Todavía no le hizo falta pegar demasiado. A Javier Milei, que encontró en la montonera ponebombas en jardines de infantes Patricia Bullrich a su pieza más valiosa, le alcanzó por ahora con amedrentar y amenazar (el que corta no cobra y el que rompe paga), con unos empujones y algún escudazo fuera de programa, para bajarle el volumen a la protesta y distraer la atención de una audiencia que celebra el circo de la mano dura como señal de progreso mientras se desmorona todo el sistema de protección de sus derechos como clase trabajadora y sus ingresos se derrumban con un vértigo nunca visto.
Letra P lo había advertido: un modelo basado en un ajuste feroz, como el que Milei prometió que aplicaría sobre la casta y terminó descargando sin anestesia sobre las clases medias y populares, despierta inexorablemente la protesta social y cierra sí o sí con represión.
- El ajuste feroz está en el decretazo sin necesidad ni urgencia que tambalea en la puerta del Congreso; en la superdevaluación que llegó con el Caputazo y en la ley ómnibus que el Gobierno envió este miércoles al parlamento, que contempla un desguace del Estado al que ni Carlos Menem se animó.
- La protesta se desarrolla con prudencia y buena voluntad de organizaciones sociales y sindicales temerosas de ser tachadas de antidemócraticas por el aparato comunicacional de un gobierno a todas luces antidemocrático.
- La represión se ejerce con una grandilocuencia que consigue controlar, sobre todo, la narrativa.
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La impresionante militarización de la calle ofrece un espectáculo televisivo de alto impacto que saca de escena las consecuencias de la política oficial. Sólo importa que los autos pueden circular. Argentina año violeta.
La campaña del miedo -un virtual estado de sitio- funciona. La marcha de Unidad Piquetera de la semana pasada fue una sombra de lo que supieron ser las manifestaciones que ese colectivo venía realizando en tiempos de Alberto Fernández en la Casa Rosada. Este miércoles, la CGT movilizó a reglamento, como contará José Maldonado en otra nota: llegó a los tribunales de la calle Talcahuano caminando por la vereda y cortó las calles que rodean la Plaza Lavalle porque no había chances de contener a tanta gente en el perímetro de ese espacio.
La prensa -sobre todo los canales de noticias más entusiasmados con la política oficial- hace su parte. No importa otra cosa que si quienes manifiestan cortan la calle o no la cortan; si marchan por la vereda o por el pavimento. El shock de empobrecimiento de las mayorías asalariadas y los sectores más vulnerables de la economía informal; el desalojo de la clase trabajadora hacia la intemperie jurídica y, si se quiere menos tangible, el atropello del Congreso como espacio de representación del conjunto de la voluntad popular quedan a salvo del escrutinio en su condición de temas secundarios.
Policía piquetera
La militarización dispuesta por Bullrich y por su par halcón de la Ciudad, Waldo Wolff, es tan desmesurada que la propia policía corta las calles. Una policía antipiquetes piquetera.
Como apuntó Letra P la semana pasada, en ocasión de la marcha de las organizaciones sociales de izquierda, la Policía de la Ciudad y las fuerzas federales volcaron un ejército de tres mil uniformes para evitar que una cantidad cuanto mucho similar de manifestantes interrumpiera el tránsito. Resultado: calles cortadas por los cordones policiales dispuestos para evitar los cortes de calles.
Este jueves ocurrió lo mismo con la marcha de la CGT, pero sobre todo una vez terminada la manifestación, que se desarrolló en absoluto orden por propia decisión de la dirigencia sindical.
Los problemas sucedieron después, durante la desconcentración, con un puñado de manifestantes que se agruparon en Corrientes y Uruguay frente a un cordón policial que primero cortó la calle y después avanzó sobre esas personas para desactivar lo que había generado. "La que corta es la policía", intentó explicar, disruptiva, Cecilia Insinga, movilera de TN, cuyo relato fue desmentido a coro, desde los estudios de la señal, por el conductor y la conductora. Insinga insistió: “Vimos cómo la policía le pegaba a un colega de Telefé con un palo en la espalda; no lo había visto nunca en los 15 años que llevo de periodista. El periodista estaba trabajando, contando lo que estaba pasando, detrás de la policía, ni siquiera donde estaban los manifestantes. Le dieron un golpe con el bastón que fue impresionante. La furia de la Policía desató la situación que vivimos este mediodía. Todo empezó con 50 personas, no más, y con un siniestro vial”. La línea editorial estaba al pie de la pantalla, en un graph que decía: "LA POLICÍA IMPIDE QUE CORTEN LA CALLE".
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Letra P lo había advertido: la secuencia ajuste - protesta - represión era inexorable en la Argentina de la motosierra. No por casualidad los dos únicos ministerios que completaron rápidamente sus equipos de gestión, como apuntó Pablo Lapuente hace dos semanas, fueron el de Economía -el del ajuste- y el de Seguridad -el de la represión.
Hasta ahora, el chiste le viene saliendo barato al Gobierno, pero los episodios de Corrientes y Uruguay mostraron este jueves que la calle es un polvorín: que no explote depende de la prudencia y la buena voluntad de las organizaciones sociales y sindicales. En la Policía empoderada, se sabe, no se puede confiar.