El ex presidente de Federación Agraria (FAA), Eduardo Buzzi, habló al menos en dos oportunidades con el presidente Alberto Fernández en los últimos días. Otro tanto con funcionarios y legisladores del Frente de Todos. Históricamente sinuoso, uno de los ruralistas de la 125, se mostró crítico con las retenciones al agro impuestas en el plan de ajuste oficial, pero advirtió algunos detalles de lo que se está cocinando en el interior, con piquetes, quejas y armados extremos.
El primer contacto. ¿Seguirá el buen diálogo?
Algo parecido a lo que se comenta en el mundillo agropecuario: que a sólo diez días de asumido el nuevo Gobierno, el campo está decidido a una batalla que, más que económica, es política e ideológica. Un enfrentamiento desde el minuto cero, sin contemplaciones, con un signo político que ya rechazaban por anti-campo antes de asumir. A esto se suman infiltraciones de Cambiemos en las filas de la parte más radicalizada de la protesta.
En los papeles y puesto de manera sencilla, el campo, el que siembre y cosecha, el productor local, está dividido en dos grandes grupos. Los pequeños y medianos productores, nucleados en Federación Agraria y Coninagro; y los grandes, de Sociedad Rural (SRA) y Confederaciones Rurales (CRA). En las últimas horas y en pleno debate por la Ley de Emergencia Económica, se sentaron los cuatro sectores, que juntos son la Mesa de Enlace, con el ministro de Agricultura, Luis Basterra. Llevó el funcionario la propuesta de compensaciones a pequeños y medianos, que finalmente se votó en el Parlamento. Pero a pesar del beneplácito de FAA y Coninagro, Enlace se corporativizó y la rechazó en público y redes sociales, pidiendo más beneficios. En estos años, los chacareros aprendieron a hacer política en un país que tiene tendencia a sacarle al campo, uno de los dos sectores que generan divisas sin mucho esfuerzo y condiciones aptas: mientras charlaban con Basterra, un grupo de enviados de CRA le dejó proyectos alternativos a los diputados del Interbloque Federal. A Cambiemos ya lo tenían seducido.
"Cuidado que se están metiendo los amarillos", dijo Buzzi en relación a Cambiemos. Etchevehere, mencionado.
El ex ministro Ricardo Buryaile, que supo ser parte de Enlace, pidió dejar el 30% a la soja como tope; y la diputada Elisa Carrió pasó unos minutos por la Cámara Baja para decir que inviertan la ecuación y le pongan 30 a la minería y 8% al campo. La líder de la Coalición Cívica, fugaz legisladora en los últimos tiempos, tiene en el interior del país un grupo nada despreciable de alfiles que agitan el conflicto en las rutas. En el sector industrializado del campo, fuera de Enlace, los describen como un pelotón de personas, ni millonarios ni grandes terratenientes, que añoran la épica de la 125. La cara más visible, el diputado provincial Luciano Bugallo. Otros le apuntan al ex ministro de Agro de Mauricio Macri, Luis Miguel Etchevehere. “A este gobierno no lo vamos a querer, hagan lo que hagan”, se sinceró ante Letra P uno de los que arman protestas que llegarían a las rutas. El descontrol en las bases, por ahora en estado embrionario, tiene como paraguas a una dirigencia desconcertada por las reacciones, que no sabe cómo contener una cuestión que es más de piel que de discusión política. Cuando Macri dispuso -luego de prometer retenciones cero- los $4 por dólar exportado, el campo mostró un enojo menor, aguantó, concedió y volvió a darle el apoyo en las urnas, aportando respaldo en localidades donde se había perdido en las PASO. Además, incluso antes de ganar Fernández, ya se habían adelantado piquetes y cortes en la zona núcleo. En las últimas horas, Carbap, el brazo bonaerense de CRA, anunció un cese de comercialización en protesta por retenciones.
Para el peronismo, el vínculo con el campo fue de lectura compleja. En este período, parece ser el agro el único sector no dispuesto a charlar condiciones en una mesa, en la que se gana, se pierde y se resigna. Esta semana, Fernández y su equipo recibieron a los industriales de la UIA, a la Cámara Argentina de Comercio (CAC), a los metalúrgicos de ADMIRA, a las alimenticias de Copal, a los supermercados grandes nucleados en ASU y a las automotrices de ADEFA, golpeadas casi tan duro como el campo con el impuestazo. Pero en ninguna de esas reuniones hubo posiciones tan radicales, incluso a sabiendas de que el plan económico del ministro Martín Guzmán no puso sobre las medidas que permitan ver una recuperación posible o un rebote en la economía.
Otros tiempos. Con Macri, afinidad, amor y aguante incondicional.
Con el campo se invierte la ecuación: mientras las fábricas, el consumo y el comercio están dispuestos a aguantarle a Fernández cosas que no le permitieron a Macri; el campo hará lo que no hizo con Cambiemos a la hora de reclamar contra retenciones. En este contexto, el Gobierno entrante se enfrenta a un desafío no menor, encausar un vínculo necesario, no sólo para la necesidad económica de dólares sino para la estabilidad política y social de una conducción que asumió en una situación de extrema complejidad. Que ofrece un pasillo estrecho para salir de una herencia dura del macrismo. El otro desafió es del agro. Sobrevivir al primer crack interno, esa diferencia expuesta entre pequeños y medianos, y los grandes.