MAR DEL PLATA (Enviado) Guillermo Pereyra, el líder del gremio de los Petroleros del sur, saluda a funcionarios y dirigentes nacionales con afecto poco habitual. A continuación, le toca el hombro Teófilo Lacroze, el CEO que reemplazó a Juan José Aranguren al frente de Shell. Pereyra es un emblema, una bandera del Gobierno, la punta de lanza que ejemplifica qué modelo de reforma laboral persigue el macrismo. Él está conforme: "Hemos encontrado un gobierno abierto al diálogo y acordamos un convenio de nuevas condiciones para Vaca Muerta", cuenta a Letra P y acompaña el comentario con datos. De los 1.700 despidos del sector hidrocarburos, gracias al acuerdo sectorial "ya se recuperaron 700 y vamos por más". Consultado por su rol de peronista en una dinámica electoral y de poder que se amarillenta cada vez más, se golpea el pecho. "Yo soy peronista... y verás que estoy bien parado". Sonríe.
No es el único gremialista peronista que llegó al Coloquio de IDEA en esta ciudad. El desembarco del cegetismo fue casi tan masivo como el de funcionarios de Cambiemos. Desfilaron Julio Piumato, el lìder de los Judiciales; Juan Carlos Schmid, de Dragado y Balizamiento y triunviro de CGT; el acuático José Luis Lingeri; Andrés Rodríguez, de UPCN; Antonio Caló, de la UOM, y hasta Gerardo Martínez, el número uno de la UOCRA, estrella en medio del affaire de la detención del "Pata" Juan Pablo Medina, la rama La Plata del sindicato del ladrillo. En todos ellos se ha incubado el mismo modus operandi reciente que reflejó bien Pereyra. Un proceso de seres carnívoros a una fauna hervíbora que terminó allí por sometimiento de la concentración del poder en manos de la misma fuerza política. Algo similar a lo que ocurrió en la primera parte del kirchnerismo.
Piumato también sirve de ejemplo. "La apertura de los empresarios es un símbolo, que esperamos que se vea en la realidad", relata el judicial que apoyó al Gobierno y alguna vez fue fiel ladero de Hugo Moyano. Algo similar plasmó Caló en sus dichos a Letra P: "No estamos para tirar piedras" sino para dialogar con el Gobierno, sintetizó. Es un cambio de paradigma, sin dudas, de los pesos pesado del movimiento obrero. Y se da en dos frentes. Por un lado, empezaron a cerrar filas con los empresarios abriendo el paraguas de una discusión que los superó. En el Gobierno entienden que la reforma laboral, entera o en pedazos, ya está en la agenda y no tiene vuelta atrás. Se lo hicieron saber a varios de los jefes de CGT.
Lo mismo creen los CEOs, que lo manifestaron en los pasillos de IDEA. La idea reinante, dicha off the record, es que el Gobierno consolidó su poder político incluso antes de lograr mejoras económicas y reformas sustanciales. Y que luego de las elecciones de octubre será el tiempo de los cambios fuertes. En ese contexto, los gremios aparecen como actores con cierta debilidad, en parte auto inflingida y en parte generada. El Gobierno hace política fina con los gremios y lo grueso lo juega en los medios. "Nos tiran carpetazos y a veces tienen razón", graficó un histórico de la CGT, que pidió reserva. El Círculo Rojo está conforme con el nuevo orden, que considera clave para una transición política en calma, sin conflicto y en medio de una economía que ya da señales de mejora y rebote. La señal es clara. Y la idea rectora también. Lo dijo, sencillo y en diálogo con Letra P, el dirigente de Cambiemos Álvaro González y apeló al lema del Coloquio: "Transformarnos es, un poco, cambiar", afirmó.
El segundo frente de la rendición es más bien ideológico. "El peronismo hoy no tiene conducción", apuntó Caló. Todos los presentes coincidieron en ese diagnóstico. Y en este escenario, la resistencia es estéril y se procede a la negociación y a la adaptación. Los cegetistas pronostican un Macri "de 8 años". La mayoría lo cree, lo comenta, pero no lo dice en voz alta. Naturalmente, este contexto favorece una relación de igualdad y el Gobierno y los CEOs casi que hicieron un juega de pinzas inteligente para cercar a los gremios y ponerlos en una situación de pre rendición, hablando en términos de sensaciones.
Hubo sólo uno de los caciques que olió y escapó. Moyano había confirmado a varios de sus pares la asistencia al Coloquio. La noche del miércoles, lo llamó por teléfono a Pereyra, otro ex ladero del camionero. Le avisó que no estaba como para viajar a Mar del Plata, por temas que debía resolver en Buenos Aires.