“El Pacto de Mayo no es para generar consensos entre políticos", aclaró este miércoles Manuel Adorni, vocero del presidente Javier MIlei, casi al mismo tiempo en que el Gobierno convocaba a todos los gobernadores a un encuentro pautado para el viernes en la Casa Rosada. ¿A qué se supone que irían, entonces?
Embed - Conferencia de prensa | 06.03.24
Según el diccionario, pactar es acordar y acordar es convenir, concertar, armonizar, conciliar, concordar... Sin embargo, el Pacto de Mayo, que debería surgir de la voluntad de pactar (de convenir, concertar, armonizar, conciliar, concordar...) de las partes llamadas a firmarlo "no es para generar consensos". Sería, entonces, más que un pacto, una imposición, un antipacto.
Con Adorni como torpedero reformista lingüísitico oficial, el gobierno libertario deconstruye el lenguaje para ajustarlo a una narrativa que sostiene el plan único de Milei: doblegar a la casta, empujarla a la rendición incondicional para someterla bajo sus pies.
El no-Pacto de Mayo de Javier Milei
El Pacto de Mayo nació agonizando cuando, desde el atril con tarima de la Cámara de Diputados, después de descargar una tunda histórica de azotes sobre el lomo de "los políticos", Milei convocó a gobernadores y a todas las tribus de la casta que gustaran asistir a firmar diez compromisos que, además de estar tallados en piedra, sólo verían la luz si antes el Congreso aprobara la ley ómnibus que ya había chocado contra la fachada eclecticista grecorromana del palacio legislativo, un edificio construido por la generación de liberales que gobernó el país entre las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del XX.
Este viernes, el vocero presidencial le dio el tiro de gracia con una frase oximoronesca ("El Pacto de Mayo no es para generar consensos") que resume el plan único del gobierno libertario: con la casta, no.
Javier Milei
Javier Milei en campaña: promesa de motosierra para la casta.
Milei solo rinde cuentas ante su pueblo, engordado por un 26% del electorado prestado para el ballotage pero sostenido por un 30% que aparece dispuesto a defenderlo incluso con el cuerpo en tanto y en cuanto el líder cumpla la promesa fundacional: muerte a la política.
Milei no puede, entonces, dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada y entregarse al juego sucio del "toma y daca". Se encargó de dejarlo bien claro desde su atril con tarima: no se calzó la banda para gobernar con la política.
Sin plan B
Si lo hiciera, debería negociar, transar, entregar, ceder a los reclamos de la elite que custodia, para conservar sus privilegios, el modelo que empobrece a la Argentina desde hace un siglo.
Si lo hiciera, quebraría el pacto que firmó con sus votantes, que es el único que lo guía porque es el único que lo sostiene.
Si lo hiciera, traicionaría a esa tribuna que pide sangre, cueste lo que cueste; que lo arenga a, en todo caso, morir con las botas puestas.
Si lo hiciera, se convertiría en calabaza y el filo de la motosierra acaso comenzaría a romper fibras en la malla del 30%.
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El tamaño de la promesa (muerte a la casta) y la monumentalidad de las reformas que vino a llevar adelante para terminar con el Estado criminal y liberar a los argentinos no admite claudicaciones ni tibiezas. Milei no puede negociar nada con una banda de ladrones prebendarios.
Adorni dice la verdad. Milei no quiere -porque no puede- construir consensos: busca imponer sus diez mandamientos para mostrarle a su tribuna el brazo torcido de la casta; la rendición de la política.