sufriendo, seguramente más que antes, pero esta vez con la esperanza de estar recorriendo el camino hacia un futuro mejor. ¿Cuánto está dispuesta a soportar y cuánta certeza hay de un futuro mejor? Ese es el punto de inflexión sobre el que se tejen mil especulaciones.
Claro que los diálogos anteriormente reflejados son parciales y de ninguna manera representan de manera científica el estado actual de la opinión pública, pero bien valen para intentar describir el peso de la narración, la potencia de la historia y su resistencia frente a una trama profundamente compleja. Gustavo Marangoni lo explica así: “Milei se apoya sobre precios y valores. Va con el pie del poder simbólico (valores) adelante que le permite, por ahora, soportar la acumulación de perjuicios económicos. La famosa batalla cultural hasta bajar la inflación a un dígito pareciera ser la gran apuesta, aunque tal vez los daños colaterales (por caso, el desempleo) puedan opacar ese cometido. Será otra historia".
Narrativa y tiros en los pies
Por eso, lo que de ninguna manera puede permitirse Milei es trastabillar con ese pie que representa, desde la campaña hasta ahora, su principal activo: la pelea contra la casta y todo lo que esa etiqueta encierra. Habrá que ver, en ese sentido, cuánto daño le pueden provocar hechos como el de haberse aumentado el sueldo (luego corregido), el nombramiento de Daniel Scioli, la postulación de Ariel Lijo, las internas en sus filas parlamentarias y del gabinete, las agresiones a la prensa, su estilo burlón, su modo troll y el misterio de los perros; episodios que, si bien algunos quedan encapsulados en los microclimas del poder, otros derraman en el océano del gran público. Aunque por ahora parezcan inocuos, hay que advertir que van conformando un sedimento que, frente a un inesperado disparador, pueden activarse y ser resignificados por la opinión pública. La potencia de la narrativa por ahora los disimula; el autoaumento de los senadores tapa el de su gabinete y alcanza para que su cruzada contra la casta no se vea afectada aunque, por ejemplo, no toque a la casta judicial. Se filtran “curros” para dar combustión a la motosierra y se difunden abusos del gasto público y bochornos del Estado para disimular los favores, por caso a las tecnológicas, que resultan cuantitativamente más decisivos.
¿Está bien plantear si la narrativa se impone a la realidad o viceversa? No. Sería cometer el mismo error en el que se incurre cuando se intenta separar la política de la comunicación. La narrativa es exitosa porque abreva en la opinión pública. La prueba fue la marcha estudiantil. La potencia de la causa dejó estéril al relato oficial.
La bomba y la guerra fría
En Punto de inflexión, la exitosa docuserie de Netflix, se cuentan los efectos de la bomba atómica y de la guerra fría. Esos hechos que hacen que ya nada vuelva a ser igual.
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Por ahora, las ondas expansivas de los sentimientos que provocaron o desencadenaron el triunfo de Milei siguen aturdiendo a gran parde la dirigencia política. Sobre todo, a una oposición que prefiere especular con un episodio que actúe como punto de inflexión (por eso la ilusión con el reclamo universitario) en el vínculo entre el Gobierno y la opinión pública. Especula, tal vez, con la inminencia de algún disparador al estilo del movimiento estudiantil en Chile (producto del aumento del transporte), la primavera árabe o el movimiento de indignados en España, por citar algunos ejemplos que también podríamos buscar en nuestra propia historia.
El anunciado tarifazo que aún no alcanzo su verdadera dimensión -se advierte- puede ser el quiebre, el disparador que vuelva intolerables los padecimientos que hoy se aguantan por los tormentos del pasado, aunque, en verdad, ese quiebre en la esperanza de la opinión pública se auguraba también antes y se fue posponiendo. Seguramente, porque se subestimó el hastío con lo establecido. Muchos creen, por pericia del discípulo de Jaime Durán Barba, Santiago Caputo. Es decir, por subestimar el poder magnético de las historias. Historias, hay que insistir, que se nutren de la realidad.
Como dice el escritor Hernán Díaz al referirse a su libro Fortuna, de extraordinaria repercusión: “Lo que me propuse fue invertir esta relación tan asumida entre literatura y poder y mostrar –a través del uso de las distintas voces– que el poder necesita narrativas y cómo, a su vez, las narrativas construyen al poder. Los relatos no son cuentitos inocuos, tienen la habilidad de transformar al mundo”.
Los detonantes
A diferencia de lo que hizo Cambiemos durante la presidencia de Mauricio Macri, la polarización de Milei no tiene como contraparte exclusiva al universo K. Los políticos, economistas o periodistas que son blanco de los dardos cotidianos conforman un abanico multicolor. Tanto, que el Presidente suele ser más efusivo en sus críticas contra quienes muestran voluntad de apoyo a su gobierno. Eso hace que su comportamiento no sea percibido como el de la casta. En términos ideales, o lo que se propone sostener, es que la polarización sea entre la gente (de bien) y los de siempre (que nos llevaron a la ruina).
El enfrentamiento del Gobierno con el mundo universitario abre un primer gran interrogante. La marcha por la educación pública ratifica que gran parte de la bronca que canalizó Milei era por la falta de futuro, en tanto el aguante a los padecimientos se explica por la posibilidad de que una medicina nueva represente el camino hacia un futuro mejor. Sin embargo, justamente el ataque a la educación pública va contra esa posibilidad de un horizonte mejor para las actuales y próximas generaciones. Es decir, produce una eclosión sobre casi la única expectativa de una movilidad social ascendente: la educación pública, de calidad e inclusiva.
Cuando la causa de la protesta tiene semejante potencia, porque representa algo tan valorado, el mal uso de la narrativa resulta estéril. La angustia de perder lo poco que genera cierta esperanza de una mejora en la vida de las generaciones actuales y futuras silencia el intento por demonizar al otro. En este caso, el relato se despegó del sentimiento predominante. ¿Error? Todo indica que, en su mayoría, la opinión pública seguirá castigando a quienes se opongan a la esperanza de un futuro mejor.
Marcha universitaria 2
Marcha universitaria contra el ajuste de Javier Milei
NA
La marcha en defensa de la educación pública fue una muestra, también, de cómo se puede explicar el fracaso de la política tradicional, en gran medida, por haber dejado de representar causas para encapsularse en las disputas políticas sin propósitos. La política abandonó hace rato el para qué. La disputa por espacios de poder, el internismo sin causa. Eso fue, en definitiva, lo que se leyó como casta.
¿Habrá, entonces, un punto de inflexión también para la oposición que no vaya atado a la suerte de Milei? Todavía parece una posibilidad lejana. Las autocríticas son, cuanto menos, erráticas o parciales. La estela de indignación nubla los intentos y estar enfocados en el quiebre entre el oficialismo y la opinión pública retrasa el proceso.
Quizás volviendo a sintonizar con las causas que movilizan a la sociedad esté alguna de las claves para intentar un nuevo camino de representación genuina y reconciliación con la ciudadanía.
Quizás, también, para contar con la fuerza de esas historias se necesite agudizar el olfato y detectar los campos magnéticos tan poderosos.
Escuchar y entender de nuevo, antes que predecir el quiebre ajeno.