ELECCIONES 2022

Boda mediática y revanchismo cero, el nuevo Lula soft y bonachón

Convirtió su enlace con Janja da Silva en un evento privado, pero de fuerte alcance en los medios. Apuesta a la moderación con alquimia opuesta a la de Todos.

A los 76 años de edad y a poco más de cuatro meses de las elecciones que pueden consagrar una de las resurrecciones políticas más impactantes de los últimos tiempos en América Latina, Luiz Inácio da Silva se casó el miércoles en San Pablo con la socióloga y militante feminista Rosangela da Silva, conocida como "Janja". El enlace tiene, lo quiera o no el expresidente, contenido político en esta instancia y consiste en la imagen que proyecta un hombre que vuelve al primer plano con un enfoque pretendidamente sensible, amplio y alejado de cualquier noción de revancha.

 

Así desea mostrarse para presidir Brasil por tercera vez después de haber pasado 580 días preso debido a lo que el Comité de Derechos Humanos de la ONU calificó como una violación de las garantías del debido proceso, pecado atribuible a Sergio Moro, exjuez y exministro de Justicia y Seguridad de Jair Bolsonaro, así como a los tribunales de alzada que consintieron por largo tiempo la aplicación de una jurisprudencia a todas luces inconstitucional en medio de una ola punitivista atizada desde un sector de la magistratura y los medios.

 

"Estoy enamorado como si tuviera 20 años, como si (Janja) fuera mi primera novia", dijo en su momento Lula, quien se describe lleno de vigor para restaurar el prestigio y la convivencia democrática estragados por Bolsonaro.

 

La relación entre ambos comenzó a fines de 2017, poco después de la muerte de la segunda esposa de Lula, Marisa Letícia, y se afianzó desde 2018, durante el encarcelamiento del dirigente.

 

La boda, que según la contra que se indigna por todo tuvo un costo de 100.000 reales –algo más de 20.000 dólares–, se celebró sin presencia de los medios. Es claro que no eran necesarios para que hubiera ruido.

 

Por razones de seguridad, el secretismo fue enorme y afectó, incluso hasta poco antes del inicio, a las 150 personas invitadas, que recibieron en la invitación un código QR que les permitió saber a dónde debían ir sobre el filo de la ceremonia.

 

El casamiento se produjo en un salón de la zona de Brooklin, en el sur de San Pablo, ciudad que registró en la jornada la temperatura más baja desde 1961. El novio llegó a las 18:25 y la novia, a las 19:27, con un vestido de la estilista Helô Rocha que incluyó bordados realizados por habitantes de la ciudad de Timbaúba dos Batistas –Rio Grande do Norte–, en pleno sertão –desierto– brasileño. En el nordeste pobre de Brasil, Lula tiene un bastión electoral y aspira a obtener una cosecha de votos fuerte en los comicios del 2 y el 30 de octubre.

 

El perfil de Janja dice mucho en términos políticos. De 55 años, es una feminista convencida afiliada al Partido de los Trabajadores (PT) desde 1983 y trabajó por dos décadas para el ente Itaipú. Es la contracara de la primera dama, Michelle Bolsonaro, una evangélica apegada a los valores tradicionales como su marido.

 

Ofició la boda el obispo de Blumenau Angélico Sândalo Bernardino, amigo del candidato desde los años 1970. El religioso, curiosamente, fue el encargado de darle contenido político a la ceremonia. Recordó que fue tildado de "comunista" cuando se supo que casaría a la pareja, pero se declaró "orgulloso de ser un compañero de vida" de Lula y dijo que Brasil necesita la energía de Da Silva para salir de su situación actual. "Amai-vos e não armai-vos" –ámense y no se armen’–, dijo, en una referencia a la promoción de la posesión de armas de fuego por parte de la población recientemente realizada por Bolsonaro, según dijo, para resistir el fraude en ciernes.

 

Entre la asistencia a la fiesta estuvieron Dilma Rousseff y la plana mayor del PT. Hubo algunas ausencias, pero no es claro que hayan tenido que ver con los disensos que causan en la agrupación el rol que Janja podría jugar en la política alimentaria del eventual tercer gobierno de Lula y que este haya sumado como compañero de fórmula al conservador Geraldo Alckmin.

 

Alckmin estuvo en la boda junto a su familia. Rival derrotado en 2006 por su actual aliado, se desafilió del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y entró al Partido Socialista Brasileño (PSB) para convertirse en eje de un frente contra la ultraderecha. La política brasileña considera a este exalcalde y exgobernador de San Pablo un hombre leal y no un nuevo Michel Temer, capaz, asimismo, de captar valiosos sufragios en el principal colegio electoral de Brasil.

 

"Si no hablara con quienes apoyaron la destitución de Dilma, no podría hablar con nadie", dijo el fundador del PT hace tiempo. Alckmin cabe en ese marco de pragmatismo.

 

La apuesta de Lula por la moderación tiene que ver con ganar, pero también con gobernar un país en el que la fragmentación del Congreso es un problema endémico que ha estado en la base de esquemas de corrupción como el mensalão y el petrolão, que no fueron otra cosa que la compra espuria de mayorías que no surgieron del voto popular. Ambos escándalos ocurrieron en los mandatos de Lula da Silva, pero lo que puede considerarse una responsabilidad política requiere, a la hora de mandar a alguien a la cárcel y proscribirlo de una elección –como ocurrió en 2018–, de pruebas más contundentes que las endebles y forzadas que manufacturó Moro.

 

El paralelo con la Argentina está cantado. Lula se casó exactamente tres años después de que Cristina Fernández de Kirchner anunciara su decisión de acompañar a Alberto Fernández en la fórmula que ganaría las elecciones de 2019. Aquel gesto significó la misma búsqueda de moderación para atraer más votantes y romper el techo de cristal de las imágenes negativas y, también, de gobernabilidad en un país polarizado.

 

Sin embargo, ese techo es más alto en el caso de Lula y, de acuerdo con las últimas encuestas, el expresidente no debería tener problemas para vencer a Bolsonaro. Ya sea por esto o por el espanto que genera la implosión de la coalición panperonista, el brasileño se puso al frente de la fórmula, lo que deja con la cabeza arriba y los pies abajo un armado en el que prima quien más votos aporta.

 

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