Su interna es encarnizada y se expone a la luz del sol, las visiones de sus dirigentes parecen demasiado disímiles y en su interior abundan los egos y las ambiciones personales. ¿Frente de Todos? No, esta vez se trata de Juntos por el Cambio (JxC), alianza que, a contramano de lo que –se supone– la sociedad guarda en su memoria RAM en términos de legado de gobierno, se prepara para volver al poder el año que viene. Algo hay que reconocerle: su vida orgánica es más ordenada que la del oficialismo, lo que hace que figuras que se recelan –incluso algo más– sean capaces de reunirse cara a cara y hasta de emitir un Acuerdo de buenas prácticas que empieza a dirimir sus contornos para la pelea electoral que comenzará hacia agosto del año próximo. Dentro o fuera de ellos, desde ya, se alza la insoslayable figura del minarquista-paleolibertario Javier Milei. ¿La puerta quedó cerrada o entreabierta para él?
La juntada en el Instituto Hannah Arendt albergó bajo el mismo techo al precandidato presidencial in pectore Mauricio Macri y a otra dirigente que le compite en el mismo nicho halcón, la presidenta de PRO, Patricia Bullrich. Junto a ellos estuvieron otros y otras que tienen las mismas aspiraciones –dicen que más moderados–, como Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y el gobernador radical de Jujuy y titular de la Unión Cívica Radical (UCR), Gerardo Morales. Asimismo, Maximiliano Ferraro, titular-delegado del socio menor de la alianza, la Coalición Cívica.
"Ante la inminencia de volver a disputar el Gobierno nacional y los gobiernos provinciales y municipales en 2023, se torna imprescindible dar un paso más hacia la consolidación", señala el documento.
Para eso, dispone "la adopción de reglas para la Mesa Nacional de JxC", cuyas reuniones, se acordó, serán quincenales.
En su artículo 6 llega lo medular. "La inclusión de nuevos partidos como miembros de JxC debe ser aprobada por la unanimidad de los partidos que conforman la Mesa Nacional". Teléfono, Javier.
Como se sabe, tanto el ala dura –si fuera un queso, podría llamarse "grupo parmesano"– como la semidura –cheddar o gouda, por caso– miran con preocupación el modo en que el relativo crecimiento del sector libertario le come votos por afuera. Asimismo, la UCR y la CC hallan un límite infranqueable en el economista que gusta de matar el tiempo libre arrojando dardos hacia una foto de Raúl Alfonsín. Ni más ni menos que lo que tanto radicales como Elisa Carrió afirmaban hasta poco antes de las elecciones de 2015 sobre Macri. Republiquita llora un poco de noche, es cierto, pero el tiempo, como diría el ensayista Daniel Scioli, es un gran ordenador.
La mayoría de los medios interpretó el hecho como el cierre definitivo de la puerta de Juntos por el Cambio, aunque no así Letra P, que –más prudentemente, dados los antecedentes– dio cuenta de la decisión posible de apenas aplazar un debate que hoy no tiene solución, pero que en su momento será inevitable. De hecho, las palomas escribieron con una pata en el comunicado de la Mesa, posterior a la reunión, que "hay actores de la vida política que buscan el quiebre de Juntos por el Cambio, entre ellos Javier Milei, que no forma parte de JxC e intenta quebrar nuestra unidad siendo funcional al oficialismo". Lo que dijo es justo lo que le duele, léase la fuga de votos. Poco después, el "manual" de prácticas permitió que los halcones borraran aquello con el pico al señalar una obviedad: para que ingrese un actor nuevo, los miembros permanentes deberían renunciar a ejercer su derecho de veto. ¿O irse, acaso?
La pelea sigue abierta y el socio ad hoc del execonomista del Grupo Eurnekian José Luis Espert no deja de abogar por un acuerdo programático. A juzgar por las alternativas filodolarizadoras que se manejan en algunas usinas de ideas para los precandidatos del PRO, la posibilidad de la alianza –formal o informal, dada por alguna declinación gentil de las candidaturas grandes– no deja de estar sobre la mesa.
Bullrich solo existiría electoralmente si Macri hiciera eclipse y ninguno de los dos podría prescindir de la ultraderecha libertaria. Mientras, con los números que surgen hoy de las encuestas, Larreta o su sombra, el plan V, encontrarían en el voto de la furia un límite a su necesidad de ganar la presidencial en primera vuelta, por no hablar de los radicales audaces. Pasa que, sobre todo si el peronismo lograra en algún momento ponerle coto a su caos de convivencia y de gestión, un segundo turno no sería garantía para nadie.
Lo interesante es que uno y otro sector, el que necesitan deglutir el voto ultra y el que desearía –por ahora- no mezclarse, hicieron de la figura de Milei el eje de la reunión que ordenó la interna opositora. Ni ellos ni la Cristina Kirchner que adoptó la palabra “casta" –aunque dirigida a otros actores, los judiciales– dejan de hacerle el juego al extremismo de derecha, lo ubican en el centro del ring, le regalan el monopolio de la rebeldía y amplifican su palabra.
Así, Milei aprovechó el centro fallido de JxC y descartó que desee unirse a una fuerza que, según él, representa, igual que el peronismo, a la casta que "ha destruido nuestro país en los últimos cien años".
Mientras, el minarquista va, anclado en el favor de medios que, calculadores, lo promueven desde hace años y en el de otros que, cándidos, le dan cabida porque los freaks "miden bien".
Hace casi dos años, Letra P dio por inaugurado el reality show “Yo quiero ser el Bolsonaro argentino". No era un tiro al pichón, sino el producto del temor –la certeza– de que el cúmulo de una crisis permanente, el empobrecimiento generalizado, el resentimiento de un sector de la clase media, la sensación creciente de desorden y decadencia, la erosión de la autoridad democrática y el juego entre perverso e idiota de las redes sociales llevaban a un ascenso de la derecha ultra.
Pues bien, el concurso ya tiene un finalista y quienes lo miran con pavor no hacen, cada noche, más que darle al bebé mamaderas de leche fortificada.