Antes del triunfo en el Monumental contra River y de que la camiseta amarilla entrara al repertorio de la simbología superclásica, el oficialismo y la oposición de Boca daban indicios de que, lentamente, las elecciones de 2023 empezaban a ser un tema a considerar. Hubo algunos anticipos alegóricos, como la foto a cielo abierto de Daniel Angelici y Carlos Tévez en el Buenos Aires Lawn Tennis o la crítica de Mauricio Macri a la gestión de Juan Román Riquelme en Expoagro (“Nos está arruinando”), pero, más allá de eso, el armado y los diálogos son mucho más profundos y silenciosos de un lado y del otro.
Afuera del club luego de 25 años, las diez agrupaciones que se reconocen opositoras a la actual gestión de Jorge Amor Ameal suturan las heridas y las diferencias surgidas en los últimos años del angelicismo en el club. “Ya nos amigamos”, asegura a Letra P un exdirectivo que se había alejado en el tramo final de la presidencia de Angelici.
Aunque por comodidad o síntesis muchas personas hablan del “macrismo” en Boca, lo que domina en ese sector es el “angelicismo”, un ismo que se impone en todo ese abanico opositor por franja etaria, rosca, ascendencia y un poder que, al menos en la órbita judicial, sigue tallando fuerte.
¿Quién será el candidato? Nadie lo tiene muy claro, aunque Angelici cree que junto a Tévez conformaría una fórmula potencialmente ganadora, sobre todo si en el plano deportivo el equipo de Sebastián Battaglia no logra avanzar a instancias finales de la Copa Libertadores. En clubes como Boca, un gol a favor o en contra puede determinar el fin de una época y las condiciones de posibilidad para triunfos o fracasos electorales.
Esperando que todo explote o que al menos una victoria no le complique su análisis a futuro, Angelici limó asperezas con los sectores vinculados al expresidente. Sabe que, a diferencia de lo que publicaron muchos medios, Macri no tiene pensado volver a Boca. Eso le allana el camino para planear su regreso. “La gestión actual quiere que Boca vuelva a ser un club de barrio”, descalifican en ese sector, mientras enumeran los contratos de familiares de los miembros del Consejo de Fútbol en el club. El antirriquelmismo une.
Sin embargo, el riquelmismo también separa. Angelici lo vivió de cerca en 2019 con la agrupación Por un Boca Mejor, el sector liderado por un viejo aliado, Enrique Nosiglia, y sus hijos Juan e Hipólito, quienes sobre la hora se cruzaron de vereda y apoyaron a la ya disuelta fórmula Ameal-Pergolini-Riquelme.
En su momento, la decisión del Coti generó un sismo en las capas subterráneas del radicalismo porteño. El tiempo pasó y nadie se anima a pronosticar el desenlace. El visible empoderamiento del partido centenario dentro de la alianza Juntos por el Cambio puede hacer que lo que antes era furia y venganza hoy se convierta en olvido.
Construcciones
Filoso en cada entrevista, Riquelme viene repitiendo su objetivo en charlas privadas hace varios meses: en 2023 quiere ser candidato a presidente del club. A pesar de los sinsabores intrínsecos de la gestión y de la difícil conducción bifronte con Ameal, el idilio que despierta Román por su pasado como jugador y capitán del equipo lo ubica siempre con una ventaja por sobre el resto. Eso, sin embargo, no alcanza.
Riquelme sabe que, para llegar a la presidencia de un club como Boca, necesita tener un armado político que lo respalde. Lo graficó mejor que nadie un viejo dirigente que cada cuatro años se entusiasma con volver a ser candidato: “Boca es la provincia número 25 de la Argentina”. Desde que el club sirvió de plataforma política para posicionar a un mandatario en la Casa Rosada, la dimensión de esa importancia se amplificó.
Es por varias de esas razones que algunos sectores del Gobierno buscan apuntalar y consolidar a Riquelme. La relación personal de Román con Sergio Massa y la línea que se extiende entre La Cámpora y el predio de Boca en Ezeiza (el búnker riquelmista, según varios medios) son los dos vértices de esa interlocución incipiente con la política nacional.
Riquelme, Ciudadano Ilustre de Tigre, junto a Massa y el intendente Julio Zamora en 2015.
El massismo campea en Boca por dos vías: el vínculo de vecindad entre el presidente de la Cámara de Diputados y Riquelme y la relación de Ameal con Massa a través de la suegra del líder del Frente Renovador, Marcela Durrieu, madre de Malena Galmarini e íntima amiga de la esposa del actual presidente de Boca.
El puente entre Riquelme y el camporismo es obra de Santiago Carreras, parte de Boca Somos Todos, la agrupación que lidera también el secretario general del sindicato de encargados de edificios (Suterh), Víctor Santa María, y de la Agrupación La Bombonera ( Pablo Abbatangelo) y enlace permanente entre el kirchnerismo y la dirigencia del fútbol.
Calendario
Es tentador simplificarlo, pero en Boca, como en la mayoría de los clubes, la grieta es mucho más compleja y sinuosa que en la política macro. Así como hay un sector del radicalismo que apoyó a Ameal-Riquelme en 2019, hay sectores del kirchnerismo que también dialogan con el angelicismo. Los colores y las ambiciones siempre tiran.
Quizás por esto y para evitar lidiar con los vaivenes de los años electorales y el humor social que eso implica, en el club ya trabajan para encarar una reforma estatutaria que adelante los comicios y los desmarque de las elecciones nacionales y provinciales de 2023. Riquelme tendrá que convencer a espacios que quedaron marginados en 2019, como el del empresario camionero José Beraldi, para luego homologarlo en la asamblea de socios y socias. Es, acaso, una prueba piloto de las negociaciones que vendrán si su objetivo de ser presidente de Boca se mantiene intacto.