Lo que viene está signado por los riesgos de administrar pensando en un corto plazo que en la Argentina es cada vez más corto y por los límites del gobierno posible. En otras palabras, por la economía y el año electoral. Por el brete que empareda al presidente entre las exigencias del mercado y el pliego de condiciones de Cristina Kirchner. Y por las torpezas autoinfligidas, claro.
Dicho eso, no puede sorprender que el rumbo luzca errático. El gobierno que cierra el registro para las exportaciones de maíz a fin de "asegurar la mesa de los argentinos" es el mismo que, amenaza de lockout mediante, negocia el levantamiento de dicha restricción. A primera vista, eso podría ser interpretado, por costoso que sea en términos de convivencia con sectores que serán clave para asegurar la pax cambiaria del año, como una movida genial de pegar primero para después negociar. Spoiler: no lo es.
Acelerar con el freno de mano puesto exige demasiado el motor. Ese modus operandi –inaugurado en la docuserie Vicentin: “Yo pensé que me iban a aplaudir” – se reiteró al ritmo que medió entre las resoluciones 2987 y 2988, que, a la velocidad de la luz, autorizaron y anularon un aumento del 7% de las cuotas de la medicina privada desde febrero, acumulativo al 10% otorgado en diciembre. La firma que está al pie de ambas es, claro, la del ministro de Salud, Ginés González García, quien paga los platos rotos de las marchas y contramarchas oficiales, que llevan las quejas sectoriales sin escalas al propio despacho presidencial.
Hay, en tanto, una víctima colateral, alguien que no firmó esas resoluciones, pero que es el encargado de explicar si el Gobierno está dominado o no por el kirchnerismo más duro a los agentes económicos y al Fondo Monetario Internacional (FMI), con el que negocia los vencimientos de magnitud y cronograma inverosímiles soltados, como una lágrima, por Mauricio Macri. Barrilete cósmico… En el fondo, más allá de los productores de maíz, de Ginés y de la queja airada de Claudio Belocopitt, es Guzmán quien responde por las cuentas nacionales en momentos en que ya nadie duda de que las promesas de acelerar la reducción del desequilibrio fiscal –para que termine el año por debajo del 4,5% establecido en el Presupuesto 2021– son palabras que se llevó el viento. El giro bastante ortodoxo con el que Fernández pretendió hace no demasiado tiempo endulzar los oídos de los compradores de dólares y de los negociadores del Fondo quedará para otra vez.
En el año electoral, todo estará en línea con los postulados de Cristina: más consumo, limitado movimiento tarifario y alineamiento de salarios y jubilaciones con los precios. La idea de desindexar esos ingresos y reducir los subsidios y el déficit fiscal quedarán en el debe.
Más allá del modo en que la vice, socia mayor del Frente de Todos, entiende la coyuntura, el gran factor condicionante es la elección legislativa de octubre, cuyo desenlace seguirá siendo un albur en la medida en que también lo sea el derrotero de una economía que, a lo Orteguita, amaga sin fin entre el viento de cola externo y la desconfianza doméstica.
“La verdad es que nos quema el corto plazo, que nos obliga a tomar medidas pragmáticas que después no podemos sostener por diferentes motivos”, le dijo a Letra P un hombre cercano a la conducción económica. “Esas marchas atrás lo desgastan a Martín, no hay nada que hacer”, añadió.
De acuerdo con esa fuente, lo que viene en el año electoral no tiene nada que ver con aquellas –no tan– viejas promesas de mayor prudencia fiscal. Si el Gobierno cumple con el déficit primario –antes del pago de deudas– presupuestado del 4,5%, sería un triunfo, dicen. El problema es que cada día que la pandemia demore en retirarse, la cuenta de los subsidios se abultará.
Las soluciones de fondo, la articulación con los sectores, las mesas de diálogo para encarar políticas de Estado… todo eso deberá esperar, si es que alguna vez llega. El ritmo circadiano de la política argentina, con elecciones cada dos años, deja esa materia siempre previa.
Dentro del oficialismo le piden a Guzmán que deje de lado su perfil académico y, sobre todo, que se muestre más atento al Mercado Central que al mercado financiero.
El hombre se allana a la decisión oficial de privilegiar lo político-electoral, pero aun así la falta de coordinación en la cúpula suele dejarlo en off-side. Se alinea, pero a veces llega tarde.
Lo que viene, en clave bien electoral, es una economía basada en la gente y en sus humores, todo aquello que registran las encuestas y se plasma en las urnas. Dentro de eso, la prioridad será que los precios no se desmadren, todo un desafío cuando el Presupuesto prevé una inflación del 29% en el año y las consultoras privadas hablan de una de casi el 50%… si el dólar no se menea demasiado.
“¿Estabilizar la economía y que no se dispare el billete verde? Sí, pero primero que la gente pueda comprar un paquete de arroz”, dicen en el Gobierno.
Más allá de los precios, el énfasis se colocará en el empleo que pueda dinamizar la obra pública, financiada en la mayor medida posible con crédito multilateral, el único en dólares que permanece abierto para el Gobierno.
“Vamos a buscar medidas de impacto directo”, dijo una fuente oficial. ¿De dónde sueña eso? ¿De 2017, acaso, cuando todo el mundo daba por hecha la reelección de Macri tras su triunfo de octubre? Apenas seis meses duró esa certeza con pies de barro, cuando el mercado cambiario se lanzó en su contra con furia parricida.
Guzmán tiene banca interna. La negociación de la deuda es hasta ahora su gran activo, lo mismo que una imagen que es muy buena entre la tropa propia. Eso le permitió esta semana ganar algunos casilleros en la interna del poder, en especial con el reemplazo del lavagnista Carlos Hourbeigt en el directorio del Banco Central por Diego Bastourre, un hombre que puede ufanarse de haber hecho bien su trabajo como secretario de Finanzas, tanto por las mejoras del mercado de deuda en pesos como por haber acercado recursos que permitieron reducir la espinosa asistencia de la autoridad monetaria al Tesoro.
“Nosotros no hacemos hincapié en si Martín gana espacio en el Central y no es nuestra intención, aunque no podemos evitar que se haga esa lectura. Lo principal es aportar a una política monetaria estable. Antes de su última función, Diego acumuló una experiencia de diez años en el Banco Central, lo que lo convierte en un técnico ideal para esta etapa”, le dijo otra fuente del Palacio de Hacienda a Letra P.
Ese cambio tiene también contenido político. Fernández suele decir que le encantaría tener a Roberto Lavagna en su equipo, pero, a la hora de los bifes, las críticas de este lo indigestan. Sí a Lavagna, no al lavagnismo. Difícil…
Hay, asimismo, un mensaje más en esos enroques de personal, clave del tiempo presente y de la obsesión oficial por los precios. El aterrizaje de Fernando Morra en la Secretaría de Política Económica, el viceministerio, implica la llegada de “un experto en inflación". "Tiene el perfil adecuado para una de las principales luchas del año, que es morigerar la tendencia al alza de los precios”, añadió la fuente de Hacienda.
Lo dicho: Guzmán está firme. Igualmente, aun después de los avances mencionados, está lejos de ser un superministro. Comparado con el que, por ejemplo, supo tener Domingo Cavallo, su equipo tiene una dimensión irrisoria.
Además, como todo el mundo, sabe que está sometido a la tiranía de los resultados. Sobre todo en una época de admoniciones en plaza pública.