"Ese proyecto de 'nosotros' debe construirse políticamente a través de batallas culturales. Estas abarcan no solo todos los temas culturales devenidos material político, sino todos los medios e instituciones culturales analizados en este libro. La batalla cultural habrá de ser total, habrá de hacerse presente allí donde lo cultural se haya vuelto político: una suerte de "guerra de guerrillas", pero cultural, que se infiltra en todas partes, donde la asimetría de fuerzas obliga al bando débil a volverse realmente creativo, escurridizo, a veces camuflado a veces descubierto, diverso en sus métodos, flexible en sus tácticas. Pero si la batalla cultural no se decide a coagular en un 'nosotros', entonces tiene la mera forma de la reacción corporativa, pero no contrahegemónica. No implica ninguna práctica política abierta y no articula ningún término en ninguna cadena equivalencial que pueda redundar en una identidad política mayor. Por eso la batalla cultural, que es política en esencia en la medida en que surge de los antagonismos de la esfera cultural, precisa ser tomada como el centro de gravedad, ya no de la mera reacción, sino de la construcción del 'nosotros' político. Así, la batalla cultural podrá engarzarse a la postre con batallas político-electorales, formando una suerte de estrategia bifronte con la que la Nueva Derecha sea capaz no solo de luchar por el contenido de nuestra cultura, sino también por el contenido efectivo de nuestras políticas. Es la única manera que se me ocurre de no simplemente retardar el horror, sino de intentar revertirlo".
El propio Milei señaló en una entrevista que concedió a Radio Cadena Nacional (RCN) de Colombia que "en el caso de los argentinos, ha ganado la cultura de (Antonio) Gramsci. ¿Qué es lo que hizo el socialismo? Se metió en la cultura, en los artistas que son grandes difusores de la izquierda; se metió en la educación y entonces los programas enseñan cada vez más socialismo y persiguen al liberalismo; y ha cooptado los medios de comunicación, (donde) hay un continuo adoctrinamiento hacia las personas que las lleva hacia esas ideas románticas que lo único que conducen es a la pobreza (…). (Entonces hay que) hacer lo mismo que hicieron ellos, seguir los lineamientos de Gramsci, meterse en la cultura, meterse en la educación, meterse en la comunicación (…) porque a pesar del desastre que hicieron, lograron ganar la batalla cultural. Entonces, si con un sistema tan nefasto lograron ganar la batalla cultural, ¿por qué no la vamos a ganar los liberales?". Laje puro.
De modo inteligente, para dejar pedaleando en el aire a quienes se indignan porque saben bien qué hay detrás de una movida calculadamente ambigua, Villarruel convocó a un "homenaje a las víctimas del terrorismo" en la Legislatura porteña, en la que se escucharon testimonios de deudos de víctimas de atentados de Montoneros y ERP perpetrados entre 1974 y 1975. Esos actos son efectivamente injustificables y no hay argumento sobre la "teoría de los dos demonios" que pueda esgrimirse para ningunear su gravedad. Con todo, fueron elegidos cuidadosamente entre los cometidos antes del golpe de Estado de Jorge Rafael Videla, a quien la diputada le organizaba visitas de adherentes cuando cumplía arresto domiciliario.
Quienes quieran saber quién es Villarruel, conocer su reivindicación de las violaciones de los derechos humanos durante la última dictadura, su simpatía por desaparecedores, asesinos, torturadores y secuestradores, y su idea de que la represión ilegal fue parte de una "guerra" en la que vaya a saberse por qué no rigió la Convención de Ginebra, vale la pena leer esta nota de Letra P y también esta de Página/12.
En la apertura del evento, dijo que "el autoritarismo está afuera" –esto es en la manifestación de repudio–, denunció que "las víctimas del terrorismo fueron barridas al fondo de la historia" y estableció que "el Estado en democracia viola los derechos humanos" de aquellas y de sus deudos por fallar al "deber de protección".
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¿No es cierto que toda víctima de hechos violentos merece justicia y reparación? Claro que sí, pero el proyecto de Villarruel, dada su prédica y su actuación conocidas, va mucho más allá, justifica aberraciones y niega las violaciones de los derechos humanos y, a espaldas de toda la legalidad nacional e internacional, la propia existencia del concepto de terrorismo de Estado. Es la "batalla cultural".
Desde adentro
En contexto de lo que La Nación definió como la"incomodidad" y el silencio de referentes de Juntos por el Cambio –¿por qué sienten que deben callar?–, el presidente de la Legislatura porteña, Emmanuel Ferrario, dijo que "el rol de la administración (del cuerpo) no es juzgar el contenido de lo que se debate en los salones. Mientras se dé en el marco de la ley vigente, no se puede censurar ni moderar un debate que es propuesto por un diputado o diputada, sea del espacio político que sea, dado que representan diversos intereses de la ciudadanía". La actividad, miel para extremistas de renombre, "fue solicitada en tiempo y forma por la diputada Lucía Montenegro, quien es la encargada de la organización de dicho evento y quien tiene derecho a usarla como cualquier otra diputada o diputado que lo pida", añadió.
Sigamos con citas que hablan por sí mismas.
Franco Delle Donne, doctor en Comunicación Política de la Freie Universität Berlin, director de Epidemia Ultra –un proyecto de análisis y divulgación de estudios sobre la derecha radical en el mundo– y creador del blog eleccionesenalemania.com, dijo en una entrevista publicada por Letra P el 30 de julio que "la derecha radical propone un discurso, justamente, radicalizado, pero que trabaja dentro de la democracia, juega con partidos y candidatos dentro de sus reglas, con debates en los parlamentos y que participa de la vida pública en los medios de comunicación. No propone un cambio de sistema, sino una reforma que, con el tiempo, erosiona la democracia. Implica un cambio de la democracia desde dentro de la democracia".
Del dicho al hecho
La ultraderecha argentina tomó forma electoral recién en 2021, pero ha estado largamente presente en programaciones enteras de radios líderes y canales de noticias, en un "periodismo de guerra" que –con la excusa de la grieta– no hizo más que derruir la propia democracia en la búsqueda idiota del rating con freaks invitados a programas de televisión. Ahora es tarde para lágrimas.
La perspectiva de un triunfo de esa derecha radical que amaga con devenir en extrema y adversa a la democracia es concreta, incluso en primera vuelta. Así, se acercan al calor de la nueva fogata ciudadanos y ciudadanas frustrados y dispuestos al suicidio propio –y ajeno– bajo el argumento de como todo lo anterior fue –y es– tan espantoso, "probemos con algo nuevo". Detrás de ellos, se empiezan a agolpar los Mauricio Macri, los Maximiliano Pullaro, los Omar Perotti y hasta los Martín Llaryora de la "neutralidad". También más y más comunicadores y comunicadoras, que evitan cuidadosamente preguntar por las consecuencias de que un candidato encumbrado considere a las personas de izquierda o progresistas como "excremento" que se debe eliminar del cuerpo social.
Como se dijo, la "batalla cultural" tiene correlatos prácticos. La jornada del lunes, la del acto en la Legislatura, comenzó con la colocación de tres bombas molotov –sin encender– frente a la sede del Partido Comunista en la Ciudad de Buenos Aires, junto a las placas que evocan a militantes de esa agrupación que permanecen desaparecidos.
Un ensayo bolsonarista
Cada ultraderecha tiene algunos rasgos propios: las hay más liberales en lo económico y más proteccionistas, más o menos antiinmigración, más jodeofóbicas o islamófobas… Donald Trump, Vladímir Putin, Víktor Orban, Marine Le Pen, Giorgia Meloni y otros y otras no son lo mismo. Tampoco lo son Jair Bolsonaro y Javier Milei, dado que, por las peculiaridades de la crisis argentina, en este último prima el discurso económico, en clave minarquista y casi anarcocapitalista. Lo que el brasileño tenía de militarismo y de reivindicación de la dictadura que gobernó su país entre 1964 y 1985, de reivindicación del viejo "partido militar", está menos presente en el discurso del argentino. Para eso está Villarruel.
La candidata a la vicepresidencia, con una militancia de años, será la encargada de establecer las políticas y los nombramientos en los ministerios de Seguridad y Defensa en un eventual gobierno de La Libertad Avanza (LLA), dos carteras que, claro, no desaparecerán del organigrama que su jefe pretende simplificar. Con sentido común, la diputada plantea mejorar los ingresos de los uniformados, restablecer para ellos programas de vivienda y, sobre todo, engrosar los respectivos presupuestos. Nada de eso está mal, claro, más allá del contraste que surge con la motosierra que se promete para otros renglones del gasto público. De hecho, la represión es una promesa que ignoran los adeptos a probar lo nuevo, incluso cuando pasado mañana pueda caer pesadamente sobre sus propias decepciones.
En este punto cabe una pregunta: si un eventual gobierno de Milei nacería flaco en términos de gobernabilidad, ¿no será que Villarruel es la encargada de establecer en Argentina algo similar a la restauración del "partido militar" que Bolsonaro ensayó en Brasil? Eso, hay que recordar, llevó al excapitán a tratar de evitar en enero último su salida del poder promoviendo acampes contra un fraude electoral inventado por él y el asalto de una turba adicta a las sedes de los tres poderes, hechos destinados a prender una chispa en los cuarteles. Por esos y otros delitos, Bolsonaro está judicialmente impedido de competir electoralmente hasta 2030.
Atando cabos
La incipiente coalición mileísta, a la que prestarían servicios, entre otros, algunos de los dirigentes mencionados más arriba, también encuentra ya conexiones sindicales. La reunión con Gerardo Martínez no ha sido una inocencia de ninguno de los dos lados, lo mismo que el entusiasta apoyo de Luis Barrionuevo, reciente operador del proyecto presidencial de Eduardo de Pedro. No por nada Milei se negó el domingo a la noche en La Nación + a calificar como parte de "la casta" a dirigentes que están atornillados a los sillones de sus sindicatos desde hace más de 40 años. Los necesita y los buscará.
El candidato pretende, asimismo, hacerse de una pata en Tribunales, donde habita la casta de la casta.
Reivindicar el terrorismo de Estado y, eventualmente, habilitar amnistías, indultos o el "dos por uno" implicaría revertir jurisprudencia vigente de la Corte Suprema, alineada con principios del derecho internacional como la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad. Sin el concurso del alto tribunal ese proyecto no tendría destino.
También sería necesario el concurso de una mayoría de los supremos para el anunciado avasallamiento de derechos, la cancelación del carácter universal y gratuito de la educación y la salud, así como la idea de gobernar en base a decretos y referendos inconstitucionales.
Para eso, el minarquista ya salió a cortejar al Poder Judicial. Según dijo en ese mismo canal, "me genera una profunda irritación que que el Poder Judicial tenga que estar dependiendo financieramente de las decisiones del jefe de Gabinete; eso me parece aberrante". Para remediar ese mal, ponderó "un proyecto de (Ricardo) Lorenzetti que ofrece una mejora respecto de eso, que tiene que ver con el hecho de que lo determine el Congreso". “Yo quiero ir por una solución más radicalizada: tener una partida de asignación específica, que no la puedan tocar los políticos", señaló prometiendo plata irrestricta. Tampoco allí habría motosierra.