La República Popular Democrática de Corea, conocida en todo el mundo como Corea del Norte, no es democrática, sirve de modo más que dudoso a su pueblo y, ciertamente, no es una república. Esto último, no ya por carecer de la división de poderes característica de esa forma de gobierno, sino por tener al mando a un virtual monarca absoluto, contingentemente comunista, como Kim Jong-un, continuador de una dinastía hereditaria de dictadores que comenzó con su abuelo, Kim Il-sung, y se prolongó con su padre, Kim Jong-il. Como dice el refrán, “decime de qué presumís y voy a decirte qué te falta”. Eso sí, es coreana. Digamos todo.
El paralelo que se trazará con la Argentina de estos días no pasa por las denuncias de dictadura que propaga cierta vulgata –perdón por la redundancia– política y periodística. Apunta, más bien, a la exhibición de unidad que realiza el Frente de Todos, expresión, por el contrario, de una crisis interna como dicha alianza no había experimentado en 17 meses de camino.
Intrusos en el espectáculo se solazó en la última semana con el culebrón del subsecretario más poderoso del mundo, el de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, quien permanece en su cargo a pesar de haber desautorizado la política tarifaria en particular y económica en general de su superior jerárquico, el ministro Martín Guzmán, de haber ignorado su remoción –dispuesta por el segundo– y hasta de haberlo mandado –socarrón– a "superar las frustraciones y seguir adelante". Con los dos por el momento atornillados en sus sillones como si nada hubiera pasado, al final ese consejo resultó premonición. ¿Habrá impasse hasta las elecciones de noviembre? Conviene ir alquilando balcón, porque el segundo aceptó el viernes que le subieran el gasto social en 0,7 puntos del PBI, aunque avisó que seguirá dando pelea por empezar a equilibrar la macro y que los subsidios para todos y todas que defiende el cristinismo son "prorricos" en el país "del 57% de pobreza infantil".
Mucho más que política, la crisis de identidad seguirá siendo una daga clavada en el corazón del Frente de Todos, una que legitima como nunca los señalamientos sobre la existencia de un doble comando entre el presidente Alberto Fernández y su vice, Cristina Kirchner. Ese lugar común, ahora validado por los propios protagonistas, erosiona peligrosamente la autoridad del jefe de Estado justo cuando el país, sumido en una crisis a la vez sanitaria y política, más necesita una conducción segura y un rumbo claro.
El propio Fernández está convencido de que el caso Basualdo ha mellado no solo la autoridad de Guzmán, sino la suya propia, lo mismo que las declaraciones desafiantes que, en los últimos días, referentes del cristinismo como el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y su ministro de Desarrollo de la Comunidad, el camporista Andrés Larroque, siguieron profiriendo mientras la pava aún bullía.
A Fernández no se le escapa que su autoridad está agujereada, que quienes forman precios hacen la suya, que la calle ya no acata sus órdenes de quedarse en casa como en los malos viejos tiempos de la primera ola de la pandemia y que las jefaturas de distritos rivales y hasta quienes presumen de aliados toman con criterio selectivo sus decretos de necesidad y urgencia (DNU) en la materia.
La misma falta de palanca sufre en el Poder Judicial, claro, aunque no todo es tan lineal como a veces se cuenta. El reciente fallo de la Corte Suprema sobre un DNU ya vencido, que validó la continuidad de las clases presenciales aun cuando Horacio Rodríguez Larreta cedía en parte a la realidad y las limitaba en el nivel secundario, vino, paradójicamente, al rescate político del Gobierno en su peor momento, al menos en el plano discursivo. Claro que dicha sentencia orienta las relaciones futuras entre el Estado nacional y una autonomía porteña que salió reforzada. Sin embargo, no solo reconoce implícitamente la potestad del primero para intervenir sobre esa disposición constitucional si y solo si logra justificar debidamente la necesidad y la urgencia, sino que proveyó al oficialismo de un enemigo común en torno al cual abroquelarse, disimular sus grietas internas y diluir las dudas sobre el tipo de futuro que el Gobierno le ofrece a la ciudadanía. Si se observa bien, la Corte no fue tan mala con Todos.
Con ese asunto más urgente –aunque no necesariamente más importante–, el affaire Guzmán-Basualdo salió de pronto del foco de atención y la oposición empezó otra vez a delirar en torno a ofensivas sobre la Justicia, el fin de la república y la amenaza del populismo.
En tanto, desinteresados de ese chisporroteo, Fernández y Cristina recuperaron al fin una voz –casi– común en la aspereza contra una critarquía que para el primero es peligro y para la segunda, directamente autora de un golpe de Estado. En el corto plazo, ese es el costo de la unidad interna para el primer mandatario.
"Grábense esta foto. Es la foto de nuestra unidad. No habrá tapa de diario ni sentencia judicial que nos lleve a dejar de hacer aquello que debemos hacer en favor de argentinos”, tronó el jefe de Estado al hablar el miércoles en un acto realizado en Ensenada, donde apareció junto a la vice, a Kicillof y al presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, entre otros.
Minutos antes, el gobernador había denunciado que “hablan tanto de las internas de nuestro frente, pero no de las vacunas, del trabajo de expansión del sistema sanitario”. “Nuestro frente político dijo: ‘Alberto, hacé todo lo que tengas que hacer’”, señaló. Para mayor claridad, insistió en la idea de un apoyo del frente “al Presidente para tomar las decisiones que tenga que tomar”. Así habló Kicillof y la paz se hizo. Atrás quedaron sus declaraciones en respaldo de Basualdo, así como las de Larroque a favor de la reinstalación del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), otra mojada de oreja al plan Guzmán de estabilización en cámara lenta. ¿Ella? Ella no necesitó hablar.
La guerra contra la Corte está declarada, pero es difícil que pase del ruido de rigor. La propia Cristina no pudo con ella en su segundo mandato y el actual presidente, se vio claramente en las últimas semanas, no incide en las decisiones ni en los tiempos de un tribunal que crea sus propias reglas. No cuenta para eso con canales eficaces ni con la contundencia de los números en el Congreso ni con el humor de la calle, que probablemente estallaría ante cualquier avance más o menos concreto.
Así las cosas, cabe preguntarse si la mera política del zamarreo –la única que queda– ablandará alguna vez a esos magistrados. No parece el caso, ni por su respuesta a la disputa sobre las clases presenciales ni por su inacción ante las permanentes quejas del cristinismo contra el lawfare.
Chispas y más chispas, entonces, a no ser que alguno de los supremos vuelva a sentir en carne propia el “cansancio moral” del Ricardo Lorenzetti de 2015. También será difícil, tanto que el propio juez ya superó, felizmente, ese estado de ánimo. Además, para cansarse, aquellos necesitarían primero apurar su ritmo de trabajo a fin de poder parar la olla y pagar sus impuestos. Recién después vendría lo moral.
Como ocurre en todas las guerras, el enemigo externo galvaniza a los propios, lo que le permite al confundido Frente de Todos salir por arriba de sus crisis, una que –atención– queda pendiente de resolución mucho más allá del destino de Guzmán y de Basualdo.
En definitiva, la interna oficial divide al oficialismo en dos: por un lado, los desesperados por ganar una elección de mitad de mandato que perciben complicada dados la pandemia, la crisis económica y el clima social en el país del 42% de pobreza; por el otro, quienes advierten que abrir la billetera sin limitaciones es pan para hoy y hambre para esta noche, dado el peligro que un exceso todavía mayor de pesos en la plaza desquicie los tipos de cambio paralelos, le meta presión al oficial y desmadre una inflación que ya apunta directo al 50%. Estos últimos –Guzmán, bah– preguntan, retóricos, de qué murió el macrismo. No fue de tilinguería ni de manejos con parques eólicos y bonos a cien años, sino de falta de caja –algo que disimuló mientras pudo con deuda– y de empeoramiento de expectativas cambiarias una vez que soltó las metas fiscal y de inflación.
A su manera, peronistas de un palo u otro se preparan para la apertura de las urnas, instancia que será clave para entrever la suerte del Gobierno en la segunda mitad de su período, el modo en que podrá gestionar en lo sucesivo y el destino que puede caberle a la hora de revalidar en 2023. ¿Cómo se comportará el electorado?
La pregunta remite a las palabras de la intelectual orgánica de la derecha argentina de todos los tiempos, Rosa María Martínez Suárez: “Como te ven, te tratan: si te ven mal, te maltratan y si te ven bien, te contratan”.