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Alberto, Cristina y el síndrome de la pareja rota

El Presidente y la vice parecieron uno de esos matrimonios separados que vuelven a verse en una incómoda reunión familiar. Risitas que no resuelven problemas.

El reencuentro de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner después de tres meses sin verse las caras pareció una de esas cumbres forzadas de parejas separadas que se juntan por primera vez desde la ruptura para el cumpleaños de uno de los hijos. Algunas risas de ocasión, incluso algún chiste cómplice, una de las partes desempolvando los mismos reclamos de siempre y la otra, tratando de reconstruir un sistema mínimo de convivencia para que la prole no pague los platos rotos, pero haciéndose la distraída sobre los reproches de su ex, casi negando los problemas que le adjudican y, entonces, mostrando poca disposición a hacer los cambios que le exigen. Todo, mientras los dos bandos familiares comparten un living enrarecido por un aire que se corta con tijeras.

 

Primero que nada, el hecho de que la reunión entre el Presidente y la vice haya concitado la atención que generó da cuenta de la profundidad de la crisis política que deshilacha al Frente de Todos, la coalición electoral atada con alambre para los comicios de 2019 que se rompió con la primera derrota, apenas dos años después.

 

Una vez establecido ese piso casi subterráneo de expectativas, la cumbre se convierte en un hecho de por sí positivo. Sin embargo, lo que se vio no alumbra grandes ilusiones, más allá de las risitas, el juego de la lapicera y alguna dosis de distención.

 

Cristina Fernández no hizo nada muy distinto a su rutina chaqueña, cuando terminó confesando su sensación de que el gobierno del presidente que ella inventó no está "honrando tanta confianza, amor y esperanza" depositada en él por el electorado. Le reclamó al Presidente que gobierne para las mayorías y que se aguante los conflictos y las tensiones. Que use la lapicera, le pidió adelante de toda la parentela. Se entiende; si lo dice, es porque cree que no lo está haciendo.

 

Alberto Fernández se hizo el oso. Para él, lo que dice Cristina está muy bien, pero es lo que él hace. El enemigo es otro, el anterior, Mauricio Macri.

 

El Presidente la tiró afuera para no seguir peleando. Está cansado de pelear y, para colmo, tiene a buena parte de la familia en contra. Si no puedes con ellos, úneteles. Es, casi, una estrategia de supervivencia. Negociemos, don Inodoro, le sugería el perro Mendieta al gaucho Pereyra cuando el malón se les venía encima. "Lo que tenemos que hacer es trabajar en unidad", reclamó el jefe del Estado, viendo el malón venírsele encima.

 

Las malditas preguntas

¿Alcanzan las risitas y las manitos para recomponer una relación quebrada por profundas diferencias sobre, por lo menos, las maneras y los tiempos para atender las demandas de las mayorías que una y otro aseguran defender?

 

¿Es posible generar un esquema de convivencia si una sostiene reclamos que el otro ni siquiera reconoce como tales, al menos en el juego público de las apariencias?

 

¿Qué sigue después de esta cumbre circunstancial del deshielo? ¿Más cumbres, pero menos públicas y más productivas, para buscar puntos en común? ¿Otra era glacial tan ardorosa en el "debate de ideas" como la de los tres meses de incomunicación absoluta que precedió a este viernes de risitas y manitos?

 

Mientras tanto, en la otra Argentina, la inflación de mayo cerró en torno al 5%.

 

Selfie. Javier Milei con Julian Peh, el fundador de KIP Protocol.
Martín Lousteau, durante el debate de los fondos reservados de la SIDE de Javier Milei. 

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