LA QUINTA PATA

¿Estamos ganando?

El coronavirus puso a la sociedad y a la política en modo de guerra. Logros precarios y paradójicos. Espejos que impactan, ¿pero asustan? Pasar el invierno. Tiros en el pie e imagen presidencial.

En la Argentina y en el mundo, el lenguaje político mutó en bélico conforme se extendió la sombra de ese “enemigo invisible” que es el COVID-19 y la propia palabra “guerra” fue utilizada por numerosos gobernantes, incluido Alberto Fernández. Así las cosas, un combate se libra y, en algún momento, se gana o se pierde. ¿Estamos ganando?

 

La pregunta remite tristemente a la última guerra en que se vio involucrada la Argentina. En Malvinas, la dictadura afirmó que sí, que estábamos ganando, hasta apenas un minuto antes de admitir que, en realidad, habíamos perdido y que miles de jóvenes habían sido enviados a una misión suicida.

 

 

Las analogías en general y las que vinculan política y guerra en particular son peligrosas, pero hoy, en democracia, con una libertad de expresión que llega a los bemoles y a los sostenidos de las redes sociales, a los cacerolazos y hasta a los hashtags de procedencia vidriosa, una operación de engaño como aquella es impensable. Vale entonces la pregunta: ¿estamos ganando?

 

 

 

Tras sopesar las posibilidades latentes de una derrota sanitaria y las de una económica y tras recibir el jueves la noticia más inquietante hasta el momento en lo que hace al saldo de víctimas fatales, el Presidente se decantó por la cuarentena XL. “¿Si estamos ganando? Estamos ganando tiempo. Incluso se puede decir que estamos pateando la pelota para adelante”, dicen cerca de donde se toman las decisiones.

 

El aislamiento social, preventivo y obligatorio comenzó el viernes 20 de marzo y, desde entonces, ya fue prorrogado dos veces. El éxito de su aplicación, expuesto el viernes a la noche por el mandatario con una serie de gráficos, contiene una paradoja: su seguimiento masivo limitó mucho la exposición de los argentinos al virus –justo lo que se buscaba– pero, con esto, también sus niveles de inmunización. Una apertura apresurada sería un riesgo demasiado alto.

 

 

 

Mientras los médicos en los hospitales devoran los últimos papers y tantean terapias del modo más artesanal imaginable, los científicos que asesoran a Fernández le advierten que hay dudas sobre el tiempo de inmunidad del que gozan quienes contraen el virus y logran superarlo; los estudios son todavía preliminares y poco concluyentes, lo que impide descartar contagios de segunda ronda. Nadie sabe qué entraña exactamente el pico de casos del que muchos hablan ni cuándo llegará y, encima, el invierno todavía queda lejos.

 

Lo único que puede afirmarse por el momento a nivel sanitario es que el buscado aplanamiento de la curva de casos se está produciendo y que la red sanitaria está aún a salvo de un colapso.

 

La pregunta original impone una precisión: ¿quién gana o pierde? En lo que respecta a la sociedad, la respuesta es que está ganando por ahora. ¿Qué cabe decir, en tanto, del Gobierno, cuya medida de éxito o fracaso es siempre política? 

 

El año que viene es electoral y la pregunta clave es qué pesará más en el ánimo de los ciudadanos cuando se abran las urnas. ¿Será la tragedia, cabe desear, finalmente minimizada o los males económicos que habrá impuesto ese primer objetivo?

 

 

“Los hombres olvidan más fácilmente la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”, dijo Maquiavelo en El Príncipe. Fernández espera que la sentencia no resulte cierta porque sabe que el daño económico existirá y será grande.

 

 

En principio, el escenario de la calamidad evitada presenta una limitación: algunas personas pueden respirar con alivio al constatar que, hasta ahora, el saldo de muertes en la Argentina difiere radicalmente del de países de referencia en el imaginario colectivo como Estados Unidos, España o Italia, pero, para otras, los números significan poca cosa si la desgracia no toma forma concreta en sus entornos íntimos.

 

“Los hombres olvidan más fácilmente la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”, dijo Maquiavelo en El Príncipe. Fernández espera que la sentencia no resulte cierta, porque sabe que el daño económico existirá y será grande. Además, la elección del camino de la cuarentena estricta impide ponderar qué habría pasado si el país hubiera transitado por el alternativo, el del llamado aislamiento vertical, el limitado a los hogares, empresas y regiones donde se detectan brotes. Los impulsores del segundo, notablemente más economistas que médicos o epidemiólogos, hacen cada día más ruido conforme la realidad punza con mayor fuerza la carne de los argentinos.

 

El dilema de privilegiar lo sanitario o lo económico es falso; así lo prueba el caso de Francia. El nuevo coronavirus estalló allí recién a mediados del mes pasado y de ese momento datan las medidas urgentes de aislamiento social y parálisis de la economía. El saldo de la liberalidad inicial no podría ser peor: los fallecidos se cuentan de a cientos por día y, a la vez, el producto bruto interno (PBI) se desplomó un 6% en el primer trimestre, por lo que el impacto pleno de la crisis, que se constatará a partir de este mes, queda librado a las imaginaciones más audaces. El problema es convencer a los escépticos de que los peligros evitados no fueron fantasmas.

 

Como le ocurre a la sociedad, cualquier victoria de Fernández también es precaria. Su obra Los Miserables y su elogio a Hugo (Moyano) parecieron la respuesta a una cierta tirantez con el ala K del Frente de Todos, algo que pudo rendirle frutos en la interna aunque al costo de volver a meterlo en la grieta de la que había salido con su manejo cooperativo de la crisis. Esa estrategia no solo lo llevó a niveles de popularidad propios del primer Néstor Kirchner sino que, en un fenómeno inédito, le permitió cruzar la frontera peronista y llegar a compartir imagen positiva con Horacio Rodríguez Larreta en un segmento del 30% de la ciudadanía.

 

 

 

Sus peleas con empresarios poderosos y sus elogios al sindicalismo, sin embargo, parecieron importarle mayormente al núcleo más irreductible para el peronismo. Algo diferente fue lo que vino luego, cuando el Gobierno se empeñó en pegarse una ráfaga de tiros en los pies, como ocurrió con la gaffe de los jubilados agolpados ante las puertas de los bancos, la marcha y contramarcha fuera de timing sobre una intervención estatal de las prepagas y la lesiva compra de alimentos por parte del Ministerio de Desarrollo Social. Sin embargo, la reacción fue rápida en todos los casos y, aunque varias encuestadoras salieron este fin de semana a medir posibles daños, la imagen presidencial no parece haber sufrido mucho. Por ahora prima la necesidad social de encontrar un padre protector en el jefe de Estado, pero este no es un tiempo para confiar demasiado en inmunidades.

 

Con todo, un dato interesante surge de los sondeos: todo apoyo es volátil y está sujeto a la ciclotimia de la cuarentena. Las necesidades materiales aprietan y preocupa que el aislamiento empiece a causar fatiga y que crezca el movimiento en las calles.

 

¿Los argentinos vamos ganando? Cualquier respuesta solo permite una satisfacción efímera. No es poco, sin embargo, cuando hay tanto en juego.

 

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