En el marco de hipersusceptibilidad generado por la interna cada minuto más feroz del Frente de Todos, cada palabra de Cristina Fernández obliga a la búsqueda de mensajes entrelíneas dirigidos a Alberto Fernández, destino que después el kirchnerismo negará, como hizo luego del bastonazo del CCK. Este martes, poco después de que el lanzallamas designado Andrés Larroque volviera a descargar fuego a discreción sobre la humanidad del jefe del Estado, la vicepresidenta sacó del arcón de los recuerdos una anécdota de 2003 para -la intencionalidad quirúrgica corre por cuenta del que firma esta nota- hablar de cómo un presidente puede legitimarse gobernando después de haber llegado débil al poder.
En un hilito de Twitter que publicó a propósito de un encuentro que mantuvo con Pilar del Río, “periodista y esposa de José Saramago”, según la presentó, CFK recordó cuando conoció a la pareja, hace casi 20 años. “Faltaban unos días para el balotaje (NdR: a esa instancia llegaban Carlos Menem, que se bajaría de la contienda para no perder, y Néstor Kirchner) y la discusión durante toda la noche fue cómo íbamos a hacer para legitimarnos si el otro candidato renunciaba y no había segunda vuelta… algo que finalmente ocurrió”.
En el tuit siguiente, Cristina completó: “La pregunta era: ¿Cómo íbamos a hacer para gobernar el país después de la crisis de 2001 con apenas el 22% de los votos? Mi respuesta fue única y categórica: nos íbamos a legitimar gobernando… porque se podía ser legítimo y legal de origen y no de gestión”.
¿Es Alberto Fernández legal y legítimo de origen? Sin la más mínima duda que sí.
¿Es un débil de origen? Formalmente no, porque fue electo presidente con más del 48% de los votos, aunque la vicepresidenta podría alegar que es solo quien ella eligió para encabezar una fórmula y competir con respaldo popular prestado.
¿Es legal y legítimo de gestión? Ahí está el punto. Evidentemente, Cristina y el cristinismo creen que no porque, con las decisiones que toma -el acuerdo con el Fondo que implica ajuste, la negación a enfrentar al poder económico, etcéteras-, rompe el pacto que firmó con el electorado durante la campaña de 2019.
Lo había dicho un rato antes -sin tomarse el trabajo de encriptar sus mensajes, acaso porque es un hombre de gestión y tiene menos tiempo ocioso que su Jefa- el lanzallamas designado Larroque: Fernández “adulteró el contrato electoral” porque el Presidente “expresa una mirada moderada” pero “no llegó a la presidencia a través de esa mirada, sino que en la campaña sus planteos habían sido otros”.
En su vuelo infernal, El Cuervo de las alas desplegadas y las garras afiladas 24/7 introdujo, así, la incendiaria discusión sobre la propiedad del gobierno del Frente de Todos. “Es nuestro”, sentenció y desarrolló, a pelo, su teoría: “Nosotros constituimos esta fuerza política, lo convocamos a Alberto y ganamos las elecciones. La intención de voto mayoritaria es a Cristina. Nosotros respetamos, pero Alberto no se va a llevar el Gobierno a la mesita de luz. Acá hay un frente”.
Como viene contando Letra P, el Presidente está dispuesto a poner la otra mejilla, como le enseñó su Néstor. Aunque duela. Aunque le arda. Aunque se la dejen roja como un tomate. Dio la orden -reveló este portal- de no confrontar y, cuanto mucho, sacarle jugo a la roca de la unidad. Este martes, recogió el guante, pero salió por arriba del laberinto en el que lo metió Larroque. “Yo no soy el dueño del Gobierno, nadie es el dueño del Gobierno… es del pueblo y nosotros representamos al pueblo”, respondió esquivando y habló en nombre del Soberano, a ver si así logra conmover: “Ese pueblo quiere que trabajemos juntos”.
Las malditas preguntas:
¿Puede, el Presidente, legitimarse gobernando, como le estaría pidiendo Cristina, con socios que lo acusan de conspirar contra la vicepresidenta de la Nación?
¿Puede seguir gobernando con un socio que le dice que el gobierno que él encabeza no le pertenece, que es prestado y, por tanto, no debería hacer con él lo que a él le parece mejor?
¿Puede hacerse fuerte en la gestión, como le estaría pidiendo Cristina, con las principales cajas del Estado en manos de quienes lo reducen a un gerente?
¿Puede seguir así, debilitándose cada día, sin cambiar el rumbo a pedir de Cristina o dando un golpe en la mesa?
¿Alguno de esos dos caminos pueden sacarlo más fuerte de la encrucijada?