Mujer de ciencia, devota de los números y la información dura, comprobable y contrastable, Silvina Batakis acaso no crea en brujas, pero quizá esté sospechando que las hay. Este año ha sido para ella, en el plano político, una tormenta perfecta.
La exministra de Economía bonaerense la pasaba bien, mansa y tranquila, en el Ministerio del Interior, donde se desempeñaba como secretaria de Provincias. El domingo 3 de julio, la llamaron para bombera: le pedían que apagase las llamas que había encendido, el día anterior, la renuncia-bomba de Martín Guzmán al cargo de ministro de Economía. No fue la primera opción: nadie quería esa papa caliente y el presidente Alberto Fernández había resistido -acaso fue su último acto de rebeldía- las operaciones de Sergio Massa para quedarse con medio gobierno, incluido el Palacio de Hacienda.
La hincha de Boca rearmó el equipo que la había acompañado en la provincia, en tiempos de Daniel Scioli gobernador, se puso el traje antiflama y encaró el incendio. A los 24 días le sacaron la manguera con modos muy parecidos a los de su ídolo Juan Román, que había echado al Seba Bataglia en una estación de servicios: le avisaron que pasara a retirar los portarretratos por su despacho del quinto piso cuando volaba a diez mil kilómetros de altura volviendo de Estados Unidos, donde apenas unas horas le había jurado a Kristalina Georgieva que gozaba de un macizo respaldo del Frente de Todos -faltó que se lo comunicara Massa, su sucesor, como había hecho antes el aprendiz de diplomático Santiago Cafiero con Felipe Solá durante la crisis de los misiles que cruzaron el cielo oficialista tras la derrota en las primarias de 2021-.
Batakis tragó ese sapo con disciplina peronista, pero rechazó la oferta deshonrosa de ser segunda del conquistador y, así como venía, como que se la llevaba el demonio, entró al despacho principal de la Casa Rosada y pidió su indeminización: la presidencia del Banco Nación. Sí, ella pidió ese puesto. Quería un despacho amplio, luminoso y tranquilo. El Presidente accedió.
Cuatro meses y 25 días después, la oficina mayor del edificio monumentalista que, desde la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo, mira de reojo a su vecino de Balcarce 50, se prendió fuego con el conflicto por la coparticipación porteña y la vida de Batakis volvió a ser un infierno nada encantador.
Este lunes, a pesar de que el Presidente reculó en chancletas y ordenó pagarle con bonos a la Ciudad los recursos que la Corte mandó a restituirle, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, ratificó que denunciará penalmente al jefe de Estado y a un grupo de funcionarios y funcionarias a quienes considera responsables de no honrar la medida cautelar dictada por el máximo tribunal. Como dueña del botón que activa la transferencia que espera el presidenciable porteño, Batakis cayó en la volteada.
¿Puede evitar el paseo por los tribunales? ¿Puiede cortarse sola y decir 'chau, yo le pago todo como pide y que sea lo que Dios quiera', como dijo Eduardo Duhalde cuando mandó a abrir el corralito? No. No puede. Técnicamente, el Gobierno asegura que es imposible, pero no es ese el punto.
Batakis es más que una funcionaria técnica: es una militante, un cuadro político, una orgánica del peronismo, como demostró cuando aceptó aquella papa caliente que nadie había querido tomar y cuando, después del destierro brutal, volvió a tragar saliva y acompañó a Massa a Estados Unidos para mostrarle a la jefa del Fondo que con su verdugo estaba todo piola. Eso sí: si pudiera elegir, seguro que pediría que este año terminara ya.