Estamos en presencia de una ola “neorreaccionaria”, como la definió el filósofo chino Yuk Hui en Tecnodiversidad. Lo interesante de ese proceso es que sus protagonistas tratan de esconder el cadáver usando el viejo cuento del elefante. ¿Cómo? En una manada de elefantes. El “liberalismo” surgido en esta última década del siglo XXI pretende esconder, en la batahola de sus proclamas explosivas, el desastre que dejaron los treinta años de neoliberalismo global. Son los Trump, los Bolsonaro, los Macri, los Vox... Para no pagar los platos rotos, maquiavélicamente, se lo atribuyen al Estado de Bienestar que ellos liquidaron tiempo atrás. Las pruebas están en el voluminoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, que me eximo de comentar, pero del que todos ya conocemos la curva de concentración de la riqueza producida en este último tercio del siglo XX, similar a la ocurrida en la primera década del siglo XX antes del colapso del '29. Luego vinieron “los gloriosos treinta” con la mayor redistribución de la riqueza de la historia del capitalismo moderno.
Por supuesto que esto no nos exime de responsabilidades. La primera y fundamental, haber perdido conciencia de lo ganado y el descuido sobre las conquistas sociales en ámbitos como la salud pública, la educación, las leyes laborales, forzando, muchas veces, un usufructo de minorías, tergiversando sus fundamentos, manipulando sus normas. Lo que alguna vez fue una sacrificada conquista, se volvió una segunda naturaleza que los beneficiarios dejamos de valorar coptados por el narcisismo digital, las vidas “exitosas”, los “mundos artificiales” de la virtualidad.
Por otro lado, no habiendo sabido interpretar con verdadera conciencia política el impacto de las tecnologías digitales de la última revolución técnica que apalancó el fortalecimiento del individualismo sobre una lógica conductista como señaló Shoshana Zuboff en La era del capitalismo de la vigilancia. Sumergidos en el aparato móvil, como en la película basada en la novela El pulso, de Stephen King, dejamos de ver a nuestro alrededor. En Argentina, este proceso se fortalece en un país que ha federalizado la pobreza y concentrado los privilegios. El mapa de la elección del 13 de agosto me exime también de comentarios.
¿Acaso no nos damos cuenta de que las proclamas de Javier Milei tienen siempre un mismo objetivo, atacar lo que queda del Estado de bienestar, las políticas de redistribución de la riqueza que todavía siguen en pie?
La educación no puede ser un derecho, es un negocio, dice sonriente “Berti” Benegas Lynch, nieto del padre del liberalismo argentino, de pronto ubicado en el primer lugar de la lista de La Libertad Avanza.
La salud hay que pagarla. No sea cosa que cualquiera pueda atenderse en un hospital público.
Los derechos laborales no nos facilitan los despidos. ¿Cómo hago para bajar los salarios? Ningún estudio reciente medianamente serio deja de confirmar que la tasa de ganancia empresaria creció desproporcionadamente en la última década, incluso en la pandemia.
Cuatro vivos
¿Alguien puede imaginar el negocio que se abre con la privatización de la educación pública? Más de ocho millones de alumnos, un mercado inmenso de voluntades compitiendo durante más de 16 o 18 años de sus vidas a merced de “la mano invisible”.
La cuestión de fondo en el programa neorreaccionario es la sociedad, como dijo Margaret Thatcher hace tiempo. No existe tal cosa. Solo individuos y sus familias. Es interesante esta afirmación de la premier inglesa en pleno conflicto con los trabajadores del carbón, porque resume finalmente todo el ideario “libertario”. Individuos aislados luchando por su supervivencia en el marco de una sociedad salvaje sin regulaciones. Por eso lo de las armas. Por eso lo de la venta de bebés. ¿Otra vez la fábula del elefante? ¿No será, acaso, que sin estas normas podríamos volver al trabajo de los niños? ¿Con qué derecho una familia no haría eso, si también sería posible la venta de órganos? La propuesta de La Libertad Avanza es Mi-ley, la ley del más fuerte, el derecho de las bestias.