El Milei presidente mantuvo los controles cambiarios, se valió de ellos y de la tasa de interés fuertemente negativa fijada por la autoridad monetaria que empoderó, subió y restableció gravámenes e intervino los tipos de cambio paralelos de todas las maneras que se le ocurrieron.
El Milei realmente existente mantiene controlados, con mano de hierro, varios de los precios más relevantes de la economía.
Por un lado, planchó el tipo de cambio oficial, que ha atrasado severamente al mantener una tablita de ajuste mensual del 2%, crónicamente inferior a la inflación.
También aplasta el dólar paralelo de dos maneras: a través de un blend que permite a los exportadores liquidar en ese mercado –aportando oferta– el 20% de sus divisas y mediante la intervención directa con la venta de los dólares que esos mismos exportadores dejan en el mercado oficial, de modo de retirar los pesos generados por la liquidación original, reducir la base monetaria y apretar la brecha.
En la actualidad comienza a liberar las importaciones, pero las había mantenido reprimidas durante meses mediante la cuotificación de la entrega de divisas a los empresarios necesitados de llevarlas a cabo.
Por otro lado, desconociendo su mandato de cumplimiento a rajatabla de los contratos, renegoció de modo forzoso deudas acumuladas con las empresas generadoras de energía.
Asimismo, la tasa de interés negativa, hoy menos que al inicio pero siempre menor que el IPC, lo que lo ayudó a reducir los pasivos remunerados del Central antes de barrerlos debajo de la alfombra –algo diferente a eliminarlos, como gusta decir– de su pase contable como deuda del Tesoro.
Tarifazos para la reducción de los subsidios a los servicios públicos hubo, hay y habrá, pero los gradualiza mes a mes para que la inflación no se le vuelva a desbocar.
Por si todo lo anterior fuera poco, pisando las negociaciones paritarias para alinear la evolución de los salarios en el sendero que él y Toto Caputodesean imponer como inflación futura, cristalizando pérdidas enormes, caída del consumo e hiperrecesión. Una personalidad –¿otra?– del país le reprocharía actuar con "fatal arrogancia".
De sus planes originarios, lo que no varió fue el ajuste a como dé lugar –sacrificando a los jubilados, la obra pública, la educación, las provincias y los municipios– y el apretón monetario, que concibe como una garantía suficiente para la reducción de la inflación. Las fuerzas del cielo dirán.
Todo lo mencionado –entre otras cosas– apunta, de acuerdo con su visión, a abatir la inflación de una vez y para siempre, algo que se viene probando más complejo que lo que esperaba dado el amesetamiento registrado desde mayo, que no previó por cerrar los ojos ante los diversos mecanismos indexatorios que operan en la economía, los que incluyen precios como los de las prepagas y las empresas de telecomunicaciones, a las que les desató las manos.
Que el Milei real –al menos en el corto plazo– no sea el anarcocapitalista que dice ser libra al país de algunos males, pero no de los vinculados al fondo de sus políticas.
El atraso cambiario ha sido una herramienta usada por todos los gobiernos a lo largo de décadas para estimular artificialmente el crecimiento de la actividad y el consumo a través del aumento de las importaciones y del poder de compra de los salarios. El actual, en cambio, tiene una peculiaridad: convive con salarios pisados y, con eso, consumo en retracción, recesión, distribución regresiva del ingreso y mayor pobreza e indigencia, algo que el INDEC confirmará el jueves 26. Es decir que la mileinomía reedita un fenómeno peligroso, que podría dar lugar en algún momento a un nuevo estallido devaluatorio, sin ninguna contrapartida favorable, ni siquiera de corto plazo.
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¿Llegará el "paraíso" de Javier Milei?
El debate económico y un coro de voces potente del Círculo Rojo han impuesto un nuevo fetiche: el país se salvará si el Presidente y el ministro de Economía apuran la salida del cepo, incluso al riesgo de arrojarse a una pileta que podría no tener agua.
A su modo, ambos responden apurando conversaciones –ni siquiera puede hablarse aún de una negociación propiamente dicha– con el Fondo Monetario Internacional (FMI) destinadas a la firma de un nuevo acuerdo que implique la provisión de "plata nueva", no la estrictamente necesaria para cancelar contablemente los vencimientos y eternizar esa deuda. En ese camino, que podría involucrar el reclamo de los fondos que Mauricio Macrino llegó a recibir y que Alberto Fernández rechazó, el Gobierno consigue triunfos tácticos, pero la disparidad de miradas con el organismo impide asegurar un final feliz.
Las otras vías exploradas para buscar divisas que fortalezcan al Central y permitan liberar la cuenta de capital por ahora han fracasado.
Haciendo de la necesidad, virtud, el jefe de Estado llegó a afirmar el mes pasado que "es falso que no se puede crecer mientras que esté el cepo". Con todo, lo cierto es que no lo desmantela con la premura que le exigen para no correr el riesgo de una megadevaluación que, de producirse, volvería a empinar la inflación, profundizaría la recesión y le daría otro hachazo al poder de compra de los salarios y las jubilaciones. Como predicó el economista Ricardo Arriazu: "La mayoría de los economistas cree que hay que devaluar. Yo creo que no y que, si devaluamos, chau, se acabó todo el programa, se acabó Milei, se acabó todo".
El dilema de hierro del Topo
Eso es lo que ocurriría si el Presidente fuera, en los hechos, el anarcocapitalista que prometió ser; uno que, dispuesto a destruir al Estado desde adentro, barrería también con su propia autoridad.
Ese dilema no es menor para el Topo: táctica y estrategia. Si hiciera de una vez lo que quiere, todo el proyecto podría naufragar, pero, si dosificara el veneno de la disolución, acaso ésta nunca se produciría.
En el camino, en vez de reducir el peso del Estado sobre los diferentes segmentos de la sociedad, lo incrementa, aunque –claro– con especial daño a los sectores medios y populares. Esto es así porque el dólar abaratado –con una estrategia suicida, que implica vender incluso reservas que no hay– no evita la era de hielo del consumo; porque el outsider antiimpuestos que había eliminado Ganancias sobre los salarios lo restableció y porque no ahorra costos sociales en términos de haberes previsionales, alimentación, salud, educación y obra pública. Su proyecto, austríaco alla argentina, es ante todo plutocrático.
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La política económica de Javier Milei comienza a derivar en una escalada del conflicto social.
Ni siquiera Milei quiere apurar el camino hacia la Argentina que supo prometer. No todavía.
El 11 de octubre de 1812, a punto de morir a los 48 años por un cáncer de lengua, Juan José Castelli, uno de los padres fundadores, pidió papel y lápiz. "Si ves al futuro, dile que no venga", profetizó.
¿Querrán en verdad los argentinos, arrastrados hasta este presente por la furia, pisar el acelerador?