OPINIÓN

Javier Milei, el topo rabioso: la agresión a periodistas como estrategia de campaña

El Presidente volvió a cargar contra la prensa. Las claves aristotélicas, el plan detrás de los insultos, viejos vs. nuevos medios y la paradoja de la libertad.

El discurso de La Libertad Avanza de las últimas semanas, centrado en el ataque a los periodistas, pareciera haber sorprendido a algunos. Ya vimos la mirada atónita de Cristina Pérez frente a Manuel Adorni, que la trató de mediocre, o los lamentos de Joaquín Morales Solá cuando Javier Milei lo llamó ensobrado.

Sin embargo, lejos está eso de ser excepcional. En realidad, deviene de una estrategia discursiva que está en el centro de la concepción de la política y de los intereses del Presidente.

El discurso de Javier Milei

Desde los orígenes de la retórica aristotélica, los discursos se analizan a través de tres conceptos. El Ethos, el Pathos y el Logos. El primero surge de analizar la autoridad del hablante, de dónde parte su poder. En el segundo, se advierten las emociones que dominan su discurso: qué sentimientos el interlocutor quiere expresar, transmitir o busca generar con sus palabras. En el tercero se encuentran las estrategias argumentativas, qué conceptos dominan el habla del orador.

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Para Javier Milei, la repercusión en las redes de la criptoestafa fue incluso más dañina que el discurso homófobo que dio en Davos.

Para Javier Milei, la repercusión en las redes de la criptoestafa fue incluso más dañina que el discurso homófobo que dio en Davos.

En cuanto al Ethos, Milei siempre se ubicó desde un saber específico: el de la economía. Con libros y disertaciones como profesor universitario, ha impuesto la idea de que es un experto en “crecimiento económico con o sin dinero”. A lo largo de dos años, desde su irrupción mediática en programas de debates, se definió como un defensor de las ideas del liberalismo extremo en la vertiente austríaca. Su remanida muletilla “la inflación es un fenómeno monetario”, lo posicionó en las antípodas de cierto lugar común de las ciencias económicas que, en general, hablaban del costo laboral, del tipo de cambio o del peso del Estado. Este discurso contrahegemónico se veía potenciado por su imagen estrafalaria, el pelo revuelto, la mirada furiosa, la voz destemplada.

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Estos modos nos llevan al otro concepto aristotélico: el Pathos. Milei utilizó durante todo este periplo televisivo la furia como el rasgo saliente de sus interlocuciones. El improperio, la gestualidad procaz, el rostro ardiente, comenzó a ser el comentario cotidiano sobre este nuevo personaje de los programas televisivos, que rebotaba luego en redes y se hacía famoso. Algunos comenzaron a ver que esos ataques de furia conectaban con la bronca que dominaba el imaginario social. La pregunta era: ¿está loco o se hace?

Por último, el Logos. Milei comenzó a desarrollar en diferentes ámbitos y medios sus argumentos libertarios en el campo económico sobre la base de la teoría austríaca de la economía. Ludwig von Mises y Murray Rothbard comenzaron a circular como los nuevos referentes de la economía local, en el que un extremo monetarismo se apalancaba con el cambio de época impuesto por la reconversión económica del mundo: bitcoins, financierización capitalista, economía de la atención, aceleracionismo. El salto tecnológico exigía un salto político. Milei era la novedad, la diferencia. Si todos los otros caminos habían conducido al fracaso (el radical, el kirchnerista, el macrista), había que tomar otro rumbo. El cambio. La libertad.

El agonismo liberal

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Un dólar barato que se parece a la Convertibilidad de Carlos Menem

Un dólar barato que se parece a la Convertibilidad de Carlos Menem

En el fondo, la utilización por parte de Milei de estos tres artilugios tiene el claro objetivo de dar una batalla política. En dos grandes frentes. Contra la “casta” (el establishment político), que le permite ser el outsider, el que viene de afuera del sistema, aunque, paradójicamente, ahora está a su cargo. Una suerte de hacker de la política que, infiltrado en el sistema, lo destruye por dentro: el topo.

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¿Cómo no podrían identificarse con Milei los jóvenes que se han visto siempre afuera del mundo solo conectados por redes y plataformas? ¿Cómo no van a encontrar afinidades con este personaje que utiliza sin eufemismos su lenguaje, desinhibido, soez? ¿O hay que explicar lo que significa mandriles?

Javier Milei y la batalla contra el periodismo

En esa línea, Milei da la otra batalla. La batalla contra los administradores tradicionales de la información. Periodistas y medios consagrados, todo en medio de esa otra ruptura, la de la ecología mediática. Disputa entre viejos medios y nuevos medios, entre corporaciones que utilizan al periodismo como factor de poder y los usos, en apariencia, libres, autónomos, individuales, de las redes. Milei se para de ese lado, hace streaming cuatro horas con Fantino como si no tuviera otra cosa que hacer. Si Perón fue un hombre de radio, Menem de la televisión abierta y Cristina de palcos, Milei es streaming, Tik tok, hipermediaciones, diría Carlos Scolari. El engranaje, diría Heidegger.

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Resulta una paradoja, pero el significante definitivo del populismo autoritario es la libertad, su mantra. En ese sentido hay un doble juego: romper el status quo y redefinir la democracia del siglo XXI. Tecnofeudalismo, guerra comercial y aceleracionismo. Y lo peor es que son mefistofélicos (rezan en las reuniones de gabinete, invocan a fuerzas del cielo, se declaran cruzados de un Occidente imaginario), devotos de un Dios aparte: el dinero.

Javier Milei y Karina Milei.
Perón.

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