El hombre que ayudó de manera decisiva para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) le hiciera un aporte de campaña de 44.000 millones de dólares a Mauricio Macri es el mismo que, ya con Fernández en la Casa Rosada, actuó positivamente en el proceso de renegociación de la deuda con los acreedores privados. Asimismo, hasta ahora ha evitado entorpecer el proceso análogo con el propio Fondo –es lo menos que puede hacer– y, en materia de comercio, como se ha dicho, cada gestión es un toma y daca específico. Trump tiene, justamente, la llave de la negociación con el FMI y todo indica, a tono con el estilo descripto, que pretende negociarla. Sin embargo, contar esa historia implica tomar un pequeño desvío en el camino.
Donald Trump y Mauricio Macri, una sociedad que no rindió frutos para la Argentina.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL FMI. Trump le ha metido recientemente una cuña al país y a toda la región al forzar el nombramiento de Mauricio Claver-Carone como titular del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con lo que rompió la tradición que desde 1959 reservaba esa silla a un latinoamericano. Este último fue el primer nexo entre el albertismo y la Casa Blanca ya durante la campaña electoral del año pasado y llegó al país para la jura como enviado personal de Trump. Sin embargo, como se recuerda, se retiró antes de la misma enojado por la presencia de representantes del chavismo. Como siempre, una de cal y una de arena para ir empujando la línea de defensa de la contraparte.
Hoy, este cubano-estadounidense ultraconservador sigue desorientando: un día promete un BID inclusivo y gestiona en Washington una ampliación del aporte de su país para surtir de préstamos a la región –algo deseado aquí con avidez en el contexto actual de escasez de divisas–, pero al siguiente critica públicamente al gobierno de Fernández y excluye a los países grandes en el armado de su gestión. Entonces, a la hora de postular a quienes serían su vices, uno de los elegidos es el ahora exministro de Hacienda de Paraguay Benigno López, mientras que busca otros en naciones pequeñas y también afines como Ecuador y Honduras.
Claver acaba de dar una señal clara sobre el toma y daca que rodeará la negociación con el FMI en una entrevista que concedió al diario La Nación. En medio de nuevas críticas al Gobierno por actos que, cree, confunden acerca de su compromiso con la inversión privada, reveló: “El Fondo me preguntó si (…) el BID podría poner más dinero. Yo les dije de mi parte que tengo toda la voluntad para ayudar a la Argentina. Ahora, la realidad es el espacio que tengamos en la cartera (crediticia)”.
Lo que Kristalina Georgieva y su gente quieren es que el país reduzca la emisión monetaria, algo que considera el principal combustible de la crisis cambiaria actual. Para eso, pretende que el ministro Martín Guzmán modifique la fórmula 40/60, esto es, los porcentajes de deuda y emisión con los que pretende financiar, respectivamente, el déficit fiscal primario estimado en el Presupuesto 2021, de 4,5% del PBI. Hoy, la proporción es 90/10… Sensible a las recomendaciones del organismo –indirectamente, de la administración Trump–, el funcionario dio en la última semana señales de intensificar la recaudación vía toma de fondos, pero el mercado externo está cerrado y el local carece de la profundidad necesaria para tapar semejante agujero.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, y el ministro de Economía, Martín Guzmán.
Así –¿casualmente?– al representante argentino ante el FMI, Sergio Chodos, se le escapó esta semana, en declaraciones radiales, la idea de incluir fondos frescos en el futuro acuerdo con el Fondo, algo que siempre había sido tajantemente excluido.
La idea “siempre fue mantener la exposición (recibida de Macri) e ir renegociando lo que se necesite para pagar. También es cierto que podría haber necesidades (de financiamiento) un poco por arriba, pero no me imagino una cosa que sea muy exorbitante respecto del acuerdo de antes. La intención es ir saliendo (de esa deuda), no volver a entrar”, señaló Chodos.
El remanente que Fernández y Guzmán han rechazado hasta ahora, parte del Stand-by macrista caído, es de 11.000 millones de dólares. Sin embargo, algunos hablan en el Gobierno, a modo tentativo, de unos 3.000 millones. Con eso o algo más, confían, sería posible pasar el verano y llegar a la nueva temporada de sojadólares, una que esta vez no se puede desperdiciar si se quiere acumular reservas y jugar la última ficha antes de una megadevaluación ruinosa. ¿Pero esa cifra no es exigua? Probablemente, pero hay que tener en cuenta que la vigencia de un cepo muy duro evitaría, a diferencia de la fuga de 2018-2020, una sangría terminal de las reservas del Banco Central.
El remanente que Fernández y Guzmán han rechazado hasta ahora, parte del Stand-by macrista caído, es de 11.000 millones de dólares. Sin embargo, algunos hablan en el Gobierno, a modo tentativo, de pedir unos 3.000 millones.
Regresando a la relación con Trump, el Fondo y Estados Unidos podrían desear que un aporte de dinero fresco fuera parte del entendimiento futuro: poner plata da derechos y, en este caso, buscan incidir para que el sendero hacia el ajuste fiscal sea más veloz que el previsto por Guzmán, de modo de mejorar expectativas y limitar en el tiempo el cepo cambiario.
Chodos habló, pero en el Gobierno todos juegan al Gran Bonete. Guzmán filtró que esos dichos lo sorprendieron y nadie confirma, on the record, que pedir dinero sea un objetivo. ¿Duele, acaso, aceptar que hay que recurrir a Satanás? ¿O se teme que las negociaciones se demoren al menos hasta abril y que para entonces, cuando el pollo cambiario ya esté cocinado, ese aporte resulte superfluo?
¿Y SI HAY CAMBIO DE GUARDIA? Si Biden venciera a Trump este martes, con él habría que lidiar. ¿Hasta qué punto sus visiones y condiciones serían diferentes a las del mandatario eventualmente saliente?
Joseph Biden y Kamala Harris, miembros de la fórmula demócrata.
Para Argentina, los demócratas son como los amantes chamuyeros: hablan muy lindo, pero, a la hora de la verdad, no necesariamente rinden más.
En lo que representa un avance de realismo frente a experiencias anteriores, en el Gobierno entienden que Washington tiene intereses permanentes, ya sea con Trump o con Biden. En el capítulo regional, estos pasan por la competencia con China por la hegemonía, la carrera tecnológica, el cambio de régimen en Venezuela, la urgencia por apurar una transición en Cuba y la cooperación contra el terrorismo y el lavado de dinero. La inmigración no es tema para nuestro país.
En ese contexto, bajo una administración Biden, el Gobierno esperaría más una modificación de las formas, seguramente menos brutales, que una de la agenda. La salida de Nicolás Maduro y los suyos no dejaría de ser prioridad, pero acaso se consolidaría el viraje ya insinuado por Trump, esto es, el de un abandono progresivo del presidente de fantasía Juan Guaidó y un intento de impulsar el objetivo del cambio de régimen a través de una negociación con participación multilateral, como pretende el Grupo Internacional de Contacto, en el que militan países europeos, México y la propia Argentina.
En el caso de Cuba, alrededor de Fernández creen que se exagera el hecho de que Biden haya sido vice de Barack Obama y que este haya sido, en su tramo final, artífice de un deshielo sin precedentes en décadas. El último jueves, tanto Biden como Trump fueron a hacer campaña a Florida, un estado clave para el Colegio Electoral donde el lobby cubano es decisivo. Bob Menéndez es un demócrata que pesa fuerte en su defensa en el Senado y, como todo tiene que ver con todo en el reino de los intereses permanentes, sería un respaldo crucial para el republicano Claver-Carone en el caso de que un cambio de gobierno lo dejara a la intemperie.
¿Mejor malo conocido, entonces, diría Perón, feliz como cuando recibió, en julio de 1953, en calidad de “huésped de honor”, a Milton Eisenhower, hermano del entonces presidente republicano Dwight Eisenhower?
¿O, al revés, el adiós a la era del hecho consumado y la brutalidad haría aún más encantador el chamuyo susurrado en la oreja nacional? ¿Todo es lo mismo y solo cabe esperar una diferencia de estilo?
En el trazo grueso, posiblemente sea así. Hay, sin embargo, una diferencia fuerte entre los dos septuagenarios en competencia, capaz de alterar de modo radical la relación de fuerzas en Sudamérica.
Trump es un negador y Biden, un creyente del cambio climático. Aunque el tema tiene impacto limitado en la percepción nacional, podría traer, en caso de que el camión de mudanzas visitara la Casa Blanca, una consecuencia mayor: el aislamiento de Jair Bolsonaro, más por su desaprensión ante la deforestación ígnea de la Amazonia que por su ultraderechismo. A fin de cuentas, si hay alternancia, acaso sí la Argentina se encuentre con novedades de las grandes.