Después de dos años de virtualidad, los presidentes –todos hombres– del Mercado Común del Sur (Mercosur) se volverán a ver las caras este jueves en Asunción, en una cumbre de alto voltaje político que estará marcada, como ya es costumbre, por las discusiones alrededor de los avances de Uruguay en pos de un tratado de libre comercio (TLC) con China y sus intentos de flexibilizar el Arancel Externo Común (AEC). Alberto Fernández viajará con su progresismo discursivo y diplomático hacia el reducto liberal y conservador de la región en busca de ganar tiempo hasta las elecciones presidenciales de Brasil, en octubre, en las que apuesta a una victoria del expresidente Lula da Silva para cambiar la dinámica del bloque.
Los ojos estarán puestos en el ambicioso presidente oriental, Luis Lacalle Pou, quien quiere hacer realidad una demanda transversal a la política de su país: la capacidad de negociar acuerdos comerciales individuales y no, como indica la Resolución 32/00, de forma conjunta a partir del visto bueno de todos los miembros. La semana pasada, Montevideo confirmó que finalizó de manera “positiva” el estudio de factibilidad con China para firmar un tratado de libre comercio, un punto que viola el cuadro normativo. “Desde que asumió este gobierno, hemos tenido una política de relaciones exteriores de vinculación con el mundo con vocación netamente aperturista”, afirmó para elevar la temperatura del encuentro, que se desarrollará en la sede de la Conmebol y se disputará como un partido de Copa Libertadores.
El anuncio, lanzado con antelación para marcar la jornada, generó el rechazo de todos los miembros. Según pudo saber Letra P, en Buenos Aires los dichos de Lacalle Pou, con quien Fernández mantiene un distanciamiento previo por cuestiones políticas, generaron malestar porque lo consideran un intento, como mínimo, de bloquear el funcionamiento del bloque en momentos de crisis económica internacional y, de máxima, de romper el organismo. Aunque en el Palacio San Martín aclaran que los avances entre Montevideo y Pekín, por ahora, implican un avance discursivo que luego, si se decide profundizar, debería ser ratificado por todos los miembros –algo que no pasaría con la actual correlación de fuerzas– sostiene que el malestar es por la forma y el momento. “No importa quién lo hace ni con quién, no es el modo de negociar en el Mercosur”, le aseguró a este medio una fuente diplomática.
Uruguay tiene sus motivos para avanzar en negociaciones individuales con China porque es su principal socio comercial. A principio de la década de 2000, Pekín representaba apenas el 5% de sus ventas por solo 100 millones de dólares, pero el crecimiento y la expansión del gigante asiático generó un cambio profundo: en 2021, recibió el 29% de todas las ventas uruguayas por un total de 3.200 millones de dólares. En este período, el 89% de las exportaciones estuvo concentrado en seis productos: carne bovina, soja, celulosa, subproductos cárnicos, madera y lácteos. Con este panorama económico, Montevideo apunta a un acuerdo que libere los impuestos y aranceles para competir en mejores condiciones. Según las mismas fuentes oficiales, en 2020 pagó 137 millones de dólares en trabas impositivas para ingresar al mercado chino, lo que lo debilita ante otros países que ya tienen acuerdos de este tipo, como Australia y Nueva Zelanda. Por esto, Lacalle Pou ya anticipó: “Será con China y, después, será con otros países”.
Además de enojo, en la Casa Rosada la jugada uruguaya generó desconcierto porque Lacalle Pou también recibió el rechazo de Brasil y Paraguay, países que tienen gobiernos más proclives al libre mercado y más afines a su modelo. El vicecanciller paraguayo, Raúl Cano Ricciardi, aseguró que su país se apega al marco normativo vigente, mientras que el Palacio de Planalto muestra su resistencia por la matriz productiva local y estructural que tiene, con una fuerte presencia en San Pablo, y por las diferencias ideológicas que su gobierno mantiene con Pekín, país al que responsabiliza por la pandemia de covid-19 y al que acusa de “comunista”, lo que le valió más de una pelea diplomática. Al tener en cuenta que el avance uruguayo, por ahora, solo implica un estudio y que para llevarlo a la práctica queda por recorrer un largo camino, Buenos Aires apostará en Asunción a extender las negociaciones hasta las elecciones presidenciales de Brasil, para que el rechazo coyuntural de Jair Bolsonaro a China se convierta en una constante a partir del regreso del Partido de los Trabajadores (PT) al poder, que permitirá, además, robustecer la cadena productiva interna del bloque y del continente.
En esta ecuación económica aparece otro actor con capacidad de influencia: Estados Unidos. El acercamiento uruguayo a Pekín puede generar el malestar de Washington a raíz del enfrentamiento que existe entre las dos superpotencias por la hegemonía y la supremacía económica del mundo. Desde hace tiempo, la Casa Blanca observa a China como una amenaza y como un intruso en su “patio trasero”, lo que genera tensiones que amenazan con recrear una nueva bipolaridad mundial.
Esta semana, por ejemplo, la jefa del Comando Sur norteamericano, Laura Richardson, denunció que China “está jugando a la ajedrez” en América Latina y que está generando inversiones “para socavar a los Estados Unidos y las democracias”. Las tensiones que se pueden generar en su vínculo con la Casa Blanca aumentan el desconcierto argentino, pero serán utilizadas para detener y tumbar las ambiciones económicas de Lacalle Pou.
En Asunción también serán tema de discusión la reducción de los aranceles, las negociaciones por un TLC conjunto con Singapur y las negociaciones comerciales con la Unión Europea (UE), pero los ojos estarán puestos en el juego de Uruguay con China, el cual, a través de las distintas herramientas, Argentina buscará retrasar y derrotar.