Un meteorito se aproxima a la Tierra. Si no hay un plan para evitarlo, podemos desaparecer como los dinosaurios. ¿Qué puede estar diciendo la gente sobre el tema? No lo sabemos. En el búnker digital que tiene Santiago Caputo en la Casa Rosada ya deben tener una idea. Que nadie se sorprenda si Javier Milei habla al respecto. Así funcionan, porque Milei no es un ideólogo, es un influencer.
Probemos, si no, con el raid de las últimas semanas, en especial, desde la asunción de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Desde ese día, el presidente argentino se largó a una aventura discursiva con pocos antecedentes. Primero fue para defender el gesto nazi de Elon Musk, después fue el discurso de Davos contra la agenda de género, ahora la salida de la Organización Mundial de la Salud para acusarla de ser responsable de la pandemia. Milei pareciera subir en cada caso la apuesta.
¿Cuál es el objetivo del presidente? ¿Convertirse en el ideólogo de las derechas alternativas, el príncipe maquiavélico de la neorreacción global?¿O acaso son las acciones de un desesperado influencer global que necesita, como en el juego de los platos que giran en el aire, que todo siga para que el FMI le preste unos miserables dólares? Ya sabemos que no está loco, pero ¿se hace?
Javier Milei y sus magos
Desde la publicación de los ensayos de Giuliano Da Empoli, El mago del Kremlin o Los ingenieros del Caos, entendimos que hay “un manual de operaciones” reaccionario. Los pasos son claros: romper el status quo, aprovechar la rabia acumulada de los pobres, dejar atrás lo políticamente correcto y dirigir los mensajes a la brecha que abrió la diferencia entre los derechos de reconocimiento y los distributivos. Más derechos a la identidad, menos al trabajo, la vivienda, la salud. El capitalismo digital facilitó el consumo simbólico mientras ajustaba el consumo material. Así se viene la rabia que ellos mismos crearon. La culpa es de la democracia, no de la revolución tecnológica.
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Karina Milei y Santiago Caputo.
Así, el mundo asiste a una nueva transición epistémica. La economía del conocimiento está haciendo volar por los aires las construcciones del fordismo, lo que quedaba de eso. Trabajo, política, cultura, educación... los cimientos de las sociedades del siglo XX se evaporan y a la sustitución de las creencias religiosas por la política le sucede ahora la del narcisismo. Pasamos de la ciudad de Dios a la polis moderna y ahora entramos en las sociedades del solipcismo simbólico. De la trascendencia religiosa o política a la inmanencia del ego en una búsqueda desenfrenada de satisfacciones inmediatas. Fueron las redes sociales como Facebook, Instagram o Tik Tok las que configuraron esa otra subjetividad. Ya estamos en conocimiento de eso. Fragmentación social, silos de consumo, economía de la atención, conservadurismo simbólico.
Rodolfo Walsh decía que, ante las crisis, los pueblos vuelven sobre sus pasos, al lugar donde se sienten más seguros. En un artículo reciente, Artemio López hacía mención a la paradoja de Tocqueville: es la igualdad la que aumenta el deseo de igualdad y las tensiones consiguientes, a diferencia de las situaciones de empobrecimiento, que potencian la pasividad. No esperemos, entonces, una rebelión en la granja.
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El peronismo Cristina Fernández de Kirchner, Axel Kicillof y Sergio Massa se enrosca en su interna.
Ahora, si no comprendemos que Milei es el síntoma y no la enfermedad estamos en más problemas. Ya sabemos que Milei ganó sin programa, que en el encierro de cuatro meses en el hotel del grupo IRSA recibió la hoja de ruta. De allí salieron los pilares del gobierno libertario: el programa financiero con Toto Caputo, el ajuste estatal con Federico Sturzenegger y la estrategia comunicacional con el otro Caputo. A esto se sumaron, para los quehaceres domésticos, los Menem, algunos gobernadores aliados, los tránsfugas de siempre y los desesperados medios de comunicación tradicionales con sus periodistas y comunicadores sociales dispuestos a ayudar al vencedor, pero nada más que eso. ¿Es poco? Por ahora, es suficiente. El objetivo: una nueva acumulación económica por parte de los sectores dominantes. En su libro Tecnofeudalismo, Cédric Durand lo llama depredación. La inflación a la baja es la llave de mandala. Ninguna mediación social (ni siquiera el aparato comunicacional más grande que podamos imaginar) es más importante que el dinero. Todo se intercambia por ese medio, porque todo se mide con eso, y en el gobierno de Alberto Fernández eso fue para atrás día a día.
Una brújula para la oposición
¿Cómo sale la oposición de este laberinto? Mientras se afana en una lucha inquisitoria e infructuosa por definir qué es, la gente se movilizó por las causas comunes que nacieron fuera de la política: la movilización universitaria y la de las diversidades.
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La comunidad universitaria, la oposición y los sindicatos marchan contra el veto presidencial al financiamiento educativo y por una recomposición salarial. (Foto NA)
¿No resulta extraño que, mientras Milei arremete contra todo status quo, lo que moviliza a la oposición es lo plural? Hay en esto una disyuntiva a la vista: redefinir lo que compartimos o anclarnos en lo que nos separa. Mientras la oposición se hace preguntas existenciales, Milei surfea en la ola global tecnológica. ¿O no sabemos que pilotean ese territorio con cientos de empleados en la Casa Rosada observando lo que pasa en las redes?
Mientras tanto, la oposición, se mira el ombligo. En 2010, Marc Angenot publicó El discurso social. Los límites históricos de los decible y lo pensable, obra singular en la que el autor se propone analizar todos los discursos de una sociedad en un lugar y momento determinados. Lo hizo en el libro 1889, aún no traducido, de más de 800 páginas en el que analizó todo lo que se había publicado en Francia ese año. Milei está haciendo eso en las redes para dar su batalla y ya sabemos que franquearon el límite de lo decible.
¿Qué hace la oposición? Levanta la vista y mira llegar el meteorito. Cada día más cerca.