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Cristina Fernández de Kirchner y Marìa Eugenia Vidal son hoy, sin ninguna duda, las dos mujeres más importantes de la escena política. En un año en el que las libertades y los derechos de las mujeres formaron parte de la discusión pública, analizamos las diferencias y similitudes de las dos líderes argentinas.
Quienes estudiamos discurso político y construcción de imagen pública, bien sabemos que toda afirmación de una identidad política se define, siempre, en función de un otro. Y no de cualquier otro, sino de aquel a quien construimos como alteridad, como enemigo discursivo, como contrincante. Esta construcción supone un distanciamiento, a veces explícito, otras no tanto; lo importante, al fin y al cabo, es poder realzar las diferencias y ocultar las posibles similitudes.
En una nota anterior poníamos el acento en cómo se ha construido, en los últimos años, la imagen pública y, por tanto, política de la actual gobernadora bonaerense. Decíamos ahí que Vidal, con algunas leves modificaciones, ha mantenido desde 2015 ciertas particularidades: se presenta como una mujer sencilla y austera y sus intervenciones en los medios dan cuenta de una gran capacidad elocutiva para pasar de un tema a otro, todos complejos, con relativa facilidad. Y esa facilidad, decíamos, se podía observar en su tono monocorde, en el manejo delicado de los gestos, en la seguridad con la que explica, sin exaltarse, los distintos temas. Y, si bien la actual gobernadora nunca disputó un cargo junto a la ex presidenta, sí podemos afirmar que son, hoy, las dos mujeres más importantes de la arena política. Y esa particularidad, la de ser mujer, lejos está de ser anecdótica para pasar a constituirse en un terreno de disputa.
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A Cristina le dijeron yegua, la señalaron por la estridencia de sus intervenciones públicas, la recelaron por lo caro de sus accesorio y por el abundante maquillaje, la tildaron de inestable psíquicamente y la criticaron por vestirse de negro durante tres años una vez que falleció Kirchner. También, el uso de calzas mientras se desempeñaba como primera mandataria fue blanco de críticas. Esos rasgos, que combinan lo estético con lo discursivo, permearon la opinión pública y, claro está, la tapa de los principales diarios de circulación nacional. Rasgos que, desde todo punto de vista, dan cuenta de miradas misóginas sobre el asunto.
Ahora bien, hay algo de esta mujer, que gritaba a sus ministros y se plantaba frente a los medios, que parece haber sido el intersticio donde Cambiemos recogió el guante y presentó a Mariu, tan distinta –al menos en apariencia– a aquella otra dirigente política a la que estábamos acostumbrados. De innumerables anillos y pulseras pasamos a un rosario de oro; de carteras Louis Vuitton a brazos despojados; de sensacionales discursos a intervenciones medidas y moderadas. Cambiemos, hay que reconocérselo, supo escuchar las pasiones del electorado que pedían dirigentes más relajados, con menos calzas y más jeans, más seres humanos comunes, más próximos.
Pero no fue solo el equipo del Presidente y sus ministros quienes escucharon este mensaje. La semana pasada, de hecho, pudimos ver a Cristina recorriendo su casa de Calafate mostrando una imagen más cercana y empática. Podríamos decir, incluso, dolida. Ingeniosa estrategia para mostrar el supuesto lujo de su vivienda a partir de la exposición de sus intimidades.
De todos modos, las diferencias no tardan en aparecer y se vinculan, claro está, a tipos de identidades políticas e identificaciones colectivas distintas. Los kirchneristas y los cambiemitas esperan de sus líderes cosas diferentes y, si es posible, opuestas.
Sin embargo, hay algo que parece no distinguir banderas políticas. Tanto Vidal como Fernández de Kirchner aparecen -o al menos, proponemos pensarlo así- como mujeres prohibidas de placer. Recordemos, para ello, la tapa de la revista Noticias que titulaba “El goce de Cristina: psicoanálisis de la cadena permanente” y en la que se veía una ilustración de la ex presidenta con un gesto cercano al orgasmo. No era, de todos modos, cualquier orgasmo, sino el que le provocaba el uso de la cadena nacional.
Poca repercusión tuvo la separación de la actual gobernadora de su ahora ex marido y padre de sus hijos: salvo Fantino en una entrevista de abril de este año, casi ninguno de sus interlocutores en los medios se atrevió a hablar de ese tema. Tampoco nadie osa preguntarle algo de eso a Cristina, a excepción de la entrevista que le concedió el año pasado a Elizebeth Vernaci y en la que, en cierto modo, pareció aceptar el juego de la entrevistadora. Ella, y así se presenta, ha quedado condenada a la viudez.
Si entendemos que ser mujer y, aún más, ser mujer en la arena política se constituye como un juego de afirmación de identidad, ¿qué tipo de mujer es Cristina y cuál Vidal? Primero y antes que cualquier otra cosa, mujeres madres. La primera, una mujer madre que, a pesar del correr de los años, sigue siendo la mujer de Néstor. La segunda, recientemente separada, es con frecuencia asociada –sea por su rostro, por su voz o por su pelo– a la figura de una virgen. Y, aunque en el ámbito público sean mujeres rodeadas de hombres, son, al final del día, mujeres solas a las que la sexualidad se les presenta como un terreno pleno de prohibiciones.
Las mujeres ingresan en política y parecen, lentamente, perder la posibilidad de continuar siendo los seres humanos sexuados que eran. O, en todo caso, eso queda relegado a otro ámbito: el placer es político o no es.