Cristina Fernández de Kirchner, Pedro Sánchez y un estigma que acecha a los progresismos
La peronista lidera desde su prisión domiciliaria. Al socialista se lo traga un escándalo de coimas y prostitución. Teorías conspirativas y opciones odiosas.
A pesar de la lejanía geográfica, España y Argentina siempre estuvieron cerca, por malas y buenas razones. Hoy se destacan las malas: las dos máximas figuras de las fuerzas progresistas más importantes de ambos países, Cristina Fernández de Kirchner y Pedro Sánchez, transitan sus días más aciagos con la marca de la corrupción en sus frentes.
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La jefa del peronismo estrena su vida de convicta domiciliaria tras la confirmación, por parte de la Corte Suprema, de la condena a seis años de prisión e inhabilitación a perpetuidad para ejercer cargos públicos por administración fraudulenta de recursos destinados a la obra pública.
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CFK en el balcón de San José
Al presidente del Gobierno ibérico, por su parte, le tambalea la estantería de su administración, jaqueada por la investigación de una trama de coimas que se viene cobrando vidas políticas en su entorno más cercano: la de un exministro, la de un asesor que le dio su nombre al escándalo, conocido como el "caso Koldo", y, la más reciente, la del número 3 del PSOE -el partido que lidera Sánchez, el más tradicional de la izquierda española-, que debió renunciar para tratar de frenar la escalada del escarnio público, que acorrala al jefe del Estado.
Así en Argentina como en España
Como el protagonizado aquí por CFK, el culebrón domina la agenda política de la península: es un festival para los medios a fuerza de audios en los que se arreglan sobornos y, encima, conforman un thriller porno-político estelarizado por figurones de lo que Javier Milei llamaría la casta boluprogresista, sospechados de pagar con plata del pueblo español los servicios de mujeres que ejercen el viejo oficio de la prostitución, pero en versión super VIP.
El diario El País, del que no se pueden sospechar simpatías por las derechas, viene cubriendo el caso con notable crudeza.
De puteros y triángulos, tituló este miércoles su columna, sin perder tiempo en eufemismos, la periodista Luz Sánchez-Mellado. El primer párrafo del artículo, también austero en academicismos, no tiene desperdicio: "Del 'triángulo tóxico' con el que Pedro Sánchez pretende cerrar con el pus dentro la puñalada mortal que sus elegidos a dedo han asestado a su partido y su Gobierno, no puede negarse que los dos catetos llamados (Luis) Ábalos y Koldo (García) son hombres de su tiempo. Y no meto en este saco de mierda en concreto a la hipotenusa de nombre Santos Cerdán (NdR: el 3 del PSOE) porque, al cierre de esta edición, no había pruebas fehacientes de su afición al putiferio pagado con fondos públicos".
Menos terrenal, la analista política Estefanía Molina advierte, en el mismo periódico, que Algo se ha roto con Pedro Sánchez y que "el dilema de 'presunta corrupción o ultraderecha' que plantea el presidente a los votantes de izquierda es dañino por la derrota moral que subyace".
Se refiere a la estrategia desesperada a la que ha apelado el líder socialista, distinta a la que desarrolla el peronismo frente a las visicitudes penales.
El kirchnerismo denuncia la existencia de una conspiración que reúne al Poder Judicial, a las fuerzas conservadoras, al poder económico y a los medios más importantes, con el Grupo Clarín a la cabeza, en un plan para perseguir y proscribir a su conductora por liderar un movimiento que no cede ante esos lobbies a la hora de aplicar políticas públicas distributivas en favor de los sectores postergados, a la vez que blinda con un barniz grueso de impunidad a los miembros de ese pacto espurio.
La narrativa peronista no consigue exculpar a su lideresa, pero encuentra eco en la sociedad la idea de una Justicia deliberadamente selectiva. El 53% de las personas consultadas para una encuesta de Zuban - Córdoba y Asociados consideró que CFK es culpable de los delitos que se le imputaron, pero el 46,5% desconfía de la Justicia. "Si ella va presa, muchos deberían seguirla", razonó en ese sentido, en una charla informal con este portal, una mujer que no se parece a un kirchnerista ni en el blanco de los ojos.
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Sánchez, en cambio, reconoció recientemente que los audios que acorralaron a Cerdán, el secretario de Organización del PSOE, hombre de su más cercano entorno, arrojaron indicios sólidos de la existencia de una trama de coimas y pidió perdón, muchas veces, en nombre del Gobierno y del partido que conduce, pero, dedicado a soltar todo el lastre necesario para salvar su administración, intenta reducir el escándalo a un puñado de manzanas podridas.
“No vamos a permitir que la posible corrupción de unos pocos tumbe el mayor Gobierno progresista de la UE”, dijo el mandatario e intentó empujar al pueblo español a aquella encrucijada de "presunta corrupción o ultraderecha" que la analista de El País consideró severamente lesiva para el vínculo de Sánchez con su electorado.
Peronismo y socialismo, en riesgo simultáneo
Como sea, con sus conflictos con la ley, los progresismos argentino y español, a uno y otro lado del Atlántico, enfrentan en simultáneo el escrutinio público y alimentan la retórica mesiánica de las ultraderechas que gobiernan aquí y acechan allá.
De esta manera, estiran lo que parece ser un karma de las fuerzas populares, que, sea por obra de tropelías ciertas o como resultado de conspiraciones legitimadas por los medios del establishment, corren el riesgo de consagrar la idea de que el precio de la justicia social y la ampliación de derechos es una cuota de indecencia, que conlleva la amarga sensación de que no queda más que elegir el mal menor, como propone Sánchez, panza arriba entre la leña.