Más de un dirigente alineado con los gordos de la CGT se sorprendió este miércoles cuando vio por la televisión, casi en cadena nacional, a Pablo Moyano liderando el acto de la central obrera cerca del Obelisco, pese a que los popes sindicales habían acordado que la marcha no iba a tener oradores. Un gesto que desnudó una nueva interna cegestista.
Luego de innumerables idas y vueltas, las distintas líneas de la central obrera llegaron al día de la marcha con varios acuerdos. Uno de esos entendimientos constaba en que los oradores iban a brillar por su ausencia. Sin embargo, el líder camionero y uno de los integrantes del triunvirato decidió no seguir lo pautado y, con el objetivo de marcar la cancha, se subió a un camión estacionado en la esquina de las avenida Belgrano y 9 de julio y, con micrófono en mano, le reclamó medidas al Gobierno para frenar la inflación.
Desde ese miniescenario, repitió algunas de las consignas de la actividad, recargó críticas contra empresarios formadores de precios, a quién responsabilizó por la escalada inflacionaria, y le pidió a Alberto Fernández acciones concretas para frenar las subas. “Alberto, poné lo que tenés que poner ante los especuladores. No podemos seguir con estos niveles de inflación”, advirtió.
Las repercusiones fueron inmediatas. Según supo Letra P, los gordos lo llamaron a Moyano junior y le reprocharon la actitud, lejos de lo establecido, ya que la CGT siempre cuidó que los mensajes no estuvieran dirigidos al Gobierno. Del otro lado, solo recibieron como respuesta que se trató de una actividad del Frente Sindical que él representa y ajena a su organización.
De todos modos, no fue el único hecho que se salió de lo planificado. La dirigencia sindical había acordado que, tras la movilización, se leería un documento de conclusión de la actividad, pero eso no sucedió. También, se había estipulado que todas las columnas confluyeran en el Congreso, pero la desconcentración se generó antes del arribo a Rivadavia y Callao.
La convocatoria cegetista estuvo cargada de idas y vueltas desde el vamos, sin grandes entendimientos entre las distintas líneas que componen la central. En mayo, Pablo Moyano, de Camioneros, y Gerardo Martínez, de UOCRA, habían convocado a una protesta contra los empresarios formadores de precios, que tuvo poco eco entre sus pares.
Salvo el sindicalismo más combativo, con Sergio Palazzo, Mario Manrique y Omar Plaini a la cabeza, que se entusiasmaron con la idea de la dupla Moyano – Martínez, el resto vio innecesario salir a las calles en señal de protesta contra ejecutivos y vieron en esa idea un tiro por elevación al Gobierno, que en ese entonces contaba con escaso timming para ponerle un freno a la escalada de precios. Héctor Daer y Andrés Rodríguez fueron dos de esos dirigentes que se encargaron de desinflar la idea.
Sin embargo, tuvieron que ceder con los números de la inflación en la mano, el calor de las bases y la presión de otro actor de peso de la central: Carlos Acuña. El dirigente, integrante de la tríada conductora, y que responde a Luis Barrionuevo, marginado de las grandes decisiones, utilizó cuanto micrófono vio a su alcance para declarar que la CGT tenía que salir a la calle con la mirada puesta en los empresarios.
A partir de ese momento, el cuándo protestar, el cómo y el qué decir entraron en una fase de discusión que, a la luz de los hechos, terminó desnudando las fricciones en la central obrera. Con el agregado de que Acuña, ya con la llegada de Sergio Massa al ministerio de Economía, con quien mantiene una excelente sintonía, cambió de idea y trató de desactivar la marcha o, al menos, que la consigna en contra de los empresarios se vea reemplazada por un mensaje ameno a la Casa Rosada. No tuvo éxito.