El tributo que le brindó Javier Milei a Jorge Bergoglio, jefe de una monarquía absolutista que lleva 20 siglos restringiendo el libre albedrío, es una revelación más del carácter fraudulento del relato libertario, estructurado sobre los pilares de la libertad y la rebeldía frente a los poderes establecidos.
Este lunes, en uso de la facultad presidencial de la amnesia, el jefe de Estado despidió con honores al papa Francisco -el nombre de fantasía que usó el exarzobispo de Buenos Aires mientras condujo los destinos del Vaticano, al cabo un Estado como cualquier otro-: a través de Twitter, en su cuenta personal y en la de la Oficina del Presidente, le dedicó un rosario de elogios al excompatriota al que había calificado de "representante del Maligno en la Tierra" y "zurdo de mierda", diferencias que ahora considera "menores" -difícil imaginar qué opina de las personas con las que mantiene distancias importantes-.
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El homenaje presidencial no se perderá en el frenesí inmaterial de las redes: después de tachar todos los compromisos que tenía agendados para los próximos días, Milei partirá a Roma para ponerle el cuerpo al funeral del rey muerto.
Casi todos y casi todas, con Jorge Bergoglio
El Presidente no fue el único que se entregó al ejercicio de la genuflexión. Con la excepción de la izquierda trotskista y alguna más -Miguel Angel Pichetto, duro crítico del papa, guardó un prudente silencio-, referentes de todas las fuerzas democráticas hicieron fila, como en la comunión, para destacar la figura del líder fallecido de aquella monarquía absolutista gobernada por una camarilla de unas cuantas decenas de señores que se arrogan la representación de unos 1.400 millones de personas que no tienen voz ni, mucho menos, voto: del cónclave -ultrasecreto- que definirá la sucesión de Francisco tomarán parte unos 135 cardenales menores de 80 años-.
Las fuerzas autopercibidas progresistas también rindieron tributo al rey muerto de una monarquía ultraconservadora que sigue pretendiendo -con notable éxito, a esta altura del partido- someter a la humanidad al imperio de unas normas morales escritas hace más de dos mil años. Es el gobierno del miedo: si te portás como nosotros decimos, vida eterna en el paraíso; si no, infierno por los siglos de los siglos; un poder fáctico que actúa como una superestructura que, autoproclamada reserva moral de la Patria, se asume con derecho a sermonear a personas que, con sus luces y sus sombras, acceden a los cargos que ejercen después de someterse al escrutinio público y reciben el respaldo de porciones importantes de sus comunidades.
Lo hicieron, incluso, referentes ilustres de la marea verde feminista que logró torcerle el brazo al lobby de la Iglesia para la legalización del aborto. Lo hicieron a pesar de que la Iglesia mantiene proscriptas a las mujeres, a las que les niega el acceso a la carrera sacerdotal y, entonces, a sus estructuras de poder. La discriminación de las mujeres no cambió ni iba a cambiar en el reinado del reformista Bergoglio, según había reconocido el propio pontífice.
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Lo hizo Cristina Fernández de Kirchner, quien, después de los escarceos del primer kirchnerismo, que le imputó connivencia con la dictadura, se hizo íntima de Francisco y se consagró como la persona que ejerció la primera magistratura del país que más veces se reunió con el cura de Flores en su condición de papa.
CFK con el Papa
Cristina Fernández de Kirchner con el papa Francisco. Buena onda.
Lo hizo Mauricio Macri, que en algún tedéum falló graciosamente al ensayar una señal de la cruz que acaso no se había hecho nunca. Lo hizo a pesar del destrato (22 minutos de atención con cara de póker) que soportó la primera vez que peregrinó a Roma con la banda presidencial puesta para encontrarse con el papa jesuita -de visitante, como quienes lo antecedieron y lo sucedieron-.
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Mauricio Macri con el papa Francisco. Mala onda.
Lo hizo Alberto Fernández, que lo llora en su silencio de exilio interno y lo elevó a la categoría de "mayor líder moral de la humanidad".
Javier Milei también lo hizo
Si algo bueno podía esperarse de Milei, en la medida en que alguien creyera en la autenticidad de sus banderas de la libertad y la rebeldía antisistema y anticasta o a partir de los exabruptos de sus tiempos de panelista volcánico y hasta de diputado de la Nación, era que se plantara firme frente al poder opresor de la Iglesia.
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Javier Milei en su primer encuentro con el papa Francisco. Toda la onda.
VATICAN MEDIA
¿Qué podía esperarse, si no, de un fan de los liberales de la Generación del 80 -de Julio Argentino Roca y sus contemporáneos-, que limaron la inmensa influencia del clero en la sociedad del siglo XIX a partir de reformas laicisistas que le quitaron a la Iglesia cotos de poder de la relevancia de la educación y el registro civil?
Nada. Fraude. Milei desandó el camino de sus bravuconadas con el papa y terminó integrado a la casta en el tributo al rey muerto de la monarquía católica, a la que lo une la misoginia, la homofobia, la pasión antiabortista, que es pasión por la restricción de la libertad de las mujeres; el oscurantismo y la censura de las disidencias. En definitiva, dos gotas de agua.