Una vez más, Cristina apostó por la retórica del contacto directo y sin intermediarios; nuevamente, se inclinó por la propagabilidad de un bricolage de imágenes con su voz en off y sobreimpresa. Aunque, en esta ocasión, sin los efectos de la música incidental de fondo que utilizó la vez anterior.
Es, precisamente, esa actitud de procurar trascender las barreras del poder mediático, al que se muestra constantemente enfrentada, uno de los rasgos que la diferencian de su compañero de fórmula. Por su parte, Alberto Fernández brindó, en los escasos días que han pasado desde la primicia, una entrevista exclusiva (a Página/12), una alocución pública durante su visita a Santa Cruz y varias apariciones en ocasión de móviles en vivo de diferentes canales de televisión. Y en todas esas manifestaciones se mostró sereno ante la ansiosa e insistente interrogación de los cronistas de turno, adoptando una posición sorprendentemente relajada -y, hasta podría decirse, amansada-, pese a la vorágine en que lo sitúa su nueva función.
Alberto Fernández prefiere ocupar el lugar de quien es llamado a oficiar el rol que las circunstancias requieren.
Asimismo, si se observan estas últimas apariciones mediáticas de Fernández es posible advertir algunos de los aspectos más notorios de su presentación de sí.
En primer lugar, a diferencia de la performance de liderazgo y el ferviente deseo por ser presidente que manifestó abiertamente Sergio Massa, Alberto Fernández prefiere ocupar el lugar de quien es llamado a oficiar el rol que las circunstancias requieren. De hecho, en diálogo con TN se autodefine como un militante político “encantado de cumplir la función” que le han encomendado porque concibe a la política -así lo señala en su entrevista con Página/12- como un “hecho generoso que debe servir al conjunto”, “un acto de construcción permanente”.
Curiosamente, aún sin el léxico propio del campo semántico de lo militar, ocupa, en parte, el típico lugar del enunciador que Silvia Sigal y Eliseo Verón atribuyeron, en su libro Perón o muerte, al “modelo general de la llegada”. Se trata de un modelo característico del dispositivo enunciativo peronista, presente desde el primer momento en que Juan Domingo Perón sostuvo, allá por mediados de los años cuarenta, frases del siguiente tipo: “Soy un humilde soldado que cumple con un deber impuesto por la hora y pueden estar seguros de que lo mejor que puede existir en mí es la buena voluntad”. Cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia.
En segundo lugar, en gran parte de sus intervenciones televisadas insiste en que sigue siendo “el mismo Alberto Fernández que elogiaban cuando yo la cuestionaba a Cristina”. Este acercamiento de posiciones aún con diferencias es presentado, reiteradamente, con la expresión de las emociones que le despierta: “Lo que más valoro es el reencuentro personal con Cristina”. De aquí que la mayoría de sus alocuciones esté centrada en ensalzar la imagen de la precandidata a vice, mostrando algo del orden de su maduración. En síntesis, el reencuentro se hace posible porque Cristina no es la misma que en 2008, cuando Fernández renunció a su puesto de jefe de Gabinete.
AF insiste en que sigue siendo “el mismo que elogiaban cuando la cuestionaba a Cristina”. Es decir que el reencuentro es posible porque Cristina no es la misma que en 2008.
Aunque gran parte de las preguntas que le son dirigidas sean sobre Cristina y no sobre él, Fernández no duda en que, más allá de la potencia de su compañera de fórmula, que, por cierto, le resulta “tranquilizadora”, él conoce la función pública, sobre todo en períodos de crisis. En el “Ciclo de Debate de Formación Política” de este lunes en Santa Cruz, afirmó: “Sé qué calles hay que transitar para salir de este problema”. Fue ese encuentro, planeado antes de conocerse la primicia, en el que se presentó, por primera vez, como candidato; esto es, brindó un discurso del orden de lo programático donde expuso un saber hacer propio de su experiencia política y en el que, incluso, arengó a la militancia presente.
En tercer lugar y en estrecha conexión con lo anterior, advierte la “necesidad de reconstruir un pacto ciudadano”, sin dejar de aclarar que el “ciudadano es algo más que la gente: es la gente con derechos y obligaciones”. Se propicia, así, un “llamado a la unidad” en un “espacio de síntesis”.
Nótese, en este punto, la disputa de sentido que, de este modo, se inaugura entre el referente de Unidad Ciudadana y los representantes de Alternativa Federal. En un caso, no se habla de consenso sino de “respeto de la disidencia”, como indicó en una de las publicaciones de su cuenta personal en Twitter, porque es necesario “construir la opción que los argentinos reclaman para superar este presente”. En otro -tal es lo que sostienen tantoRoberto Lavagna como Sergio Massa o Juan Manuel Urtubey- se habla de diálogo, de coalición, de un espacio que excede, incluso, lo partidario. Y, más allá de toda discrepancia, el discurso de Alberto Fernández se apropia del término “alternativa” cuando dice, en otros de sus tuits, tratar de “consolidar la alternativa que los argentinos necesitan”. He aquí una alternativa a la alternativa.
Desde el sábado, se han escuchado y leído a políticos y periodistas que, con mayor o menor criterio, ven en esta jugada política un retorno al “nestorismo” o una apuesta por un “kirchnerismo moderado”. Y, aunque Alberto Fernández no se siente cómodo en esas tipificaciones, sí invita a pensar en esta precandidatura como un final de la grieta. Se lee allí una suerte de invitación a la transitividad: si fue él mismo quien pudo conciliar sus diferencias con el modelo kirchnerista, ¿por qué no podrían hacerlo el resto de los ciudadanos?