El relator anuncia a la campeona olímpica en gimnasia de suelo. Rebeca Andrade, brasileña, de 25 años, sonríe y avanza. Sus compañeras de competencia, las estadounidenses Simone Biles y Jordan Chiles, la reverencian. La potencia a los pies de una piba nacida y criada en una favela en las afueras de São Paulo. El estadio entero estalla en aplausos. “Baile de Favela” fue la canción elegida para la presentación. La imagen, que durará unos días en internet y para siempre en la memoria de la deportista, es algo más: la prueba viva de que la cosa camina cuando se igualan oportunidades y se respaldan los esfuerzos individuales con políticas públicas colectivas desde el Estado. Cuando Rebeca era una niña y las medallas de oro solo un sueño, tenía que caminar todos los días dos horas para poder llegar al gimnasio de los suburbios de Guarulhos donde empezó a entrenar. Ese esfuerzo personal y de su familia, fue acompañado por un Estado presente que mediante un proyecto social de iniciación deportiva abrió una posibilidad donde no la había y con ella, la libertad para Rebeca de poder elegir su profesión. Esta historia es la de una joven de familia humilde que laburó, insistió y se hizo con la medalla de oro en París, y también es la historia de un Estado presente que acompañó y ayudó a transformar a esa joven en la deportista más condecorada de la historia olímpica de su país.
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En Brasil, existe desde el 2005 un programa estatal de patrocinio a atletas de alto desempeño. Actualmente, más de 9.000 deportistas brasileños son beneficiarios de “Bolsa Atleta”, con una inversión de entre 70 y 2.760 dólares por deportista. Según el gobierno, 241 de los 276 atletas brasileños en París (el 87%) perciben el beneficio en la actualidad y el 98% lo percibió en algún momento. Las huellas del programa son fácilmente rastreables en el desempeño deportivo del gigante sudamericano, su impacto está medido y es objeto de análisis para los estudiosos a lo largo de los últimos años.
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Y por casa, ¿cómo andamos?
Argentina llega a estos Juegos Olímpicos sin Ministerio de Deportes, degradado por decreto del gobierno de Javier Milei al nivel de Secretaría, y habiendo removido de su cargo a dos Subsecretarios de Deportes en 8 meses de gestión. Esto podría ser únicamente un cambio de enfoque sobre cómo se debe materializar y jerarquizar la inversión en el deporte argentino y su población, pero en la práctica es un símbolo del des-gobierno que acompaña un desfinanciamiento brutal. No sólo la inversión destinada a Deportes se redujo de la mano del recorte de la inversión pública en general, sino que incluso llegaron a ponerse en duda la continuidad de becas deportivas, se descontinuaron programas de apoyo a clubes y entidades del sector y aún ahora, a tres meses, peligra la realización de los Juegos Evita, la emblemática competencia deportiva del deporte social a nivel nacional -de la cual varias provincias ya anunciaron que no podrán participar debido al desfinanciamiento realizado por el Estado nacional. Entre ellas, la provincia de Buenos Aires.
Sería injusto atribuir exclusivamente a este gobierno el desfinanciamiento del deporte argentino. En 2009 mediante la ley 26.573 se creó el ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), organismo destinado a gestionar y coordinar apoyos económicos específicos para la implementación y desarrollo de las políticas de alto rendimiento. Hasta 2017, el ente tenía como fuente de financiamiento un cargo del 1% aplicado sobre el abono que las empresas de telefonía celular facturan a sus clientes. Producto de una reforma impulsada por el expresidente Mauricio Macri, el ENARD perdió su fuente de financiamiento y su autonomía, y pasó a depender de los recursos nacionales. -Vaya una medalla para el expresidente, en la disciplina de desfinanciamiento del Estado-.
Desde entonces y según las proyecciones, el financiamiento del ENARD es aproximadamente la mitad del que tendría bajo la modalidad original. Actualmente, un deportista clasificado a los Juegos Olímpicos de París 2024, recibe del ENARD una beca de $300.729, un 14% más que un salario mínimo, vital y móvil. Una beca de excelencia -la más alta que otorga el organismo, seis veces más baja que su comparativa brasileña-, es de $689.907. Como si fuera poco, hoy el ENARD otorga menos de la mitad de becas que otorgaba en 2014.
Adicionalmente, para ser beneficiario de una beca de ENARD, un deportista debe estar como mínimo en el tercer puesto del podio sudamericano 2023-2024 para la disciplina que practique, mientras que el Programa Bolsa Atleta, por ejemplo, entre sus seis categorías, reconoce a los atletas de base: atletas vinculados a clubes deportivos, que participan exitosamente en competiciones. Quizás está sea una de las diferencias más significativas: que el financiamiento tenga como objetivo brindar las oportunidades también a los deportistas en potencia, en un país de 45 millones de habitantes.
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El éxito en el deporte de alto rendimiento no es un accidente, ni una casualidad, sino el resultado de una combinación de excelencia: la del esfuerzo, preparación y profesionalismo de los y las deportistas, con la planificación meticulosa de países que apuestan al deporte como política de Estado y han invertido no sólo en sus atletas, sino también en infraestructura y sistemas de apoyo necesarios para lograr el éxito y para dejar la bandera bien alto.
Se trata de crear las condiciones para transformar el esfuerzo del atleta en rendimiento competitivo real: pueden entrenar porque no tienen que ir a buscar un sueldo en otro lado, porque tienen gimnasio y equipamiento en buen estado que les da su país. Tienen un país que los busca, los encuentra y los impulsa. Si no los acompañamos de esa forma, entonces estamos reduciendo el universo de talento a quienes tengan el dinero para financiar su carrera. Las colectas e iniciativas privadas que buscan financiar a los deportistas a través de los fans pueden colaborar con algún “caso de éxito” aislado, pero están muy lejos de reemplazar esa función democrática del financiamiento público, amén de su perspectiva individualista del sálvese quien pueda.
Que quede claro: no existe punta de pirámide sin base. No existen campeones olímpicos sin clubes deportivos, infraestructura y competencias nacionales. Ese es el tamaño de la inversión que con voluntad y decisión política tiene que -y sólo puede- asumir el Estado nacional. Una inversión que no obedece a criterios de rentabilidad y no se organiza únicamente en torno a los individuos consagrados, sino que cumple con generar oportunidades para su gente y condiciones para su salud, bienestar, sociabilidad y disfrute.
Si queremos que en Argentina florezcan mil Rebecas tenemos que trabajar en medidas integrales que nos lo permitan. Los desafíos son múltiples. Necesitamos programas y políticas que se sostengan en el tiempo, fomenten la participación y formación inicial en deportes, como los Juegos Bonaerenses y los Juegos Evita. Tiene que existir una coordinación entre el ENARD, la Secretaría de Deportes, el Comité Olímpico Argentino y las carteras provinciales de Deporte para trabajar objetivos comunes y en un verdadero plan estratégico para el desarrollo del deporte argentino. Tenemos que avanzar en la recuperación de la autarquía financiera del ENARD perdida durante el gobierno de Macri y tal vez no ya sostenida en el 1% de los abonos de las compañías de telefonía celular sino del total del mercado de las telecomunicaciones, para promover no sólo a campeonas y medallistas olímpicos, paralímpicos, panamericanos y parapanamericanos, si no también para ampliar las categorías de apoyo a los y las atletas que compiten en clubes deportivos en cada rincón de la patria.
La Argentina tiene que destinar recursos en deporte, para que un joven atleta de alto rendimiento que no tiene una familia adinerada, tenga el apoyo de todo un país que lo incentive a entrenar, a competir, que premie sus logros con más inversión en su desarrollo. Y también para que nuestros pibes y pibas estén en los clubes, porque el deporte argentino nos da orgullo, medallas, reconocimiento a nivel mundial y contribuye al desarrollo social e integral de nuestro pueblo.