Cuando Alberto Fernández ni siquiera era candidato y el camino electoral del peronismo se partía al medio, Miguel Lifschitz se fue en enero a la arena de Cariló para convencer al hombre que, según él, destruiría la grieta, el piloto de tormentas necesario para surfear la división en dos.
Se entusiasmó tanto, que creyó encontrar a la “síntesis” de un armado de progres, radicales y peronistas. Subió al tren a Matías Lammens y no tuvo empacho en sentarse a la mesa de Miguel Pichetto, Sergio Massa y compañía. Los PJ lo mimaban en la pública y Lifschitz iba, embalado.
Pero la jugada de Cristina Fernández lo descolocó, a él y a todo el escenario político argentino. El albertazo fue la ficha de dominó que derrumbó todos los casilleros de la tercera vía. Y ahí fue cuando Lifschitz vio cómo se le desmoronó el sueño. Ni el presidente de San Lorenzo le quedó.
Lavagna se mantuvo intransigente, quiso jugar y el socialista decidió seguirlo. En pos de engrandecer la experiencia provincial del PS, el gobernador se tragó el sapo de aliarse a su par salteño Juan Manuel Urtubey. Dentro del socialismo, la alianza con un “conservador de derecha” generó todo tipo de turbulencias. Pero Lifschitz siguió, convencido.
En el desafío no lo acompañaron dos futuras referencias del progresismo provincial, los intendentes electos de Rosario y Santa Fe, Pablo Javkin y Emilio Jatón, quienes no se quisieron meter e hicieron la suya.
El camino de espinas no terminó ahí. Emergieron dirigentes socialistas que rechazaron el aval a Lavagna y anunciaron su voto a Fernández. Uno, el diputado provincial Eduardo Di Pollina, hasta metió foto con el candidato del peronismo.
Lifschitz sorteó al “díscolo” y avanzó sin miramientos. Llegó dañado a las PASO presidenciales. El socialismo perdió Santa Fe a manos del peronista Omar Perotti tras 12 años de gobierno. Pero el mandatario siguió con su combate en el frente nacional.
Lavagna quedó lejos de los tanques Fernández y Mauricio Macri, pero en Santa Fe sacó cuatro puntos más que la media nacional. Y ahí está el objetivo del gobernador, que ya dijo que Fernández ganará la elección.
El mandatario confía en que, de mínima, el socialismo volverá al Congreso de la mano del primer candidato a diputado nacional santafesino, Enrique Estévez. También hay expectativas en sumar legisladores en la provincia de Buenos Aires, La Pampa y Entre Ríos.
Pero de la síntesis amplia y transversal se descendió al objetivo de recuperar peso en el Congreso. El deseo de máxima se achicó estrepitosamente en el universo Lifschitz.
Después del domingo, el gobernador comenzará a ordenar sus papeles en el escritorio de la Casa Gris. Se va con buena imagen y la aspiración de ser el líder opositor al perottismo. No la tendrá fácil, porque el revuelo interno es de dimensiones, pero seguirá en la suya, convencido.