Desde el mismo momento en que se fue del poder, eyectado por la crisis que se generó a sí mismo y le infligió a la Argentina, Mauricio Macri ha soñado con el retorno. El 40% de los votos y la plaza que lo despidieron, aun en su peor momento, lo llevaron de entrada a trazarse ese objetivo. La publicación de su libro Primer Tiempo lo sugirió más tarde, en tanto que la reciente centralidad con la que buscó marcarles los puntos a las ambiciones de Horacio Rodríguez Larreta y la confrontación a la que se entregó con el Gobierno y con sus aliados radicales terminaron de confirmarlo. Para eso espera, impaciente, la elaboración del plan económico que, contra tantos pronósticos, quiere aplicar desde el 10 de diciembre del año que viene. El mismo, esquivo tres años atrás por no haber logrado la reelección, cuenta con una declaración de principios explicitada ya en aquella campaña: "En la misma dirección en la que estamos, pero lo más rápido posible".
De acuerdo con el sondeo de mayo de Opina Argentina,Macri cuenta con una imagen positiva del 41% y una negativa del 57%. El diferencial de -16 puntos porcentuales es mucho menor que los 49 del Presidente y los 52 de la vice.
Fuente: Opina Argentina.
Así, mientras la realidad no le diga otra cosa, su porfía no tiene otra condición de posibilidad que la insatisfacción social con una economía que empieza a crecer, pero no distribuye. El fracaso de Todos, en pocas palabras, que resulta más colosal en la medida en que cruje como nunca.
Es una paradoja para el panperonismo que Macri gane centralidad y amague con hacer suyas las palabras de Juan Perón: "No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”.
Si de planes económicos se trata, la historia condiciona al ingeniero. Aunque en público no haya hecho ninguna autocrítica digna de mención, él sabe en qué falló y eso determina su futuro.
Eso fue, por un lado, una estrategia que dejó el manejo del país en demasiadas manos y sin conducción. Él, claramente, delegaba, mientras que su primer ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, se limitó a devaluar para salir del cepo y, por algún prodigio que nunca ha explicado, a esperar que eso, más los aumentos de tarifas dolarizadas que decidía Juan José Aranguren, no generara inflación.
En paralelo, Luis Caputo acercaba un endeudamiento aluvional y, para no emitir tanto, Federico Sturzenegger absorbía pesos a través de un proceso similar. La receta era infalible si lo que se buscaba era un estallido cambiario.
En síntesis, lo que naufragó fue una política económica que, más allá de los shocks tarifarios, buscó financiar con deuda un sendero gradual al equilibrio fiscal. Cuando los prestamistas cortaron el chorro, en febrero de 2018, se desató la catástrofe y el Fondo Monetario Internacional (FMI) volvió al país para sostener "el proyecto" a costas de la sociedad.
Como la historia es primero tragedia y después farsa, el mercado, que entre 2014 y 2015 saludaba el esperado triunfo de Macri con rallies de todos los activos locales, hoy se muestra escéptico, rencoroso por el hecho de que aquel endeudamiento haya terminado en "reperfilamiento", apenas un eufemismo de la palabra "default". Es por eso que hoy, incluso tras el triunfo arrollador de Juntos por el Cambio (JxC) en las últimas legislativas, el riesgo país sigue orbitando cerca de los 2.000 puntos.
«Lo que naufragó con Macri fue una política económica que, más allá de los shocks tarifarios, buscó financiar con deuda un sendero gradual al equilibrio fiscal. El pasado lo condena y lo condiciona.»
Para recuperar la confianza perdida, Macri pide programa. Se sabe que su elaboración está a cargo de quien piloteó como pudo la crisis terminal de su gestión, Hernán Lacunza, debajo de quien interactúan el último presidente del Banco Central macrista, Guido Sandleris, y el diputado Luciano Laspina. Los dos primeros son considerados más cercanos a Larreta y a quien hoy es un plan C, María Eugenia Vidal, mientras que el tercero es más afín a los halcones: el propio expresidente y Patricia Bullrich. Sin embargo, la tarea es multinorma.
El equipo, que cuenta con la asesoría más o menos regular –dicen– de un centenar de especialistas, funciona como un ministerio de economía en las sombras. Concilia posturas con radicales como los martines Tetaz y Lousteau, así como con el ultraliberal Ricardo López Murphy y referentes cívicos y del peronismo autopercibido republicano.
El equipo trabaja en un plan integral. Mantiene reuniones semanales y sus conclusiones quedan en el mayor secreto posible: mucho de lo que se pergeña sería bastante piantavotos. De hecho, Larreta no podrá ser acusado de traición: si el año que viene ganara JxC, habría que esperar una reforma laboral y una jubilatoria, dijo.
Todo cierra: los derechos adquiridos no deberían ser un problema, algo que el juez supremo del macrismo Carlos Rosenkrantz se encargó de sugerir como anticipo de la jurisprudencia que viene. Para este, claro, el hecho de que los magistrados paguen impuestos no figura entre los modos posibles de financiar el alivio del hambre.
El eje del proyecto –¿macrista, larretista?– será lo fiscal. Como se dijo, dado el fracaso del gradualismo de 2015-2019 y del actual, atenuado por el panperonismo, lo que vendría sería verdaderamente duro.
Para los arquitectos del plan del PRO, no se trata de que el Estado sea chico o grande, sino que resulte financiable. La cuestión, sin embargo, muere en un silogismo: si hoy hay déficit y si la idea es reducir la presión tributaria –en principio, por el lado de ingresos brutos, aportes patronales y retenciones–, fatalmente el Estado será más chico.
El ajuste será, entonces, en modo de shock: Larreta habló de una ventana de oportunidad de cien horas para recuperar la confianza del mercado; Macri piensa en hacer lo mismo, pero más rápido. Palomas y halcones difieren en plumaje, pero no dejan de ser aves.
En la cabeza del exmandatario, en 2015 una mayoría social lo eligió para imponer un cambio político. Si lo indulta, ahora le reclamará uno económico. Para llevarlo a cabo, cree, contaría con un clima social propicio, ya que los fracasos sucesivos –el propio y el de Fernández– más el "factor (Javier) Milei" lograron hacer calar la idea de que es necesario aplicar medidas dolorosas. Fan de la idea de que la comunicación puede lo que la política a veces no logra, piensa en los modos de hacer que esa sociedad, que pide algunas medidas sin saber realmente lo que le espera, acepte de buena manera ser conducida de una orilla del río a otra.
El ajuste, cree, no puede evitarse porque, a diferencia de lo ocurrido entre 2015 y 2017, Argentina ya no tiene quién le preste para financiar transiciones.
El acuerdo en vigor con el FMI –refinanciación de la deuda que Mauricio nos legó- condiciona y acaso haya que sobreactuar rigor para recuperar confianza, se especula cerca del ingeniero.
El problema es que el presupuesto no deja mucho espacio para cortar cosas que no sean carne. Allí recuerdan que el 75% del mismo se vuelca al área social, ya sea educación, salud, seguridad social… Encima, más del 40% del total son jubilaciones, pensiones y planes sociales, que, encima, están indexados indirectamente con la inflación imparable. Allí meterán mano, afirman.
Al pasar, se aludió al "factor Milei". A propósito, ¿atenderá el expresidente los guiños del minarquista si la interna se le pone muy cuesta arriba? Atención, que este llega –si llega– con un plan dolarizador que, dado el estado actual de las reservas, implicaría, según cálculos privados, devaluar el peso hasta una paridad de 620 por cada billete con el rostro de George Washington.
Lacunza rechaza semejante suicidio, pero Macri ya mostró en 2015 que los planes que tejen sus equipos durante la campaña pueden ser destejidos cinco minutos antes de calzarse la banda. El hoy ausente Carlos Melconian podría dar fe de ello.