“Quien entra papa, sale cardenal”. La lógica que prima en los cónclaves de la Capilla Sixtina para elegir a un pontífice, también aplica desde 2013 a las designaciones episcopales de Francisco para las diócesis del mundo, pero en particular para las de su tierra natal; donde sus decisiones han ido, mayormente, a contrapelo de los números puestos, los candidatos naturales y del lobby clerical vernáculo, siempre afecto a imponer o cancelar nominaciones.
A fines de noviembre, o tal vez antes, Jorge Bergoglio deberá definir a su sucesor en Buenos Aires, el segundo desde que ocupa la Cátedra de Pedro. Aquella primera vez, unos pocos días después de ser proclamado pontífice, sacó un as de la manga al optar por Mario Aurelio Poli, un antiguo colaborador suyo en la arquidiócesis, y casi desconocido para buena parte de la feligresía católica, que estaba al frente de la diócesis de Santa Rosa, en la provincia de La Pampa. En esta oportunidad, Francisco tendrá que elegir a quien lo represente en la sede primada argentina en un contexto muy diferente.
Por un lado, un escenario político social complejo con peleas intestinas en la coalición gobernante e internas tanto en el oficialismo como en la oposición con miras a las elecciones 2023; al punto que el presidente Alberto Fernández evalúa no ir al tedeum del 25 de Mayo en la catedral metropolitana, tal vez el último de Poli al frente de la arquidiócesis. Por otro, los casi diez años que lleva en Roma le quitaron a Bergoglio información privilegiada y de primera mano sobre los postulantes. A esto se le suma el cimbronazo mediático y eclesiástico –con curas a uno y otro lado de la grieta- que provocó la auditoría vaticana que detectó inconsistencias en la administración y venta de inmuebles de la curia y que salpican al purpurado, a otro obispo de menor rango y a cuatro sacerdotes.
Poli está obligado a presentar su renuncia al cumplir 75 años (29 de noviembre), límite canónico establecido para estar al frente de una sede episcopal, y según fuentes eclesiástica consultadas por Letra P todo indica que sus chances de prolongación de mandato “son casi nulas”. Un dato, no menor, que fortalece esta hipótesis quedó consignado en la auditoría vaticana, en la que se le pide expresamente que “se limite a hacer las operaciones (inmobiliarias) mínimamente necesarias” dada su cercanía a la edad jubilatoria. No obstante, las mismas fuentes, estiman que el destino del cardenal Poli sería la Curia romana; más precisamente la Biblioteca Vaticana, por su condición de historiador, hasta tanto cumpla 80 años y no tenga más poder de voto en un futuro cónclave papal.
Mientras que en Roma se especula con que Bergoglio ya tiene un nombre in pectore para que mande en la principal jurisdicción católica del país, y según infiere la fuente consultada por Letra P es un “tapado que va a romper el perfil tradicional de la sede primada"; en Buenos Aires crece la “timba eclesiástica” para intentar acertar quién sucederá a Poli. En tanto, el lobby clerical inclina la balanza hacia el lado de los más progresistas, con impronta bergogliana y tomando la preferencia papal por los miembros de las congregaciones religiosas (jesuitas, claretianos, agustinos, etc.) como ha optado en varias oportunidades para sedes argentinas.
Una terna obvia incluye al siempre candidato Víctor Fernández, Tucho, aunque el destino del arzobispo platense parecería orientarse hacia algún cargo cercano a su “amigo” el papa en la reformulada estructura dicasterial vaticana y con promoción cardenalicia. No fue casual que el papa lo recibiera una semana después que Poli y tras la difusión del informe sobre irregularidades en la curia porteña. Los otros que tercian son Carlos Azpiroz Costa, dominico, actual arzobispo de Bahía Blanca y vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), y Eduardo García, de la matancera diócesis bonaerense de San Justo y predicador de los derechos francisquistas de las 3T (Tierra, Techo y Trabajo).
Otra predicción eclesiástica osada, pero no descabellada de acuerdo con la concepción bergogliana de la Iglesia, fogonea la idea de la llegada de un obispo villero a la sede episcopal porteña de Rivadavia 415, a pocos pasos de la Casa Rosada; y con un nombre casi excluyente: Gustavo Carrara. El joven obispo auxiliar de Buenos Aires (cumplirá 49 el próximo 24 de mayo) es el primero de sus colaboradores en el acompañamiento pastoral de las barriadas más postergadas que él mismo promovió en 2017 a la jerarquía episcopal.
Más allá de las predilecciones, con intencionalidad o no, y las preferencias ideológicas en el amplio espectro episcopal, es el papa quien tiene la última palabra y sus nombramientos de obispos para su país no han estado exentos de sorpresas. Por primera vez en la elección del arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio también deberá contemplar las respuestas al nuevo cuestionario que la Nunciatura Apostólica recogió sobre los posibles elegidos, en el que se indaga sobre si los candidatos han abordado casos de maltrato infantil o abusos “de manera adecuada y justa” o si incurrieron en abuso de poder y eventual violencia de género en el trato con religiosas.