SAN PABLO (Enviado especial) Se acabó el tiempo para Brasil. El momento de la definición llegó. En el pasado quedaron la destitución de la entonces presidenta Dilma Rousseff; la detención y el encarcelamiento del expresidente Lula da Silva, la llegada al poder de Jair Bolsonaro y sus cuatro años de mandato y la primera vuelta electoral del 2 de octubre con la sorpresiva performance del oficialismo. Este domingo, el actual jefe de Estado y el líder del Partido de los Trabajadores (PT), que buscará volver al Palacio de Planalto, protagonizarán el último duelo de este proceso electoral del gigante sudamericano, que estará cargado de tensión, incertidumbre y expectativa para definir el futuro del país.
A pesar de la importancia que tendrán los comicios de este domingo, los dos hombres más importantes de la política brasileña llegan con pocas propuestas. Esto no se debe a la oscuridad de sus programas, sino al carácter trascendental que tendrán estas elecciones para Brasil. Las 156 millones de personas que integran el padrón y podrán ir hasta los centros electorales estarán atravesadas por una profunda polarización que relegó las propuestas sectoriales de los candidatos a una “batalla” por el “alma y el futuro” del país. No estará en juego la política de trabajo o de infraestructura, sino el carácter estructural del país entre un modelo autoritario, conservador y machista y una propuesta progresista en lo social, de avanzada en derechos para las minorías y más proteccionista en lo económico, aunque con el estigma de la corrupción sobre sus hombros. No por nada son los comicios más importantes del país desde la recuperación de la democracia.
A este combo se le agrega la incertidumbre de las encuestas. Según todos los sondeos, ganaría Lula, pero dos factores deberán ser tenidos en cuenta. Primero, en algunos estudios de opinión la diferencia entre los candidatos entra en el margen de error, por lo cual se puede hablar de un empate técnico. Es el caso, por ejemplo, de Datafolha, que le adjudicó un 52% de los votos válidos al líder del PT y un 48% al actual mandatario, pero con un margen de error amplio. Segundo, en la primera vuelta, estos estudios fracasaron en la percepción del voto oficialista, al que le adjudicaban un número inferior al 40% y llegó, finalmente, al 43%. Como relató Letra P, el bolsonarismo es una tendencia política masiva que aún le escapa a las ciencias sociales y el cual las encuestadoras no logran encasillar, por lo que un nuevo error no puede ser descartado.
Prueba de este carácter que tendrán los comicios son los posicionamientos de las fuerzas que no superaron la primera vuelta. La entonces candidata del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), Simone Tebet, respalda a Lula porque, aseguró, el expresidente defiende “la democracia y la constitución”. “La neutralidad no es una opción”, manifestó. El Partido Democrático Laborista (PDT), que consiguió el cuarto puesto con Ciro Gomes, hará lo mismo porque “derrotar a Bolsonaro es una causa nacional y de los demócratas”. Por su parte, el oficialismo abonó este clima de polarización y profundizó su presentación de la jornada electoral como una puja entre el “nacionalismo” del jefe de Estado y el “castrocomunismo” del PT, a quien describió como un aliado de las bandas criminales que mantiene vínculos con el Diablo y auguró que cerrará iglesias.
A diferencia de Lula, Bolsonaro no recibió apoyos de otros importantes partidos luego de la primera vuelta, pero logró el respaldo de los tres gobernadores más importantes: Rodrigo Garcia, de San Pablo; Cláudio Castro, de Río de Janeiro, y Romeu Zema, de Minas Gerais. Desde la sorpresa que dio en la primera vuelta, el oficialismo buscó rememorar la batalla de David contra Goliat, en la que Bolsonaro representaría al pequeño que logra derrotar al gigante, figurado por la amplia coalición de partidos que entabló el PT y en la que confluyen los grandes medios de comunicación. Para ello, apostó a una radicalización de su discurso, a fomentar la lucha contra el “comunismo” y a figuras con millones de seguidores en las redes sociales, como el cantante Gustavo Lima y la estrella de la selección de fútbol Neymar, quien le prometió al presidente dedicarle un gol en el mundial de Qatar.
A pesar de los apoyos públicos, el riesgo para la campaña de Lula es que el respaldo de Tebet y Gomes no representen un aumento del caudal de votos. Algo similar ya pasó con su compañero de fórmula: Geraldo Alckmin, un representante del establishment paulista que, si bien logró calmar los temores del Círculo Rojo, no engrosó la base electoral del PT.
Por eso, el expresidente acompañó la nueva campaña con recorridas por lugares que antes no visitó, como el interior de San Pablo o las favelas de Río de Janeiro, regiones donde supo ser fuerte en el pasado y que en los últimos años evidenciaron el avance del bolsonarismo. Además, hubo un viraje de su discurso hacia posiciones más centradas y tomó una mayor impronta religiosa, lo que incluyó actos con distintas diócesis, principalmente la evangelista, y un rechazo público a la interrupción voluntaria del embarazo.
La trascendencia que tendrán estas elecciones para el futuro del país y la incertidumbre que generan las encuestas profundizan el temor a que Bolsonaro desconozca los resultados. Sus reiteradas denuncias contra un supuesto fraude en su contra merman la confianza de sus bases en las instituciones electorales e incentivan las acciones violentas.
Dos antecedentes avivan el peligro. Primero, el resultado oficialista de la primera vuelta, que logró superar lo que pronosticaban las encuestas y robustece las denuncias del presidente contra “el sistema”, al que acusa de estar en su contra. Segundo, la reciente detención del exdiputado oficialista Roberto Jefferson, que resistió el arresto de la Policía a tiros y con granadas. Si un antiguo legislador hizo este ataque, ¿de qué es capaz el bolsonarismo? La pregunta inquieta y tendrá respuesta este domingo, cuando se defina el futuro del país más importante de América del Sur.