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Un Tedeum misericordioso para la narrativa de un presidente que busca redención

Poli puso en manos de la sociedad el rescate de los excluidos. Llamados a la responsabilidad y benevolencia con Fernández. Una tradición que atrasa.

Es irremediable: tanto la Argentina laica como la compuesta por hombres y mujeres de confesiones diferentes de la católica siempre encontrarán difícil comprender el ritual del Tedeum, que cada 25 de mayo pone frente a la posible admonición de la Iglesia a quien dirige, consagrado por el voto popular, el destino de un país que, se supone, es plural. En este caso, la soledad política de Alberto Fernández quedó otra vez de manifiesto por la decisión de Cristina Kirchner de pasar la fecha en el sur y mantener su decisión de no compartir actos públicos con el "socio" con quien no se habla. Sin embargo, el primero la sacó barata: dadas como están las cosas, la homilía del arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, resultó misericordiosa ante un presidente debilitado, una gentileza, acaso, por las permanentes muestras de adhesión de este al liderazgo espiritual del papa Francisco.

 

Entre quienes sí rodearon al Presidente, se destacaron el titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa; integrantes del gabinete –incluido el cristinista Eduardo de Pedro– y autoridades de la Ciudad de Buenos Aires.

 

De hecho, el sermón de Poli no fue para nada ajeno al nuevo santo y seña que el Gobierno se apresta a lanzar: “Primero la gente". Esa será, al menos desde la comunicación, el mensaje que seguirá a una etapa dolorosa de reordenamiento, pandemia y guerra y crisis internacional.

 

El inicio del mensaje del arzobispo fue, como suele ocurrir entre los hombres de la Iglesia, una definición que viajó entre la fórmula de compromiso y el mensaje velado. Se trató de un ruego "para que la prudencia de las autoridades y la honestidad de los ciudadanos robustezcan la concordia y la justicia y podamos vivir en paz y prosperidad". Bajo fuego cristinista desde hace meses, Fernández no objetaría una sola letra de esa frase.

 

En la misma línea, un Poli también forzado a la prudencia advirtió sobre "las tensiones que parecen repetir crueles enfrentamientos". Asimismo, puso sobre los hombros de toda la sociedad, no solo del Gobierno, la responsabilidad de salir al rescate de los excluidos. "Cuando el pan falta en tantas familias, más hay que pensar en el prójimo". Casi, casi una paráfrasis del mantra albertista de "empezar por los últimos para llegar a todos".

 

La homilía rescató los "tesoros solidarios que ha dejado nuestro pueblo" y eludió, como ha ocurrido en tantas ocasiones, el señalamiento a las autoridades nacionales por las carencias de tantos y tantas, expresadas en índices de inflación y de pobreza que son un escándalo. Es más, esas estrecheces fueron ubicadas en el marco de un mundo convulsionado, lo que le restó contenido y responsabilidad local a las iniquidades del momento.

 

"Hay un mañana esperanzador si no renunciamos a los valores auténticos que nos vienen del pasado", remató el tramo el arzobispo, llevando agua hacia el molino de la Iglesia e interpelando más al conjunto que a un gobierno.

 

El mensaje, que aludió a la necesidad del diálogo como sustento de la democracia, fue funcional a la única narrativa que puede ensayar el albertismo ahora gobernante: giró en torno a la parábola evangélica del buen samaritano. Poli citó al papa: "La existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás".

 

Con Francisco, "estamos ante la categoría de un nuevo humanismo en el que la persona está en el centro", en "una sociedad más abierta", señaló, a gusto del presidente más papista, inclinación que hasta determinó el nombre de su hijo recientemente nacido.

 

"¡Viva la Patria!", cerró Poli. "No se escuchó. ¡Viva la Patria!", arengó a una feligresía rala que no reaccionaba, acaso por timidez, acaso por sorpresa.

 

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