ELECCIONES 2021

Chile se debate entre la urgencia del cambio y el peso muerto del statu quo

Piñera salvó su cabeza en el Senado, pero la sociedad ya fragua su sucesión. Un caso de acoso pone suspenso en la recta final. La madre de todas las batallas.

El presidente Sebastián Piñera zafó el martes de ser destituido por un caso de presunta corrupción y conflicto de intereses, pero de cualquier forma ya es pasado: Chile encara la recta final hacia las elecciones del domingo, que definirán su sucesión. Aunque parecen sacar ventaja un candidato de la izquierda alternativa y uno que reivindica la dictadura militar, el tramo final de la campaña se vio sacudido por una denuncia de acoso sexual contra el primero de ellos, pero ni los medios de comunicación ni el ecosistema político terminan de hacerse cargo de la necesidad de esclarecer semejante cuestión. Por su parte, la Convención Constituyente nacida del estallido social de 2019 avanza hacia la redacción de una Carta Magna pospinochetista que podría modificar principios cruciales como la concepción de la propiedad, el ordenamiento del Estado y al carácter de servicios como la educación y la salud. Chile se debate en una etapa crucial de su vida democrática entre los urgentes reclamos de amplios sectores sociales y el peso de un establishment que da pelea, lo que convierte su futuro inmediato en un enigma. Pasen y vean.

 

Como se esperaba, la acusación contra el jefe de Estado fue apoyada por 24 senadores opositores pero no llegó a la mayoría calificada de 29 que habría gatillado su destitución. El hombre zafó a cuatro meses de su salida del poder, pero el caso iluminó como nunca más la imbricación promiscua de poder económico y político en un país que ha encarnado en la región, como ningún otro, la vigencia de un modelo irrestrictamente proempresa que ha generado un proceso de crecimiento de décadas, pero que, previsiblemente, falló a la hora de derramar la bonanza.

 

El caso en cuestión se remonta a 2010, en el primer mandato de Piñera, y fue destapado por la investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) sobre el último escándalo de las empresas offshore, conocido como Pandora Papers. De acuerdo con lo revelado, la familia Piñera vendió su participación en la minera Dominga a un empresario amigo por 152 millones de dólares, lo que pudo concretarse porque el gobierno –del propio conservador– no impuso restricciones ambientales al emprendimiento.

 

Durante el proceso, la calle no hirvió contra el impopular mandatario ni presionó a los senadores que debían juzgarlo, a pesar de que algunos de la propia derecha llegaron a dudar sobre qué votar.

 

Más allá de lo que pudo sugerir el alzamiento popular de 2019, lleno de reclamos legítimos y también –en parte– cruzado por una violencia sostenida, el sentido común conservador forjado por la tiranía de Augusto Pinochet pesa aún sobre la sociedad, algo que se evidenció en la impiedad con la que las fuerzas de seguridad reprimieron aquella pueblada.

 

Ese peso se hizo evidente, por caso, en el debate que los candidatos y la candidata presidenciales mantuvieron en televisión el lunes a la noche. El mismo giró durante amplios tramos en torno a preguntas sobre qué garantías ofrece cada uno sobre la gobernabilidad, si consideran necesario reprimir las protestas que incluyen cortes de tránsito y respecto de “cuál de sus propuestas genera más incertidumbre a los inversores”.

 

Participaron del debate Gabriel Boric –de la alianza de izquierda Apruebo Dignidad–, José Antonio Kast –pinochetista que representa al Partido Republicano–, Yasna Provoste –una democristiana del Nuevo Pacto Social, la ex-Concertación–, Sebastián Sichel –un hombre socialmente liberal que encabeza la coalición piñerista Chile Podemos Más–, Marco Enríquez-Ominami –Partido Progresista– y Eduardo Artés –de la radical Unión Patriótica–. El encuentro fue un todos contra Kast, en el que Boric, Enríquez-Ominami y Provoste compitieron por mostrarse como el mejor o la mejor rival posible de aquel y Sichel buscó destronarlo del favoritismo dentro de la derecha para pasar a la segunda vuelta del 19 de diciembre.

 

En el medio, Boric hizo mea culpa sobre alguna propuesta de reforma tributaria que aceptó revisar para no asustar a los inversores, mostrando una vocación prematura por moderar su perfil de exlíder estudiantil y dirigente social vinculado al movimiento de protesta. En tanto, Enríquez-Ominami creyó que, antes que resolver de fondo la inequidad, sería mejor hacer que el Estado se endeude para hacer política social y así dar vuelta la ecuación actual de “un Estado rico y una sociedad pobre” (sic).

 

Las encuestas divulgadas justo antes de la veda auguraban que Boric y Kast se repartirían el domingo los dos primeros lugares –sin coincidir en cuanto al orden–, pero una denuncia de acoso sexual contra el primero amenaza con modificar ese escenario.

 

La misma no es nueva: formulada en 2012 por una militante de Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) y reiterada en 2016 ante la propia organización, fue reflotada en los últimos días por un medio digital. El caso se menciona, aunque con excesiva timidez, presuntamente porque la denunciante no quiere ser revictimizada. Esta acusó a Boric de haberse comportado como “un cerdo” y de haberle destinado “miradas lascivas” y conductas “violentas”, pero el ahora candidato solo admite haber usado en el pasado “expresiones machistas” de las que hoy se arrepiente. Su declarada disposición a dar todas las explicaciones posibles en sede judicial, si eso correspondiera, dio por zanjada la cuestión en el debate del lunes, sin que sus competidores ni su competidora siquiera lo animaran a explicar de qué expresiones se arrepiente y a aclarar el tenor de una acusación que no se sabe si se refiere a hechos que pasaron o no al plano físico.

 

Tampoco los medios indicen demasiado en el tema, actitud que no se sabe si protege a la víctima, a Boric o a los dos. ¿Tendrá ese tema, en teoría explosivo, impacto en las urnas?

 

Si no fuera así y las encuestas tuvieran razón, resultaría sintomático que la pelea de fondo se diera entre una nueva izquierda y un pinochetista. En tal caso, una mayoría social suficiente decidiría dejar atrás a los dos sectores que han animado las últimas décadas de reformismo suave, ya sea la ex-Concertación, que nunca superó su fase herbívora, y el centroderecha, que se despojó, no sin esfuerzo, de sus tics pinochetistas más obvios.

 

La competencia se daría, entonces, entre quien encarna una expectativa de cambio ajena a la política tradicional –Boric– y el defensor más claro del statu quo –Kast–, la verdadera pelea de fondo en un país que exige un reparto mejor de la riqueza, pero que, por otro lado, tiene miedo de deshacerse del bebé del crecimiento junto con el agua sucia de la inequidad.

 

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