Agustín Rossi es el político de la familia, el ingeniero, el ministro, el soldado K, el de los diarios, el Chivo. Alejandro es el otro Rossi de la política, el abogado, el armador, el que está a la sombra, Fratacho. Desde una aceitada sociedad fraternal, armaron una alquimia política que, en su última jugada, los puso en los flashes del escenario nacional.
Pero la foto perdió tono justiciero y heroicidad cuando el presidente Alberto Fernández y, con más determinación, la vicepresidenta Cristina Fernández, apoyaron la lista de Perotti. Ahora, la apuesta de los Rossi es más arriesgada pero también más resonante en caso de lograrla. El PJ santafesino se reconfigurará después de la madre de todas las batallas. Hasta el propio Perotti dice que internas plebiscitan su gestión.
Como los recordados Hermanos Macana, golpearon fuerte la mesa y enfilaron para la meta sin dar marcha atrás ante las presiones que querían frenar el carro. La decisión no parece partir de un capricho o una locura, sino de una larga trayectoria y convencimiento fundado de ambos hermanos que se conocen de memoria como un piloto y copiloto.
La jugada, resistida hasta último momento desde la Casa Rosada, generó suspicacias acerca del vínculo del Chivo con Cristina y Alberto, de quienes es soldado hace 15 años. Sin embargo, los Rossi esquivan toda idea de conflicto o desobediencia: “Agustín tiene una mirada territorial, no es personalista, no es un dirigente porteño o bonaerense. Su mirada es de santafesino, no de Nación. Por eso actúa como ve la realidad en el PJ de Santa Fe. Una vez que tomamos la decisión, la tomamos”, explica a Letra P, Alejandro Rossi.
La fórmula para el Senado tiene algo de brebaje: la compañera del exministro de Defensa es la vicegobernadora de Perotti, la ex jueza Alejandra Rodenas. Ese fue el material inflamable que hizo sudar a Perotti, pero, de nuevo: no es casual. Todo responde a un armado de los Rossi que se viene cocinando desde hace un tiempo, quizás, desde que, recién recibidos, a principios de los ochenta, se volcaron a militar ante una dictadura que empezaba a ceder.
La sangre
El 2005 fue el año bisagra en la carrera política de Agustín Rossi. Alberto Fernández, por entonces jefe de Gabinete, lo convocó para ser diputado nacional, y, después de entrar como por un tubo gracias al naciente y pujante Frente para la Victoria, se convirtió en el jefe de bloque. El Chivo se transformaba en una pieza vital en la construcción del espacio.
Néstor Kirchner lo notó de inmediato y le pidió que arme un espacio kirchnerista en Santa Fe. El Chivo apeló a la confianza ciega y convocó a su hermano dos años menor, que en ese momento era secretario de Seguridad Pública del gobierno de Jorge Obeid, y también al diputado provincial Luis Rubeo. Así se fundaba La Corriente nacional de la militancia, la terminal del rossismo y fuente del kirchnerismo en Santa Fe.
Los roles de ambos fueron clave. El ex ministro es la acumulación de imagen y representatividad desde cargos continuos, y Alejandro, mientras se dedica a su holding de colectivos, es el articulador que en la provincia mueve las piezas subterráneamente. Así sucedió en el vínculo con Rodenas y con el Nuevo Espacio Santafesino (NES), un grupo de senadores justicialistas históricos que, desde el minuto uno, se manifestaron opositores a Perotti, a diferencia del rossismo que acompañó e integró la gestión.

Alejandro y Agustín Rossi cuando compartieron bloque en Diputados de 2007 a 2011
La distancia geográfica siempre los separó. De la ciudad de Vera, bien en el norte provincial, a estudiar ingeniería a la progresista Rosario el más grande, y su hermano Derecho a la tradicional Santa Fe. Se veían sólo para las fiestas. Después, el mencionado salto político del Chivo a Buenos Aires. La sintonía entre ambos ha sido exitosa durante los últimos 20 años compartiendo campañas, bloque en la Cámara de Diputados de la Nación, armados políticos. El más chico de los hermanos fue jefe de campaña de varias elecciones del Chivo y estuvo en la rosca fina del reciente cierre de listas. Si bien repasan casi a diario la campaña, ahora se enfoca en su precandidatura a concejal en la ciudad de Santa Fe, y ya se anotó para la intendencia en 2023.
Dice pulir una visión cortoplacista y define al ex ministro de Defensa como más estratega. Ambos tienen un carácter particular, ambos se chivan, ambos se ponen colorados cuando se chivan. Esto se notó en las agitadas horas previas y posteriores al cierre de listas. La dinamita que esparcieron en redes tenía como objetivo exponer al gobernador. “Él quiere un PJ autónomo similar al cordobesismo; quiere ser príncipe de Santa Fe”, repite semanas después el Rossi menor. En cuestión de horas pasaron de apoyar la gestión y formar parte de ella, a acusarlo de pretender un principado.
Desde su cuenta de Twitter, donde tiene foto y hashtag de Cristina en el perfil, sigue disparando munición gruesa. Sabe que las semanas se achican, los márgenes también y es hora de mantener la guardia alta. Por eso, en este momento, se enfoca en cuestionar la campaña “obscena” que despliega la Provincia. Perotti es el comisario, tiene el caballo y a los dueños de la estancia en Buenos Aires.
Sin embargo, los años de política los hacen desdramatizar, tanto las internas como el día después: “A Perotti lo conocemos hace 40 años. Es una situación política, no personal”. Y remata a dos semanas de la madre de las batallas: “Ni las victorias son tan glamorosas, ni las derrotas tan catastróficas”. Por ahora todo está en el fino límite del glamour o la catástrofe.