SAN PABLO (Enviado especial) El candidato a presidente por el Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, nació el 27 de octubre de 1945 en Pernambuco, en el nordeste del país. Cuando todavía era un niño, se mudó con su familia a San Pablo. En 2018, fue preso por haber recibido -supuestamente- un edificio de lujo en Guarujá, la costa paulista, un lugar que nunca habitó. En sus 77 años de vida que estrena este jueves, ninguno de estos espacios tiene el valor simbólico y la importancia política para el expresidente que posee la sede del sindicato de los metalúrgicos del ABC de San Bernardo do Campo, en el que se forjó como líder antes de llegar al Palacio de Planalto.
“Lula vive con Janja (su esposa), pero este es su segundo hogar”, le dice Tamara, una militante de la juventud sindical de esta periferia paulista, a Letra P. La sede cuenta con tres pisos que dan a un patio interno adornado con grandes banderas que portan las caras de distintas figuras de la izquierda latinoamericana, como los líderes de la revolución cubana, Ernesto Guevara y Fidel Castro, y el exmandatario de Uruguay José Mujica; el expresidente de Sudáfrica Nelson Mandela y las líderes marxistas Rosa Luxemburgo y Frida Kahlo, entre otras.
El actual presidente del sindicato, Moisés Selerges Júnior, recibe a este portal en su oficina, ubicada en el segundo piso del edificio. En su silla hay una banda presidencial con el escudo del San Pablo y, de fondo, se ve el logo de la empresa alemana Volkswagen, una de las sedes industriales más grandes de este municipio, el corazón automotriz del país. “Cuando era presidente, Lula era como un padre. Hoy, como candidato, es como un hijo al que debemos cuidar”, afirma y asegura que, durante los cuatro años de gobierno del presidente Jair Bolsonaro, la clase obrera y los movimientos sociales “aguantaron” y que en el ballotage de este domingo “pasarán al ataque”. “Intentaron matarnos, pero no pudieron. Somos muy fuertes”, agrega.

La oficina del Lula dirigente sindical, preservada como la dejó hace 30 años.
A los 14, Lula comenzó a trabajar en esta ciudad y a los pocos años se convirtió en el jefe sindical más importante, desde donde lideró la resistencia obrera contra la última dictadura cívico-militar, lo que le valió la cárcel. Aquella vez no fue la única en que la policía fue a buscarlo a estas calles industriales. En 2018, el exjuez y actual senador electo Sergio Moro ordenó su arresto por un supuesto caso de dádivas y el exlíder sindical volvió al edificio que lo forjó para entregarse. Durante dos días vivió en el subsuelo, a pocos metros de la calle, donde una multitud clamaba para que resistiera. “Fue por seguridad. Ni la militancia y ni la policía se imaginaban que iba a estar tan cerca”, explica Tamara. La sala entonces elegida es oscura, tiene apenas dos bibliotecas y un televisor. El baño era como el de un gimnasio, con duchas continuas una al lado de la otra.
En diálogo con Letra P, Moisés recuerda aquellas jornadas de tensión y llora. Este hombre macizo, calvo, de voz gruesa, manos grandes y brazos tonificados en la industria automotriz no puede evitar que los ojos se le pongan brillosos. “Yo lloraba como un niño, como un malcriado”, recuerda. “La extrema derecha tenía dos opciones: matarlo o arrestarlo”, rememora y anticipa que este domingo el PT volverá al poder porque “se conoció la verdad” y porque “la gente tiene memoria y conoce el compromiso de Lula con el pueblo”. “Fueron días de mucha tensión, de mucho trabajo y mucha tristeza”, agrega Tamara.
Cuando decidió competir nuevamente por la presidencia de Brasil, el primer lugar al que asistió Lula fue la sede de Volkswagen para recibir el visto bueno de la clase trabajadora. El primer acto que realizó luego de la primera vuelta electoral de este año también fue en San Bernardo do Campo. Aquel día recorrió las calles de la ciudad con una caravana que partió desde el estacionamiento del sindicato, el mismo lugar en el que se entregó a la policía hace cuatro años. Para el expresidente, la periferia paulista es su lugar en el mundo, el espacio al que está unido y al que, tarde o temprano, siempre vuelve.
En el primer piso, en una de las intersecciones de los pasillos, está la oficina que Lula ocupaba como presidente del sindicato hace 40 años. “Presidência”, dice la puerta de vidrio. La habitación está como él la dejó, como si fuera un museo. Sobre la pared de la izquierda está su antiguo escritorio. En el centro hay una mesa de madera con ocho sillas y, sobre la derecha, un mueble con su primer portafolios, la primera cámara de video que el sindicato logró comprar para grabar las actividades y una máquina de escribir. En un cuarto pequeño está el baño, que está decorado con azulejos que recientemente fueron cambiados y pintados con el mismo diseño de entonces. Encima de esta oficina se encuentra el puesto de Moises, que tiene la misma distribución, una copia exacta.
“Si es presidente, a Lula le pedimos diálogo con los sindicatos y los empresarios, que revise las reformas laborales aprobadas por (Michel) Temer y Bolsonaro, que genere políticas para impulsar el empleo y la inclusión y que tenga una política de cuidado con el medioambiente”, afirma Moisés, quien reconoce que, si gana, el PT tendrá un gran desafío por delante porque recibirá un país con una alta polarización, una crisis económica y social y un Congreso conservador. “Es un momento muy difícil; Lula va a tener que ser muy ágil e inteligente”, profundiza.
Si este domingo Lula gana las elecciones, el 1 de enero volverá a asumir como presidente. “Esperamos que vuelva para acá”, dice Tamara. Su oficina, su gente y su sindicato lo estarán esperando.