Su traslado al Sanatorio Otamendi por un "dolor lumbar agudo" fue este martes el epílogo de una jornada amarga para Alberto Fernández. En efecto, el aumento del 6,6% de la inflación de febrero dolió como una puñalada en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda. Eso es así, especialmente, porque el ultrasensible rubro Alimentos y bebidas superó por mucho el promedio –9,8%–, el registro interanual sobrepasó por primera vez desde 1991 la barrera psicológica de los tres dígitos –102,5%– y el acumulado del primer bimestre –13,1%– hizo trizas lo que, más que una proyección, era un deseo oficial –el 60% del Presupuesto–. Peor, imposible.
Más: en lugar de bajar de a poco, el IPC sube como un barrilete en la tempestad, y el viento trae un olor fuerte de fin de era. ¿Esto apunta la posibilidad creciente de una salida sin honor del peronismo del poder, para peor en medio de una situación que no solo pone en severa cuestión su supuesta condición de partido del asado para los pobres sino, peor, de partido de la gobernabilidad? Puede ser, aunque lo imponderable no puede descartarse, pero es más que eso. Lo que parece terminar es la idea de que la política puede, en las condiciones actuales, conducir al mercado. En paralelo, la alternativa a eso podría doler y mucho en el cuerpo social.
El 6,6% de febrero empeoró las previsiones privadas y las oficiales, que apuntaban a que el 6 fuera un tope y e, incluso, que el guarismo se ubicara alguna décima por debajo. La explicación del desquicio de los precios internacionales en alimentos y energía causado por la guerra en Ucrania ya no sirve; aunque lentamente y no sin tropiezos, la inflación declina en todo el mundo debido a la aplicación de duros programas monetarios.
El desconcierto es grande, tanto que, en medio de la bulla opositora, Patricia Bullrich debió borrar –y reemplazar por una ironía– un tuit que señalaba que la inflación es un fenómeno multicausal. Habrá sido, seguramente, un lapsus, una recaída momentánea en el pensamiento peronista de izquierda de su juventud.
La derrota de la política
Este medio acudió a Ricardo Delgado, presidente de Analytica Consultora, quien habló de una cierta "sorpresa", señaló el impacto de la disparada de los alimentos en general y de la carne en particular y puso el énfasis en "una inercia ya muy difícil de frenar en el marco de un régimen de alta inflación", señalada ya en julio último por desPertar, el newsletter de Letra P. En el ínterin se fue Martín Guzmán y llegó Sergio Massa, y, más allá de sus conocidas diferencias, nada de eso cambió.
Delgado mencionó también el "evidente" fracaso de los Precios Justos como herramienta de contención, lo que lleva al autor de estas líneas a dar un paso más: lo que parece haberse agotado es la capacidad de la política de, al menos, moderar la dinámica del mercado. A esto, centralmente, alude la idea de fin de ciclo; lo que vendrá –¿en 2024; acaso antes?– será ajuste más draconiano y en modo de shock, dado el fracaso del gradualismo fiscal endeudador –de Mauricio Macri– y del de "rostro humano" de los ministros albertistas.
Se aludió recién a una desatada "dinámica del mercado"; eso se ancla en hechos concretos. Según el ecomomista, "una aguda escasez de dólares" en el mercado mayorista oficial, "empresas que cargan al dólar financiero sus costos de reposición" y "expectativas devaluatorias que nacen de una brecha del 80% que no se logra perforar" entre los tipos de cambio libres y el oficial.
¿CFK tiene razón?
Más de una vez cabe objetar lo que dice Cristina Fernández de Kirchner sobre la inflación, en especial cuando alude al carácter inocuo del déficit fiscal sin entender que el motivo de que este sea un problema mayor para la Argentina que para otros países radica en la falta de crédito para financiarlo. Sin embargo, acierta –como lo dijo el viernes en Río Negro– cuando menciona la falta de dólares como una causa relevante. Cabe, en este sentido, remitirse a lo explicado por el presidente de Analytica.
En ese sentido, el acuerdo para refinanciar la deuda macrista con el Fondo Monetario Internacional (FMI) es –como también dice la vice– inflacionario, toda vez que obliga a alinear el tipo de cambio oficial con el avance del IPC y a subir las tarifas de servicios públicos para reducir los subsidios. El exviceministro y actual consultor Emanuel Álvarez Agis coincide con ese diagnóstico y se pregunta –retóricamente – si no sería conveniente dejar caer dicho entendimiento.
En efecto, el maquillaje aplicado el lunes al acuerdo –reducción del objetivo de acumulación de reservas en un contexto de sequía y reducción drástica de la cosecha de soja– queda desfasado antes de nacer debido a la ratificación de la meta de bajar el déficit presupuestario al 1,9% del PBI. Ante la dilución de la idea de una inflación anual del 60% y el previsible encogimiento de la recaudación –de la actividad, en definitiva– Massa deberá rehacer todas las cuentas.
En lo que Cristina erra
Más allá de su idea de que el déficit fiscal es inocuo, CFK choca cuando pasa a la prescripción de políticas. Conciente de lo inaceptable –en términos tanto morales como sociales y hasta económicos– de la larga licuación de los ingresos, propone alinear precios, salarios, tarifas y tipo de cambio. En este punto se cierra el círculo: subir sueldos por encima de la inflación del 100% –con impacto en las cuentas públicas vía remuneraciones en el Estado, planes sociales y jubilaciones– y, a la vez, incrementar los subsidios pisando –otra vez– las tarifas provocaría una explosión de déficit que solo podría "financiarse" mediante una masiva suelta de pesos en el mercado. Encima, frenar las actualizaciones del tipo de cambio para usar esa variable como un ancla agravaría las expectativas de devaluación y ampliaría la brecha y la escasez de dólares. Justo lo que dice querer evitar.
La situación es seria. El Banco Central perdió este martes 145 millones de dólares más, el mayor monto en un mes, para hacer frente a importaciones, sobre todo de energía. Así, no hay visos de alcanzar ni siquiera la pauta de acumulación de reservas revisada a la baja por el Fondo.
Aunque La Cámpora se empeñe en enarbolarlo –atropellando en el camino al amigo "Sergio"–, el plan cristinista ya se agotó cuando la inflación era un tercio de la actual; hoy sería directamente nafta sobre el fuego. De este modo, la política se muestra impotente ante el porte de la crisis, y lo que viene –la hora del mercado crudo– debería preocupar.
¿Vuelve el neoliberalismo? ¡¿Pero cómo puede ser?!
El clima de fin de ciclo tiene como llamada a pie de página el probable ocaso de esta fase del peronismo. Ni el pensamiento K ni, al menos en las condiciones en que se ha aplicado, el gradualismo market-friendly de Guzmán y Massa ya parecen dar repuesta. La idea de "Massa 2023" parece hoy, con el IPC fresco, más que compleja de plantear.
Dado esto, el panperonismo –que acaso se disponga a dejar de ser "pan"– se queda sin una narrativa capaz de dar cuenta de los problemas y de sus posibles soluciones. Así, la rueda gira otra vez y las diferentes versiones de Juntos por el Cambio vuelven al primer primer plano, esta vez sin el recurso al hiperendeudamiento por falta de prestamistas. Más cerca de la pared, Javier Milei plantea dolarizar al costo que sea y prenderle fuego a más cosas que al Banco Central.
El peronismo, el progresismo y la izquierda se quedan sin habla: el pueblo podría recaer en lo que consideran "un error". ¿Y si no lo fuera?
¿Qué se pretende? ¿Que la sociedad renuncie a toda idea de futuro? ¿Que las narrativas fallidas no se recreen de algún modo, por caso con la promesa de Horacio Rodríguez Larreta de que “volveremos mejores"? Sin relato alguno, quedaría el vacío y la falta de palabras solo podría ser seguida de un conflicto social desnudo.
Mejor no llegar a eso.