En el crepúsculo de su mandato, al pie de la ladera vertical de las elecciones de octubre, muy abajo en la ponderación social y rodeado por un empresariado que toma nota de que su receta económica ultraliberal no dio ni por lejos los resultados prometidos –vaya sorpresa–, Jair Bolsonaro finalmente cedió. El hombre es voluble y mañana podría descolgarse con una perorata en contrario, pero lo cierto es que acaba de dar una muestra sin precedentes de un giro "argentino" en su visión del Mercosur, una que ahora excluye la autorización para que cada país avance en tratados de libre comercio individuales e introduce una pizca de realismo en relación con el acuerdo firmado en 2019 con la Unión Europea, cuya falta de aplicación ya no achaca al "proteccionismo" y al "izquierdismo" de Alberto Fernández.
Como se sabe, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, esperaba que el semestre de presidencia rotativa de Brasil le permitiera concretar la flexibilización de las reglas de negociación del Mercosur, dando lugar a gestiones individuales. Sin embargo, ese semestre se consumió con 2021 y ello no ocurrió, a lo que se sumó el lunes una sorprendente declaración del presidente de Brasil.
Bolsonaro eligió un vehículo modesto para blanquear un giro mayúsculo: la radio Sarandi del estado de Rio Grande do Sul (sur). Allí, dijo que "el Mercosur siempre es inestable y tiene sus pros y sus contras. En este momento, Uruguay quiere comprar todo lo que viene de China, independientemente de la cláusula de barrera del Mercosur". "Ese es un problema que debemos enfrentar. Lo estamos tratando. El Mercosur es algo que debe ser gestionado todo el tiempo", agregó.
La revelación de que lo que antes defendía con ardor ahora es "un problema" se completó con una justificación: "Particularmente, yo entiendo que ser libres podría ser mejor para nosotros, pero respetamos lo que se hizo en el pasado en lo atinente al Mercosur". Pasó así de “invitar” a la Argentina a irse del bloque y de asegurar que desconocería la legalidad del mismo, a reivindicarla.
Dicha legalidad surge de la Decisión 32/00 del Consejo del Mercado Común y, más importante aun, del artículo 1 del Capítulo I del Tratado de Asunción, constitutivo del bloque. La misma establece que las negociaciones de libre comercio con terceras partes solo pueden llevarse adelante en común y con el consenso de todos los socios.

Decisión 32/00 del Consejo del Mercado Común del Mercosur.

Tratado de Asunción.
Insólitamente, Bolsonaro nunca tomó nota de que lo que Uruguay realmente quería, ya desde el tiempo de Tabaré Vázquez, era un tratado de libre comercio con China. Para él, como para Donald Trump, el gigante de Oriente es algo mucho peor que la Argentina: es el comunismo.
Así, mientras Uruguay perseguía su agenda librecambista, Bolsonaro no dejaba de atacar a Pekín. Como su mentor del norte, acusó a ese país de ser responsable de la pandemia, ridiculizó las vacunas contra el covid-19 producidas ese país –antes de rogar por ellas cuando los hospitales y los cementerios ya no daban abasto– y hasta dividió el tendido de la red de 5G en dos, estableciendo una Internet ultrarrápida exclusiva para la circulación de datos de Estado de que la Huawei quedará excluida como proveedora de equipos.
La sobreideologización de la política exterior era suya, no un asunto argentino. Así, probablemente hoy reaccione a los afanes de un Uruguay que quiere la chancha y los 20 –estar en el Mercosur y firmar lo que le guste por afuera– más por las presiones estadounidenses, que no cambiaron de Trump a Joe Biden, que por el interés de la industria brasileña.
La ruptura con Uruguay tiene como antecedente la cumbre virtual del 17 de diciembre, cuando se anunció un acuerdo con Argentina para reducir el arancel externo común del bloque –en una medida menor a la deseada por Bolsonaro– y se dejó fuera del comunicado final cualquier referencia a las negociaciones comerciales unilaterales. Rompiendo con todos los protocolos conocidos, Montevideo no firmó el comunicado final.
Como dijo repetidamente Letra P, el proyecto de un "Mercosur bonsái" nació mucho antes de que Bolsonaro fuera siquiera un proyecto político en los sectores más eficientes de la industria brasileña. Estos siempre pensaron en Estados Unidos como socio, no en China. El actual presidente nunca prestó atención, con todo, a que el grueso del sector manufacturero de su país defendía al bloque por depender en gran medida de él y, en general, de Sudamérica para colocar sus bienes. Así, el ingreso de los productos asiáticos –elaborados con una escala mucho mayor, costos laborales bien inferiores y hasta subsidios imposibles de equiparar– podría desalojarlos de sus mercados vitales.
Por otro lado, en la entrevista aludida, Bolsonaro admitió por primera vez que Argentina no es la causa de que no se aplique el acuerdo firmado en 2019 con la Unión Europea (UE). "Francia, por ejemplo, no acepta que nosotros entremos en ese comercio y necesitamos la aprobación de todos los países de la Unión Europea", indicó. Lo que no dijo es que Emmanuel Macron y otros líderes europeos justifican desde hace tiempo el mantenimiento del proteccionismo agrícola comunitario por sus políticas ambientales desaprensivas.
La diplomacia argentina es muchas veces objeto de críticas justas. El poder político suele intervenir demasiado donde más valdría escuchar a los cuadros técnicos bien formados de la Cancillería y le impone a la política exterior vaivenes demasiado grandes. Pese a eso y tampoco exento de cuestionamientos, Alberto Fernández puede acreditarse en este tema un éxito: para lidiar con un vecino difícil, optó por la paciencia.
Al nombrar embajador en Brasilia, llamó a un especialista en silenciar trolls, Daniel Scioli, un pragmático que cayó bien en el entorno de Bolsonaro. Hiperactivo, multiplicó los contactos con todos los factores que pudieran ayudar a que en Brasil primara una mirada afín a la argentina en torno al Mercosur.
Hoy, a menos de nueve meses de la elección presidencial, el bolsonarismo está en crisis. La economía recuperó el año pasado lo perdido en 2020, pero este año crecería 0,36% –espanto: menos que la Argentina–, si es que crece. Además, la inflación subió a más del 10%: registró dos dígitos, duplicó la precedente y alcanzó el mayor nivel desde 2015.
La decepción es total, incluso entre los factores que apoyaron la agenda de política de ultraderecha y economía ultraliberal. En una reunión con empresarios brasileños, Dominik Rohe, responsable para América Latina de BlackRock, uno de los fondos de inversión más grandes del mundo, dijo que solo volvería a invertir en Brasil en 2023, cuando asuma un nuevo gobierno, uno que, dadas como están las cosas, probablemente sea de Luiz Inácio da Silva.
La paciencia parece pagarle bien al gobierno argentino.