Luego de asumir la presidencia de forma intempestiva tras el intento de autogolpe que llevó a cabo el ahora exjefe de Estado Pedro Castillo, la nueva mandataria peruana, Dina Boluarte, intenta encauzar al país a partir del anticipo de las elecciones previstas para 2026, primero para abril de 2024 y, cuando la agitación se hizo más espesa, para fines del año que viene. Ante un país convulsionado en las calles y bajo estado de emergencia, la clase política se dirige hacia un destino ya conocido para intentar la salida de un problema estructural que desde hace años genera crisis políticas e institucionales sucesivas.
A partir de 2016, cuando renunció el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski, el país andino realizó dos elecciones –una legislativa y otra presidencial–, mientras que en los últimos cuatro años vio pasar seis autoridades presidenciales: el propio PPK, Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Castillo y ahora Boluarte. Nadie pudo contener la crisis que volvió a las presidencias incapaces de atender los problemas de la sociedad ante los constantes embates del Congreso. Desde el miércoles pasado –habrá que ver hasta cuándo–, la responsabilidad la tendrá la primera presidenta mujer de la historia peruana, quien busca cumplir su misión luego de haber convocado a una “tregua nacional” y conformado un gabinete técnico con diferentes posturas políticas.
En diálogo con Letra P, el politólogo peruano Daniel Encinas consideró que “nació otra presidencia fallida” en su país y que parece “improbable” que Boluarte llegue a 2024, como ella misma dijo inicialmente, porque “no tiene un escudo legislativo, sufre protestas callejeras para realizar elecciones inmediatas” y está desprestigiada por haber sido parte de un gobierno acusado de “grandes escándalos de corrupción”. De todas maneras, el problema en Perú es más grave que una presidencia transitoria porque, como muestra la historia reciente, los nombres pasan, pero los problemas siguen. “Se cree que las salidas del presidente son una solución, pero son los elementos medulares de la crisis”, sostuvo Encinas, quien consideró que la dirigencia nacional debería “empezar a pensar por fuera de la caja porque el país se está desintegrando”.
Con el adelanto de las elecciones, la política espera que cesen las protestas y se descomprima el descontento de una sociedad hastiada de las disputas partidarias y la incapacidad de las clases gobernantes para resolver problemas estructurales como la pobreza que afecta a más de un cuarto de la población o el hambre que, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), afecta a más de 16 millones de personas que “no tienen acceso regular a alimentos suficientes, seguros y nutritivos”. Las sucesivas presidencias y los dramas irresueltos generan un cansancio en la población, en la que crece un agotamiento que desencadena el conocido “que se vayan todos” y amenaza con generar consecuencias impredecibles.
Será difícil que la estrategia de Boluarte dé frutos porque, primero, no es una figura fuerte y, segundo, esa receta no dio resultados en el pasado. Para Encinas, el país “está en caída libre, pero el fondo del abismo todavía no se avizora” porque, durante los últimos años, “la legalidad se ha vuelto un arma más entre contrincantes políticos que manipulan la Constitución” según sus propios intereses. Según el analista, esto se debe a que “no es la norma escrita lo que se ha roto, sino el respeto por la institucionalidad y la legalidad”. A partir del accionar de bancas legislativas que actúan y trabajan de forma corporativa en base a intereses propios y no al futuro nacional, las disputas entre los diferentes poderes pintan de oscuro el devenir peruano.
Ante esta necesidad que tiene el país de dejar de recurrir a viejas soluciones que solo postergan los problemas, una de las posibilidades que aparece en el escenario es una reforma de la Constitución redactada por la dictadura de Alberto Fujimori en 1993. Según Encinas, este camino no sería una solución viable porque el país atraviesa “un momento destituyente y no constituyente”. “Es muy peligroso que personas que tienen pretensiones de control absoluto de poder llegaran a tener decisión sobre cuáles serán las reglas que van a regir nuestras vidas”, explicó y se preguntó: “¿Para qué van a querer una nueva Constitución si no van a respetarla?”.
A pesar de estos problemas, otra solución aparece en el escenario, pero que, a pesar de que parecería más fácil de lograr, quizás sea más tortuosa: un acuerdo político que logre cerrar las diferencias y resolver los problemas. La actualidad es demasiado grave y sus posibles consecuencias son tenebrosas. “Los peligros son la violencia y el autoritarismo porque estamos en un juego macabro donde lo importante es ser cada vez más radical”, aseguró Encinas. Uno de los pocos hechos distintivos hasta el momento de la crisis es que las Fuerzas Armadas se mantuvieron al margen de las decisiones, pero su aparición en el juego no se puede descartar. “Si no tenemos un líder autoritario no es por las instituciones del país, sino porque nadie es lo suficientemente fuerte como para imponerse”, explicó Encinas.
En este contexto, nada garantiza que el adelanto de las elecciones resuelva la crisis, como tampoco que Boluarte siga en el poder ni que en los próximos meses el país sufra un nuevo capítulo de una crisis que pareciera no tener fin.