El 28 de julio de 2022 Sergio Massa hizo la jugada más audaz. Con el dólar disparado, una inflación en alza y la coalición de gobierno en crisis, se puso el traje de salvador y consiguió el aval de Alberto Fernández y de Cristina Fernández de Kirchner para ponerse al frente del Ministerio de Economía. El Palacio de Hacienda podía ser el trampolín que lo consagrara como candidato único del peronismo por primera vez en su vida.
Massa llega a las elecciones primarias con el objetivo cumplido, pero en un panorama mucho más oscuro del que imaginó cuando asumió el desafío de ser el jefe del Palacio de Hacienda. De algo no hay dudas: se quedó con todo el poder que reclamaba. Después de casi cuatro años de internas feroces, logró que los Fernández pusieran su nombre al tope de la boleta de Unión por la Patria (UP) y encolumnó detrás suyo a todo el peronismo. No la tiene fácil: el efecto de una sequía histórica disparó el dólar y la inflación, el Fondo Monetario Internacional (FMI) no jugó a su favor, las reservas del Banco Central están en rojo y el clima social pende de un hilo.
“Si todo esto le hubiera pasado a cualquier otro, hoy no podríamos pensar ni en la primera vuelta”, se sincera una voz de la primera línea del oficialismo. Con todo, Massa sabe vender ilusiones. A fuerza de obstinación, liderazgo, una voluntad inclaudicable y un trabajo que todos en la coalición señal como “hiperprofesional”, logró generar la ilusión de que el peronismo puede ser “competitivo” en las elecciones aún en medio de la catástrofe.
El sprint final
Las últimas horas no dieron tregua. El oficialismo había programado un cierre de campaña a tono con lo que marca el consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí, que marca los lineamientos centrales. El jueves, el candidato presidencial tenía previsto encabezar un conversatorio en el Teatro Argentino de La Plata para dialogar con diferentes sectores de la sociedad.
Massa había llegado hasta ese día con los planetas alineados. En pocos días de campaña, había logrado hacer cierres por sectores, hizo una minigira federal, se reunió con el empresariado pyme, personalidades de la cultura, la comunidad científica y universitaria, visitó fábricas, recibió el apoyo de la CGT, la CTA y una buena parte de los movimientos sociales. Hizo un raid de entrevistas en medios amigables y no tanto. El martes, cerró a toda pompa el acto de Leandro Santoro en la Ciudad de Buenos Aires. El miércoles, pensaba hacer lo mismo en Merlo con Axel Kicillof.
El plan se ejecutó casi a la perfección hasta que el asesinato de Morena Domínguez, en Lanús, obligó a recalibrar los planes. Massa echó mano a su viejo caballito de batalla de tiempos en los que caminaba lejos del kirchnerismo y sacó a relucir el éxito del plan de seguridad que aplicó cuando era intendente de Tigre.
Las 48 horas siguientes fueron aún más difíciles. A la disparada del dólar bluese sumaron un corte de vías en Constitución, otros dos crímenes en el conurbano, la muerte de un manifestante en el Obelisco a partir de la represión de la Policía de la Ciudad y una marcha en repudio que terminó con incidentes, este viernes. Un clima social caldeado en la previa de una elección compleja.
Al filo de la veda, el jueves por la noche, Massa emitió un último mensaje. Llamó a votar el domingo y habló de paz y seguridad. Intentó mostrar calma y remarcar las virtudes que los jefes de la campaña le adjudican: autoridad y firmeza, esfuerzo, voluntad, determinación y la capacidad de llamar al diálogo en situaciones complejas. Buscó reforzar su perfil presidenciable.
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La emisión del mensaje estaba prevista para las 19.30. Massa habló por la tarde con el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, y luego se instaló en el búnker ubicado en la calle Mitre junto a Máximo Kirchner y el ministro del Interior, Eduardo de Pedro. El mensaje cambió tres veces en un lapso corto, mientras se sucedían los hechos de violencia en el Obelisco. Lo ajustó el equipo de campaña, en el que trabajan de manera mancomunada massistas y camporistas. La transmisión recién se produjo cerca de las 22.
En veda electoral, Massa volvió a calzarse este viernes el traje de ministro de Economía. Encabezó una reunión de gabinete en el Palacio de Hacienda e hizo trascender que trabaja en las medidas que empezará a aplicar a partir del lunes.
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El resultado electoral puede generar en los mercados un cimbronazo aún mayor al de los últimos días. El ministro juega el domingo a todo o nada. Puertas adentro, fijó un objetivo modesto para la historia del peronismo: que UP consiga un piso del 30% de los votos. A esa meta se deben sumar otros dos factores: que Juntos por el Cambio (JxC) no quede a más de cinco puntos de diferencia y que Javier Milei no se desinfle y se convierta la sorpresa de la elección. Recién entonces Massa verá si tiene margen para controlar la escalada del dólar y si el FMI aun lo considera como interlocutor o muda sus conversaciones a la oposición.
El día después
Si los números son aceptables, el lunes comenzará una nueva etapa de la campaña. Massa atravesó las últimas semanas en soledad, lejos de Cristina y Fernández, sus dos socios en el armado de la coalición que ganó las elecciones en 2019. La vicepresidenta se mostró con el ministro de Economía tres veces desde que se convirtió en candidato, en actos en Aeroparque, Ezeiza y la inauguración del gasoducto Néstor Kirchner.
En el entorno de Cristina explican que el mensaje fue claro. La vicepresidenta lo elogió en público y puso a su tropa a trabajar en la campaña, pero se corrió de la escena pública “para que Sergio creciera con volumen propio y amplíe”. El electorado kirchnerista, dicen, ya está garantizado, en las PASO y después.
Máximo Kirchner apareció poco. Apenas tuvo algunas intervenciones en el conurbano, en Hurlingham, Quilmes y en La Matanza, donde intentó contener al intendente Fernando Espinoza, que enfrentará una dura interna frente al Movimiento Evita. Fuentes del camporismo dicen que el diputado se dejará ver más después de las PASO, para consolidar el voto kirchnerista en la provincia de Buenos Aires una vez que se haya definido la interna. En la primera etapa intentó no irritar al otro precandidato presidencial de UP, Juan Grabois, y no caldear más las internas de los distritos, para hacer honor a su rol de presidente del PJ bonaerense. No obstante, trabajó codo a codo con Massa y De Pedro en privado.
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Sergio Massa y la cúpula del Movimiento Evita en campaña.
La dirigencia que menos simpatiza con Cristina y con el camporismo dentro de UP no dudó en acusar al espacio de trabajar a reglamento y no poner todo para que Massa salga airoso de las primarias. La vicepresidenta no estará el domingo en el búnker donde UP esperará los resultados. Se quedará en Santa Cruz, adonde viajó el jueves.
El Presidente tampoco irá. Después de acordar con Cristina la candidatura de Massa, vía Olmos, Fernández también mantuvo el perfil bajo. Hizo recorridas de gestión, diplomacia internacional y evitó hablar en público. Decidió respetar “el momento de Sergio”. Sabe que su imagen tampoco ayudaría al candidato, al que alienta a convertirse “en jefe” después de las elecciones. Fernández cree que nada será igual para el kirchnerismo después de delegar la candidatura en Massa y que el ministro de Economía tiene la personalidad para liderar la renovación del peronismo, en el poder o afuera.
El ministro piensa en el día después. En la primera etapa ordenó al peronismo, hizo eje en la unidad y se dedicó a consolidar lo propio. Con aval del equipo de campaña, intentó desdibujar la idea de que la elección será kirchnerismo versus macrismo. Apostó a robustecer su perfil y a confrontar con toda la oposición.
En la segunda etapa tratará de pescar fuera de la pecera. Tendrá el desafío de conducir al kirchnerismo alineado y a quienes todavía creen que Cristina mandó a apoyarlo a medias. Con el resultado del domingo saldrá a polarizar con Bullrich o Milei. Sabe que será más difícil con Rodríguez Larreta, pero intentará pegarlo todo lo posible a la experiencia macrista. Cree que, como marca la tendencia, la elección se definirá en el centro y que ahí su figura puede fortalecerse. El sillón en Economía, que lo catapultó a la candidatura, será su talón de Aquiles.