El clamor del Círculo Rojo, con respaldo explícito del embajador de Estados Unidos, Marc Stanley, por un formateo total del sistema político argentino que dé lugar a una alianza amplia y transversal, puede resultar quimérico, pero no debería pasar desapercibido. Por un lado, porque la distancia entre el corto y el mediano plazo hace una gran diferencia cuando de política se trata; por el otro, porque, aunque no termine de encarnarse, la idea revela cuál es el curso que sectores insoslayables del poder real entrevén para la Argentina que viene.
La cuestión es de larga data, pero hoy cobra un cariz nuevo en el contexto de una crisis económica que se simboliza en la inflación que apunta a los tres dígitos y, por momentos, se autopercibe en camino a la híper. La "ancha vía del medio" que esgrimió Massa en su hora y el "centro progresista" que Roberto Lavagna imaginó que existía en algún lado tenían un contenido político y electoral, basado en la idea de que la grieta ideológica encubría la gravedad de los atávicos problemas nacionales e inhibía su solución. La cuestión hoy resulta más perentoria, tras el fracaso del gradualismo con deuda de Mauricio Macri y del ensayado por Martín Guzmán y Alberto Fernández con otra forma de endeudamiento, que consiste en patear para adelante vencimientos imposibles de afrontar en tiempo y forma.
Así, aquellos viejos motes apuntan hoy a la conformación de una suerte de Partido del Ajuste con Contención Social (PACS) o, si se quiere evitar eufemismos, un Partido del Ajuste con Control Social. La sigla, que proponemos como aporte constructivo al debate, vale igual.
Larreta ha hablado varias veces de una coalición del "70% del sistema político", lo que supone dejar afuera al cristinismo. Su prédica, pretendidamente antigrieta, adquiere un carácter totalmente inverso: en su cabeza, la grieta está más viva que nunca, solo que invita a saltar el abismo, de izquierda a derecha, al peronismo pluscuampichettista, esto es el que tiene algo que ofrecer en materia de votos: los gobernadores y, posiblemente y si le va razonablemente en su cruzada actual, el propio Massa; Alberto Fernández –de quien se informa y habla cada vez menos– podría ser parte, pero su aporte vale poco y nada.
Cuando habla del mencionado 70%, el alcalde porteño se guía por el hecho de que está condenado a hablarle a un público ampliamente atravesado por el clivaje de siempre, el del peronismo-antiperonismo. Tropieza, así, con la misma piedra que la antigua receta del actual ministro de Economía y de su antecesor Lavagna: la grieta.
En tren de imaginar –no más que eso–, el único destino del PACS –si es que tiene alguno– pasaría por juntar al llamado "peronismo racional" con las palomas de Juntos por el Cambio, lo que, en las cabezas más imaginativas del Círculo Rojo, podría incluir al propio Larreta, a María Eugenia Vidal y a la UCR. Eso implicaría excluir no solo al cristinismo sino, también, a los halcones del PRO, a Macri y cualquier posibilidad de incorporación de libertarios como José Luis Espert y Javier Milei, quienes a esta altura deben ser tratados como casos separados. Por ese camino, verdaderamente antigrieta, el 70% escrito en la arena se encogería notoriamente.
«El problema no es solo el de la austeridad en modo de shock que estabilice las variables principales de la maco nacional en un plazo relativamente breve; el fondo del asunto radica en que eso debería modificar de modo permanente –achicar– la estructura del gasto público y el peso de las jubilaciones y la asistencia social en el presupuesto.»
La pregunta que se impone y que se hace más compleja por la exclusión de sectores con los que muchos simpatizan en el empresariado es "para qué". La respuesta, como lo indica el nombre del partido de fantasía, pasa por la aplicación de un ajuste socialmente viable, algo fuera del alcance con la cirugía sin anestesia que plantean los ultras mencionados, estomacalmente antiperonistas. El problema no es solo el de la austeridad en modo de shock que estabilice las variables principales de la maco nacional en un plazo relativamente breve; el fondo del asunto radica en que eso debería modificar de modo permanente –achicar– la estructura del gasto público y el peso de las jubilaciones y la asistencia social en el presupuesto, dilema que acaso explique las cavilaciones de Massa sobre si su momento llegará en 2023, en 2027 o jamás. De lo que se trata es de encontrar el modo de parir otra Argentina, algo que a los mencionados segmentos les ha resultado imposible desde la misma irrupción del "hecho maldito" en los años 1940.
¿Qué aportarían esos fragmentos de peronismo? Control social, claro, algo que se evidenció en la protesta que la CGT balbuceó el miércoles en el centro porteño, que canalizó la frustración de la clase trabajadora del modo más herbívoro posible. En otro contexto político, la contestación sindical y hasta de algunos movimientos sociales sería bien diferente. ¿No fue acaso con un gobierno peronista, el de Carlos Menem, que el disciplinamiento social fue posible por una década?
El proyecto apunta, entonces, a la fórmula "ajuste más gobernabilidad". ¿Cuán incompatibles son, en el fondo, las miradas de Massa, Guzmán y Hernán Lacunza, el economista jefe del PRO? Las que existen, se refieren a los plazos y dolores antes que a los diagnósticos de fondo. Nada que dos líneas no puedan dirimir en una interna.
La realidad, con todo, no se moldea de esa manera facilista. Para disgusto del establishment, la grieta sigue vigente y, a no ser que la economía estalle en el aire, un replanteo tal del sistema político no parece viable. No antes de las elecciones, al menos.
En el último tiempo, algunos analistas han jugado con la idea de una elección de “tercios imperfectos" –el Frente de Todos, Juntos por el Cambio y los libertarios–, mientras que otros llegaron a plantearse la posibilidad de una ruptura de las dos grandes coaliciones. Lo primero está por verse; lo segundo parece imposible. Sin embargo, en tren de imaginar, ¿qué sería del panperonismo si el año que viene le tocara sufrir una derrota de esas que duelen? No sería la primera vez que, en en llano, la tropa del General se amolda a las circunstancias, digamos. Mucho dependerá de quién venza: con Rodríguez Larreta al mando, el sueño del Círculo Rojo podría encontrar un cauce más propicio que con Patricia Bullrich o con el propio Macri.
El Consejo de las Américas, que jugó con todas estas variables, no se privó de invitar al ministro del Interior, Eduardo de Pedro, a una cena que lo tuvo como único orador. El escepticismo no equivale al descarte: ¿hay algo que encontrar allí?
El juego de Cristina Kirchner desconcierta. En nombre de la resistencia al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al ajuste que viene de la mano de este embistió contra su propia creación hasta derribar a Guzmán, para terminar apoyando, casi de inmediato –pero con sigilo–, una versión de la austeridad aun más severa con Massa. El error es una variable que no suele ser tenida en cuenta por los análisis que suponen que los actores y las actrices de la política son siempre racionales, pero ocurre que, en este caso, podría haber más de cálculo que de pifia.
La vice y Máximo Kirchner dicen ciertas cosas en público, pero dejan pasar otras en la práctica. Así, la pureza ideológica, la fidelidad de la base propia y el lugar de única oposición futura quedan a salvo, mientras el país se desliza por senderos que, acaso, ambos asumen como inevitables.
No todo es lo que parece. ¿Tampoco lo que se cree imposible?