FASE B

Es la política: las señales de Batakis para zafar del destino Guzmán

Necesita hacer equilibrio entre el Presidente y la vice para construir consenso interno. Gestos para uno y para la otra en una baldosa resbaladiza.

Los primeros gestos de Silvina Batakis -sus declaraciones iniciales tras la jura en la Casa Rosada y luego en C5N- permiten empezar a descifrar a la flamante ministra de Economía y descubrir, en el subtexto de esas señales, una certeza que la guía: es la política la que la salvará del calvario que debió recorrer su antecesor inmediato, Martín Guzmán, y le dará un piso de viabilidad a su gestión en un contexto de altísima complejidad.

 

Batakis, que se mostró lo suficientemente sólida como para no jugar solo de local en los medios, construye su discurso como una síntesis de todas las tribus todas del panperonismo. En su relato, repetirá una palabra fetiche: planificación. Y lo que planificará será, sobre todo, el modo en que se sentará sobre las escasas reservas del Banco Central. El supercepo que le dejaron de regalo, establecido poco antes de su llegada, llegó para quedarse y acaso reciba nuevas vueltas de rosca.

 

Con las empresas habrá diálogo constante, prometió, para "planificar" sus necesidades de divisas, ya sea para importar como –en el caso de las extranjeras– para enviar remesas a sus casas matrices. ¿Abrió con lo último una puerta hoy más bien cerrada a fin de negociar precios?

 

Keynesiana al fin, Batakis entiende que el gasto público no es inflacionario cuando la economía funciona por debajo del pleno empleo de los factores productivos. Así, cree que, con un uso del 70% de la capacidad instalada en la industria, no debería haber tanta necesidad de importar maquinaria, por ejemplo. Insumos sí; huida del peso para comprar lo que no hace falta, no.

 

En eso piensa parecido a Guzmán. Este imaginaba que la salida de la pandemia tampoco iba a ser tan inflacionaria, justamente porque, antes de invertir y sumar costos, las empresas debían primero poner en marcha los fierros paralizados durante el Gran Confinamiento. Puede fallar, dijo Tu Sam, y el sector patronal se lanzó a un proceso feroz de recomposición de beneficios que disparó la inflación y hundió los salarios. Con la evidencia en la mano, la ministra avisa: "El salario no es inflacionario".

 

 

De algún modo, podría decirse que, si Guzmán esperó que el mercado solito cumpliera con la profecía de lord Keynes, Batakis planea contener las remarcaciones a punta de lapicera. Cristina sonríe.

 

Lo que a CFK no le va a gustar

Por un lado, Batakis tomó nota de lo que mató al Guzmán ministro y da señales de que se rodeará de gente propia, incluso en el área cristinista de Energía.

 

¿Por qué Fernández le habilitaría a ella algo que el saliente pidió sin descanso ni éxito? ¿Por qué Cristina Kirchner le permitiría lo que no le toleró a su antecesor? Batakis da otras seguridades, pero la cantidad de reemplazos que defina y el perfil de los mismos buscará, seguramente, no desequilibrar la relación de fuerzas con un sector al que necesita contener.

 

De la mano de lo anterior, confirmó la suba de tarifas –segmentación mediante– con la que Guzmán no dejó de tropezar hasta el final. Sin embargo, le hace una concesión al cristinismo –al que la idea no le gusta– al introducir un matiz: lo que paguen quienes tienen capacidad es dinero que puede volcarse en favor de los sectores que no tienen casi nada.

 

Un tercer motivo de desencanto para el sector que responde a la vice es su aval para solo "discutir" la creación de un salario básico universal, una de las últimas cosas que Cristina propuso el sábado en Ensenada antes de que el ministro saliente enviara su carta bomba. Sin embargo, Batakis –como Guzmán– no lo ve factible en el corto plazo y recuerda que ni los países más ricos lo han adoptado. Juan Perón le diría que armara una comisión.

 

Por último, mientras la vice no ve en el déficit fiscal una causa de inflación, Batakis sí lo hace. La suba sostenida de los precios es multicausal, repite.

 

Con todo, otra vez política y abarcadora, se propone avanzar hacia el necesario equilibrio presupuestario, pero "con la gente adentro". Alberto Fernández Máximo Kirchner, un solo corazón.

 

Se entiende: para que su intento no sea devorado por las llamas del mercado, la ministra necesita construir poder. Terminar con el ruido interno es la condición de posibilidad de su experiencia; en tanto su fortaleza es la certeza de que si esto fallara, sobrevendría un cataclismo que no haría distingos de tribus.

 

¿Cristina o Kristalina?

Batakis sabe que las metas negociadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) necesitarán retoques que amplíen sus márgenes fiscales y monetarios.

 

Tratará de correr los primeros, en principio, a través de reasignaciones presupuestarias o financiarlos con herramientas como el impuesto a las ganancias inesperadas –si el Congreso se lo permite–. Sin embargo, esto puede no resultarle suficiente en la construcción del respaldo que necesita.

 

Por eso, se dispondrá a conversar sin demora con los técnicos de Kristalina Georgieva. Les dirá que las metas se cumplieron en el primer y en el segundo trimestres y que ahora necesita algo de flexibilidad. Especula con que al FMI no le conviene romper lanzas ante el primer incumplimiento parcial y que, al fin y al cabo, si la rueda del crecimiento no se frena, las cosas pueden volver a su cauce en "el mediano plazo".

 

El hueso más duro

Batakis pondrá fichas –no todas– en las políticas de precios. Para ella, el control de la inflación pasa por la normalización gradual de la macroeconomía. Otra vez, asoma la testa calva de su antecesor.

 

La inflación será su gran prueba de fuego, por más que su llegada ponga en cero el cronómetro de la paciencia, y julio se presume difícil por ser el mes en el que las tensiones cambiarias se hacen más agudas, justo en momentos en que los dólares paralelos cobran especial importancia en la formación de precios por las restricciones para que muchas importaciones pasen por el mercado oficial. Atención a este punto.

 

Una amenaza en el horizonte

Guzmán recibió el golpe de gracia cuando el fondo Pellegrini del Banco Nación se deshizo de deuda del Tesoro en pesos, una decisión en la que analistas suspicaces vieron la mano de dependencias del Estado controladas por cristinistas. Se discutió, entonces, si los compromisos en moneda local serían reperfilados. Como Guzmán, Batakis descarta esa posibilidad.

 

Eso sí, toma partido por quien la acercó al gabinete, el sobreviviente Miguel Pesce, quien le reprochaba a Guzmán ser demasiado mezquino con las tasas que ofrecían aquellos instrumentos, lo que sobreexigía al Banco Central en la tarea de esterilizar, vía Leliq, el sobrante de pesos. Batakis sabe que los vencimientos del Tesoro del segundo semestre son enormes –solo en septiembre, un billón de pesos–, pero confía en que, con mejor tasa, podrán  rollearse. La duda es qué tasa considerará el mercado como creíble y no como un anuncio de naufragio.

 

Batakis quiere anclar las expectativas para que, de a poco, cesen las presiones cambiarias. Como hay superávit comercial, no ve atraso del dólar oficial. Nadie avisa una devaluación, claro, pero –economista y política– sabe que, si se produjera, el proyecto de Todos quedaría herido de muerte.

 

La inflación en el primer año de Javier Milei
Eduardo Toniolli del Movimiento Evita, Marcelo Lewandowski y Juan Monteverde.

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