La ráfaga de insultos que descargó Florencia Carignano en la sesión que celebró este miércoles la Cámara de Diputados marcó un salto más en la transformación de la conversación pública en una cloaca. Además, puso en primer plano el riego que suponen los liderazgos de fuerte tono personalista, como los de Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner (CFK).
En un discurso flamígero que pronunció parada sobre un paravalanchas del recinto de la cámara baja, transformada en tribuna de cancha, la diputada santafesina, referente de La Cámpora -del cristinismo duro-, les gritó "loca" y "gato" a colegas de otras bancadas que hacían su aporte atacándola desde sus bancas a micrófono cerrado.
Además, la emprendió contra Gerardo Milman por su presunta condición de ex "dopado". "Celebro que el diputado haya dejado los fármacos que lo tuvieron ahí tirado como una lechuga durante dos años", ironizó y festejó, también, que el ex mano derecha de Patricia Bullrich ahora presente cuestiones de privilegio en vez de "mandarnos a matar", de "gatillarnos, como intentaste hacer con Cristina", en referencia a la presunta responsabilidad del exsecretario de Seguridad en una conspiración para asesinar a CFK, en 2022, hipótesis que se fue diluyendo en tribunales.
Embed - La diputada Carignano apuntó contra Milman por el atentado a CFK
"Sí, sigo pensando que la quisiste matar y que tenés que demostrar en la Justicia qué pasó con tu teléfono, con los gatos que tenías de secretarias y con toda esa yunta (con la) que andabas por ahí", agregó la directora nacional de Migraciones del gobierno de Alberto Fernández, que condimentó sus alegatos con aquellas muy delicadas alusiones a presuntas alteraciones de la salud mental de una diputada y del supuesto ejercicio de modalidades soft de comercio sexual de otra de sus pares. "Callate, vos, loca". "Callate la boca, vos, gato".
De Javier Milei a CFK, la discusión política en el barro
El ascenso de Milei al poder abrió un proceso vertiginoso de degradación de la conversación pública a partir de la incorpración de múltiples formas de violencia (xenofobia, homofobia, misoginia) que ejerce y legitima el propio presidente, combinada con la violencia institucional ejecutada por las fuerzas policiales a través de la represión brutal de la protesta social. Perseguir, castigar y censurar.
En busca de encajar en esta nueva era -de "aggiornarse" para no perder el tren de los nuevos usos y costumbres de la comunicación política, según explica su entorno-, CFK, en tanto figura central del peronismo y referencia de contraste del oficialismo en la construcción de su ser anticasta, decidió bajar al barro que propone el Gobierno como tribuna para disputar la atención del electorado, transformado ahora en un multiverso de audiencias hiperfragmentadas.
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El invocativo Che Milei se convirtió en muletilla introductoria de los posteos en redes sociales en los que la expresidenta escondió a la oradora distinguida detrás de un lenguaje vulgar y agresivo que no ahorró insultos y descalificaciones. Ejemplos: llamó cachivache al jefe de Estado, "cachivache" y "burra" a una ministra.
La violencia es de Javier Milei
Lo dicho mil veces: ejercida por la máxima representación del poder político refrendado por el voto, la violencia se convierte en una herramienta legítima y en un modus operandi que se naturaliza como normal. Concretamente: Milei es el principal responsable de las posibles derivaciones, réplicas y consecuencias de la violencia validada y habilitada como instrumento.
Con todo, era esperable que la oposición, en tanto crítica de la deriva autoritaria del Gobierno, marcara la diferencia. En cambio, se entregó al juego, acaso producto de la desperación por no quedarse tan afuera.
Javier Milei - Cristina Kirchner
Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner (CFK) pelean en el barro.
Milei legitimó la violencia, pero CFK podía declinar el convite. En cambio, prefirió echar más leña al fuego, dar el (mal) ejemplo y arrastrar a quienes responden a su liderazgo en el descenso a los sótanos libertarios.
Carignano, que no es una ciudadana cualquiera -ni siquiera una militante cualquiera-, sino la depositaria de un mandato de representación ("Un gran poder implica una gran responsabilidad, le dijo el tío Ben a Peter Parker"), también podía elegir la cordura. En cambio, prefirió ser más cristinista que Cristina.
El último que apague la luz.