A UN AÑO DEL ATENTADO

Cómo convive Cristina Fernández de Kirchner con la certeza de que la política estuvo detrás del ataque

El intento de magnicidio marcó un antes y un después en la vida de la vicepresidenta. La seguridad, una mudanza y sus apariciones públicas. Las sospechas sobre Milman y Bullrich.

Ni Gerardo Milman intentó comunicarse con su compañero de la Cámara de Diputados Máximo Kirchner, ni Patricia Bullrich le envió alguna vez un mensaje de esos que navegan entre bandos con frecuencia en la política. De eso tomó nota Cristina Fernández de Kirchner, a un año de que Fernando Sabag Montiel le gatillara dos veces en la cabeza y las derivaciones de la investigación aumentaran su convicción de que el dispositivo para matarla tuvo su origen en el entorno de la candidata presidencial de Juntos por el Cambio.

Tras un primer momento de estupor y conmoción, Cristina y el kirchnerismo dedicaron doce meses a señalar dilaciones judiciales y la falta de avance en la investigación sobre las presuntas conexiones políticas de la denominada “banda de los copitos”, sindicada como responsable del atentado, y del grupo Revolución Federal, que promovió durante 2022 varias marchas con mensajes violentos contra la vicepresidenta. Agitaron mensajes en redes sociales, llevaron bolsas mortuorias y guillotinas. Llegaron hasta la puerta de su casa, en el barrio de Recoleta, con movilizaciones que fueron transmitidas en cadena nacional. Todo se esfumó después del 1 de septiembre de 2022, cuando Sabag Montiel perpetró el intento de magnicidio.

“Pensaba que era imposible que eso me pasara”, dijo Cristina en mayo de este año, en una entrevista que le concedió a C5N. Quienes la frecuentan dicen que le costó entender que Caputo Hermanos, una empresa que pertenece a la familia de Luis Caputo, exministro de Finanzas de Mauricio Macri, estuviera detrás del financiamiento de Revolución Federal. Dentro de las reglas de la política, todo. Fuera de la política, nada.

Por unos minutos, en aquella entrevista, Cristina se sacó el traje de líder política y habló como madre. Se le quebró la voz al contar cómo el atentado cambió su vida. “En lo que más me influyó fue en el temor porque Máximo (Kirchner) es grande, es un hombre. Pero mi hija Florencia, sí depende de mí. Es una extraordinaria mujer que está enferma. Creo que, si a mí me pasara algo, podría agravarse su enfermedad”, se sinceró.

Nada fue igual desde el 1 de septiembre. Las imágenes del intento de magnicidio la conmocionaron. Cristina dejó el departamento que la familia tenía en la esquina de Uruguay y Juncal, desde los tiempos en que Néstor Kirchner era gobernador de Santa Cruz. Se mudó a otro departamento porteño cerca de su hija. La vicepresidenta dedica gran parte de su tiempo al cuidado de su nieta Helena. Además, mantuvo al comisario inspector Diego Carbone como jefe de su custodia, pero aumentó la cantidad de personal destinado a la seguridad. El número de custodios se guarda con discreción.

Las medidas alrededor de su figura y en los lugares que frecuenta también se ajustaron. El Senado aumentó los controles de seguridad en la entrada y los pasillos, aunque los nombres de las personas que ingresan al despacho de Cristina no cambiaron. Su entorno se mantiene como siempre. Los primeros actos públicos incorporaron detectores de metales. Pese a la cautela, Cristina no se recluyó. Entre el 1 de septiembre de 2022 y hoy, la vicepresidenta dio diez discursos en lugares más o menos concurridos, abiertos y cerrados.

Su primera aparición fue dos meses después del intento de magnicidio, el 4 de noviembre, en el congreso que la Unión Obrera Metalúrgica celebró en Pilar. Fue en medio de un estricto operativo de seguridad. Dos semanas después, participó del acto por el Día de la Militancia, en el estadio Diego Armando Maradona, en La Plata.

Sin dudas, el mayor desafío en términos de seguridad fue el multitudinario acto que Cristina encabezó en la Plaza de Mayo, el 25 de mayo de este año. En su entorno dicen que, aquella tarde, la vicepresidenta “tomó un gran riesgo” personal. Por primera vez, armó una postal familiar para un evento político. Desde el escenario, Cristina habló junto a su hijo, Máximo, a su exnuera, Rocío García, su cuñada, Alicia Kirchner, y a dos de sus nietos. A sus espaldas se ubicaron sus discípulos políticos, el gobernador Axel Kicillof, el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, y el ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés Larroque. Por entonces, todavía un núcleo duro cristinista le pedía que fuera candidata a presidenta. En diciembre, dos meses después del atentado, Cristina había avisado que no sería candidata "a nada".

La imagen familiar, su ida y vuelta con la militancia, y el discurso dejaron sabor a despedida. “Fue un acto para decir ´la candidata no soy yo´”, dice un dirigente que frecuenta el despacho de Cristina. Al lado de Máximo Kirchner, en primera fila, Cristina ubicó a Sergio Massa. Un aviso de lo que sucedería un mes después, cuando se anunció la fórmula presidencial.

Desde entonces, Cristina tuvo tres apariciones públicas junto a Massa que se repartieron en menos de un mes. Un número que no termina de convencer a quienes dicen que la vicepresidenta y Alberto Fernández “dejaron solo” al candidato de Unión por la Patria (UP), pero que el cristinismo defiende a capa y espada.

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“Cristina está absolutamente involucrada en la campaña electoral”, dijo esta semana Larroque, en diálogo con Futurock. En el entorno de la vicepresidenta recuerdan que fue en su despacho del Senado donde, el atardecer del viernes 23 de junio, se terminó de cocinar la fórmula presidencial Massa-Agustín Rossi. Apuntan que una aparición fulgurante de la vicepresidenta podría opacar la figura del candidato, a contramano del objetivo de fortalecerlo que trazó el comando de campaña. “Después empiezan a buscar si lo que dice ella contradice algo de lo que hizo Sergio, si le sonrió, si lo respaldó los suficiente. Entramos en una dinámica que no nos sirve”, apunta un cristinista de pura cepa.

El ministro de Economía frecuenta la presidencia del Senado. Con Cristina mantiene una relación cotidiana, de diálogo permanente y consulta. Quienes conocen a la vicepresidenta dicen que el mayor acierto de Massa fue abonar el vínculo entre ambos y generar lazos de confianza al no filtrar jamás el contenido de sus reuniones, cafés, almuerzos o cenas. El contraste en la relación con Fernández está a la vista.

El Presidente y la vice se vieron por última vez a solas el 2 de septiembre de 2022, un día después del atentado. La medianoche anterior, Fernández había hablado por cadena nacional y había decretado feriado para que la sociedad marchara en repudio al hecho. El jefe de Estado se refirió a los discursos de “odio” que terminaron en el intento de magnicidio. Al día siguiente, visitó a Cristina en el departamento ubicado en Juncal y Uruguay. Ni esa conmoción recompuso la relación. Tampoco la descompensación que el Presidente sufrió dos meses después, mientras participaba de la reunión del G-20 en Indonesia.

Los Fernández ya no cruzan palabra ni hacen el esfuerzo de saludarse. El Presidente reivindica la candidatura presidencial de Massa y entiende que la designación del ministro de Economía marcó un antes y un después del kirchnerismo, más allá de lo que suceda en las elecciones. Cree que empieza el principio del fin. En el entorno de Cristina dicen que el kirchnerismo, como movimiento, seguirá existiendo más allá de los errores, entre los que cuenta la decisión de Cristina de nominarlo como candidato presidencial en 2019. “Si en vez de trabajar para terminar con un ´ismo´ la hubiera llamado a Cristina una vez por semana para consultarla y se hubiera ocupado de gobernar no estaríamos así”, dicen en el Instituto Patria.

Un reclamo a la Justicia

A fines de diciembre de 2022, la diputada Carolina Moisés presentó un proyecto para excluir a Milman de la Cámara de Diputados por inhabilidad moral. Ingresó a la comisión de Peticiones, Poderes y Reglamento. En el texto se señaló que “el involucramiento de Milman en el intento de magnicidio” contra Cristina estaba “lejos de ser esclarecido”. “Por el contrario, consideramos que se encamina hacia la impunidad si es que no hay una toma de conciencia por parte de funcionarios judiciales, políticos y de la sociedad toda de la gravedad a la que asistimos”, dice.

El proyecto hace un largo racconto de hechos, desde que el 30 de agosto de 2022, dos días antes del atentado, Milman “fue oído” por un testigo en el bar Casablanca, en las inmediaciones del Congreso de la Nación, “diciéndole a dos de sus asesoras, Carolina Gómez Mónaco e Ivana Bohdziewicz”, que, “cuando la maten”, él iba a estar “camino a la costa”. La versión llegó a oídos de Cristina pocos días después. Primero “le costó creerlo”. Todavía estaba en shock. Atribuía a "un milagro" que el arma no se hubiera disparado. Empezó a indagar sobre los autores intelectuales del atentado. Ya en noviembre, la vicepresidenta anunció que recursaría a la jueza María Eugenia Capuchetti, a cargo de la causa, por considerar que se negaba a profundizar la pista de la conexión política. La acusó de “paralizar y boicotear la investigación”.

Atentado a Cristina: el circuito de la impunidad

Milman era por entonces jefe de campaña y mano derecha de Bullrich. Había sido secretario de Seguridad durante el gobierno de Cambiemos y había estado a cargo del área de Inteligencia. En mayo de este año, Bohdziewicz declaró ante la Justicia que la habían obligado a borrar el contenido de su teléfono celular. Señaló que la operación se produjo en oficinas de Bullrich. Recién en agosto de este año, la Cámara de Diputados autorizó el secuestro del teléfono de Milman.

“No hubo una investigación acorde a un intento de magnicidio, un proceso rápido que pudiera aclararle a la sociedad una situación traumática. La Justicia no tuvo esa preocupación. Todas las maniobras tendieron a confundir”, dicen en el entorno de la vicepresidenta. Otra de las voces que la frecuenta señala que “la participación de Milman fue tan elocuente que tuvo que renunciar a la campaña de Bullrich. Además, señalaron que la candidata está “directamente involucrada”.

En el listado de dirigentes políticos que la llamaron después del atentado estuvieron, entre otros, el presidente de la UCR, Gerardo Morales, y el senador Martín Lousteau. Otros se solidarizaron en redes sociales o mediante comunicados. “Ya no saben qué inventar”, respondió Bullrich cuando Fernández señaló en público que debía “dar explicaciones” por el atentado. Cristina esperó algún mensaje privado que desmintiera las sospechas. Nunca llegó.

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