Antes de viajar a Italia para participar de la reunión del Grupo de los 20 países clave de la economía mundial (G-20), el ministro Martín Guzmán se presentó ante la mesa examinadora del Frente de Todos para ajustar la sintonía de la política económica en la campaña electoral que está por comenzar. Ante el presidente Alberto Fernández, la vice Cristina Kirchner, el gobernador bonaerense Axel Kicillof -referente económico de CFK- y el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, defendió su decisión de "hacer caja" en la primera mitad del año para disponer de fondos que mejoren el humor colectivo antes de la apertura de las urnas, negó que su objetivo sea la realización de un plan de ajuste e inauguró lo que en su entorno definen como "un estilo más político y menos técnico".
Consecuente con su perfil, Guzmán fue sigiloso en cuanto a la reunión, de la que informó inicialmente Perfil. Realizada en Olivos, fue convocada con poca antelación y motivó la suspensión de buena parte de la agenda del funcionario en la previa del viaje que inició el miércoles de la semana pasada.
Antes y después de ella, el ministro afinó su discurso, incluso en lo privado, y ahora se referencia no solo en el Presidente sino, también, en el resto de las figuras principales del Frente de Todos.
"En las últimas semanas, Martín empezó a hacer un curso acelerado de política. Es como si le hubiese caído la ficha sobre el nivel de influencia de cada sector" en la alianza de gobierno, le dijo a Letra P un funcionario de trato frecuente con él.
"Está más atento a las necesidades políticas y electorales, menos ensimismado en lo técnico", agregó. El cambio también se nota en su abordaje de uno de los temas calientes que lo siguen ocupando: la renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Al respecto, cuando se le plantea la demora del acuerdo, marca un contrapunto con la velocidad con la que Mauricio Macri y Nicolás Dujovne asumieron una deuda impagable de 57.000 millones de dólares, reducida en función de los desembolsos efectivamente realizados a 45.000 millones.
Ante la mesa examinadora de Todos, Guzmán negó perseguir un ajuste y señaló que el ahorro realizado en el primer semestre apuntó a generar un colchón de recursos para hacer frente a la campaña electoral.
Por caso, según informó el propio Ministerio de Economía, "el Sector Público Nacional (SPN) registró en mayo un déficit primario de $54.520 millones y un déficit financiero de $144.852 millones. Este resultado primario no tiene en consideración la recaudación registrada en las cuentas públicas correspondiente al Aporte Solidario ($80.234 millones). Si se adicionara dicha recaudación, el resultado primario sería superavitario en $25.714 millones, mientras que el resultado financiero sería deficitario en $64.618 millones". Esos números y la recuperación de la recaudación impositiva a los niveles previos a la pandemia llevan a analistas privados a proyectar, incluso con la campaña electoral en el horizonte, que el déficit fiscal primario –previo al pago de deudas– sería en el año menor que el 4,5% incluido en el Presupuesto, algo que facilitaría un pacto poselectoral con el Fondo.
"No va a haber bolsillo de payaso, pero el gasto va a aumentar" en la campaña, añadió la fuente consultada por este medio. Prueba de eso son medidas ya anunciadas como la anticipación del incremento del salario mínimo y el otorgamiento de un bono de $5.000 el mes que viene para jubilaciones y pensiones ubicados en la base de la pirámide.
En lo sucesivo vendrán la reapertura de paritarias necesaria para que los salarios logren, al menos, no perder por goleada con la inflación, algo que implicará costos extra en lo que respecta al empleo público; una aceleración de la inversión en obra pública, medidas proconsumo que estudia el Ministerio de Desarrollo Productivo y el reemplazo del Plan Ahora 12 por el Ahora 24 tras el vencimiento del primero a fin de mes.
El desborde de la inflación mucho más allá de las orillas previstas en el Presupuesto 2021 –con una proyección de entre 29 y 33%– también centró las explicaciones del ministro, quien se alineó para explicar el mal trago con el discurso oficial que lo atribuye casi exclusivamente al impacto doméstico del aumento del precio internacional de los alimentos que exporta el país.
Sin embargo, sostuvo su convicción de que lo peor quedó atrás con el incremento promedio de los precios al consumidor de marzo –4,8%– y que el segundo semestre traerá una reducción no espectacular, pero sí sostenida del índice. Guzmán juega, al respecto, con cartas marcadas: la reducción del ritmo de aumento del dólar oficial y la decisión de atrasar más las tarifas de servicios públicos –algo que él resistió en su momento y que le valió un choque frontal con el cristinismo– operan a favor de ese objetivo, aunque barren el polvo debajo de una alfombra que, inevitablemente, se levantará después de los comicios de noviembre.
En sus cálculos, el INDEC anunciará este jueves una inflación de junio que sería algo inferior a la de mayo, algo que daría credibilidad a su –nuevo– pronóstico.
A propósito del segundo semestre, el Guzmán cada vez más político evita la caricaturización fácil: en su discurso no aparecerá esa expresión, emblema de las promesas incumplidas del macrismo, y tampoco alusiones al tono de verde que muestren los nuevos brotes del rebote productivo.
En lo inmediato, el titular de Economía se allanará a las necesidades políticas del Gobierno, que le generaron no pocos encontronazos en el último tiempo. El mediano plazo, en cambio, es un partido por jugarse y en él planea volver con su visión de que la Argentina necesita imperiosamente domesticar, suavemente y de a poco, una macro encabritada.